Todo esto lo describió Ortega en La rebelión de las masas. “Como las masas, por definición, no deben ni pueden dirigir su propia existencia, y menos regentar la sociedad, quiere decirse que Europa sufre ahora la más grave crisis que a pueblos, naciones, culturas, cabe padecer”. El filósofo también reflexionaba en esa obra sobre el Estado, en el que se nace, pero el cual no es un ente inamovible. Puede mejorarse... o puede empeorar. “Es una forma de sociedad que el hombre necesita fraguar con su penoso esfuerzo”. Por tanto, la fortaleza de un país depende siempre de las capacidades y del interés de los individuos que lo habitan. O que lo gestionan.
Llegados a este punto de la historia, podemos atisbar cierta degeneración en el hecho de que una parte de la actividad del foro se desarrolle en Twitter y en TikTok, y que los oídos no escuchen a Cicerón, sino a Óscar Puente, perfecto ejemplo de los efectos de la cultura del like en la sociedad líquida, pero también del ego frágil del que pecamos quienes nos prestamos a publicar, sea lo que sea, desde un artículo hasta un mensaje en las redes sociales. Una parte de los escribientes lo negará, pero siempre hay cierta presunción de que lo que se cuenta le puede interesar a alguien, cuando a veces ni siquiera hay algo interesante que relatar.
Es de suponer -lo digo por lo de Puente- que responder a tus críticos con contundencia y grosería engancha. Sobre todo, porque a cada réplica le sigue el aplauso de los cientos de seguidores que siempre están dispuestos a seguir con la gresca y agrandar el incendio. La tentación que produce el baño de masas es grande, aunque rara vez permite obtener un resultado provechoso. Sobre todo en “los regentes”.
Diría que cuando una persona accede a una determinada posición debería tener claro que siempre es mejor lanzar los mensajes desde la tribuna que a pie de calle. El activismo pierde la razón de ser cuando a uno le dan placa y pistola; o cuando le ofrecen un cargo. Entonces, se convierte en un recurso innecesario, infantil... propio de débiles o de populistas. Imagino que Puente esboza una amplia sonrisa cada vez que acusa a un opositor o a un periodista de algo con su indudable habilidad para ser tosco.
“El hombre vulgar, antes dirigido, ha decidido gobernar el mundo”, siguiendo con Ortega.
Ciudadanos y periodistas
Cierto es que tampoco queda en buen lugar el ciudadano que lee la bravuconada del caciquillo empoderado y la aplaude y comparte por WhatsApp. He aquí la oclocracia: la masa ha tomado el control de una parte del debate y lo ha llevado al extremo, como cabía esperar. No fue una buena idea que la digitalización de la sociedad proveyera a tantos millones de personas de la posibilidad de fotografiarse el trasero y de opinar. Eso ha derivado en la dictadura del chascarrillo. También en la apoteosis de este tipo de alcaldes efusivo-agresivos que, con su estilo trumpista, han convertido la política en una actividad muy burda.
Tampoco tiene muy difícil Puente buscar objetivos entre la prensa, acostumbrada desde hace mucho tiempo a pelear por unos ingresos que cada vez son más limitados; y reconvertida hoy en día a en un nuevo negocio que ilustra día y noche sobre 'zascas', 'posados espectaculares', 'incendios en redes sociales' y declaraciones políticas rimbombantes. Eso ha provocado que personajes como Puente se hayan hecho necesarios para los partidos. Se les presta mucha atención y acaparan muchos titulares, ergo son útiles. Viven del desnorte de un sector convertido en un gallinero en el que cada cual necesita emitir más ruido que su competidor. Si las cámaras no enfocan, quien busca atención no habla. Si el padre no consiente, el niño no llora.
Pero para eso ha quedado la prensa: para reproducir exabruptos, dar alguna que otra noticia y alimentar a los caimanes. En este grupo también se encuentra Miguel Ángel Rodríguez, MAR, aunque su caso es algo distinto al de Puente. Diría incluso que es peor.
MAR se cree el puto amo, invulnerable, un mesías intocable... y de ahí que actúe como tal. Así lo hará hasta que quien le paga como asesor caiga en la cuenta de lo mismo que debería llegar a concluir Puente: que el ruido puede llegar a ser útil cuando alguien es opositor o activista, pero que pierde utilidad desde el Gobierno.
La bajeza sobra en la mayoría de las ocasiones cuando uno alcanza el púlpito. También los melodramas. ¿Quién le aconsejó a Díaz Ayuso que hablara de “persecución” hace unos días, cuando le sacaron lo de su novio? ¿De veras era más efectiva esa estrategia que la de apelar al desconocimiento, que es lo lógico en quien es pareja, pero no cónyuge? ¿Y de verdad es efectivo contrarrestar a la prensa crítica con conversaciones de WhatsApp improcedentes o con la difusión de episodios más propios del cine negro que de la política seria?
La forma en la que ha intimidado a periodistas durante los últimos días -Ignacio Escolar le ha acusado incluso de difundir un bulo para dañar su reputación- es injustificable. Propia de un hombrecillo teatrero y dado al drama. A exagerar o manipular circunstancias para que le hagan caso. No es éste un ejercicio de corporativismo ni mucho menos, pero es que la defensa de Díaz Ayuso a través de la creación de un melodrama patético con encapuchados y allanamientos es completamente penosa. Un capricho de un tipo -viejo conocido y por mucho negativo- que siempre aspira a tener razón, incluso cuando patina de forma patética.
Cierto es que están de moda los histriones, quizás con mejor salud que nunca. Pero todo lo que les rodea es nocivo. Su presencia en la vida pública evidencia una enfermedad de la que cada vez hay más síntomas. Cutrez, caspa, histeria y zafiedad. “El hombre vulgar, antes dirigido, ha decidido gobernar el mundo”. Así que Ana Redondo simulaba haber perdido el juicio hace unos días en el Congreso. Y los propagandistas del PSOE y del PP se acusaban en las redes sociales el otro día de colocar a familiares y gastarse el dinero en cocaína y 'cariñosas'.
Y el público aplaude y los tertulianos se enzarzan. Dirá el cuerdo (si es que todavía vive aquí): ¿y ahora dónde me meto yo?
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