"La paz ya no es un hecho, infelizmente. La guerra está en nuestras fronteras", afirmaba a principios de mes el Alto Representante, Josep Borrell, tras la presentación de la Estrategia Industrial Europea de Defensa. 

Nuestro continente ha disfrutado de un periodo de paz tan largo desde el nacimiento de la Unión que hemos interiorizado que ésta siempre estará ahí, como un elemento intrínseco a nuestro espacio comunitario. Sin embargo, la paz también requiere esfuerzos y sacrificios para mantenerla, más aún en un contexto de máxima inestabilidad política como el actual.

En el caso de la Unión Europea, su estabilidad está hoy, y desde hace años, amenazada por Rusia. Su injustificada e injustificable invasión sobre Ucrania ha traído la guerra a las puertas del territorio europeo, algo que será aún más palpable una vez Kiev, en vías de adhesión, se una formalmente a la UE. Moscú, además, se ha visto involucrada en numerosas campañas de desinformación, especialmente virulentas cuando se aproximaban periodos electorales a lo largo y ancho de toda Europa, con el objetivo de minar nuestros sistemas democráticos. Unos ataques que apenas hemos podido repeler y que, de un modo u otro, han afectado a todos los países. España es un caso claro de ello, tras demostrarse los contactos del secesionismo catalán con la inteligencia rusa

El orden internacional basado en reglas se tambalea. La ONU es insustituible e imprescindible, pero se ha convertido en un instrumento obsoleto necesitado urgentemente de reformas. Las resoluciones de Naciones Unidas son papel mojado; la organización carece de fuerza para aplicarlas, salvo que esta le sea proporcionada por quienes sí la tienen, los Estados, que sólo lo harán si beneficia a sus intereses. La impotencia de la comunidad internacional de imponer un alto el fuego en Gaza cuando la Corte Internacional de Justicia ha declarado que es plausible que se esté cometiendo un genocidio por el ejército de Israel muestra dramáticamente la necesidad de una reforma radical para que la ONU pueda contribuir en el futuro a la seguridad global.

A esa lista de condicionantes hay que sumar un posible regreso de Trump a la Casa Blanca y sus amenazas de sacar al país de la OTAN en caso de que los estados europeos no cumplan con su correspondiente financiación. Este último movimiento, aunque improbable, podría dejarnos especialmente solos en un contexto cada vez más amenazador. 

"Tenemos que pasar de un modo de emergencia a una visión a medio y largo plazo que fortalezca nuestra preparación industrial de defensa", decía Borrell en la citada declaración. Esa visión a largo plazo debe ser una estrategia amplia y ambiciosa, con una hoja de ruta clara y compartida que nos permita mejorar la autonomía de la UE ante una amenaza de guerra que "no es una pura hipótesis, es real", en palabras de la ministra de Defensa, Margarita Robles. Europa debe estar preparada para dar una respuesta contundente. 

Hasta el momento, nuestro continente ha movilizado más de 12.000 millones de euros para Ucrania para el suministro de armas y la instrucción de más de 40.000 soldados

Hasta el momento, nuestro continente ha movilizado más de 12.000 millones de euros para Ucrania a través del Fondo Europeo de Apoyo a la Paz, para el suministro de armas y la instrucción de más de 40.000 soldados. Indudablemente, la UE siempre se mantendrá al lado de Ucrania en este conflicto (aunque países como Hungría hayan bloqueado durante meses algunos paquetes de ayuda a Kiev), pero nuestra respuesta requiere algo más. Y no me refiero a la posibilidad de enviar tropas europeas al frente, como ha sugerido con escaso éxito el presidente francés, Emmanuel Macron.

Hoy día, por ejemplo, la UE carece de canales de inteligencia compartidos o de un sistema de análisis de amenazas común. La UE es incapaz de realizar un despliegue militar rápido allí donde sea necesario para responder a situaciones de emergencia, o de combatir las amenazas híbridas como las campañas de desinformación masivas, ataques informáticos o hackeos por parte de terceros países. Tampoco contamos con un sistema ni un tejido empresarial que nos permita disponer del material militar y el equipamiento de guerra de forma autónoma. De hecho, en 2023, solo el 25% de las compras de equipamiento militar procedían de compañías europeas. Todos estos elementos de los que Europa carece pueden ser determinantes para prevenir ataques y salvar vidas.

Esta preparación, sin embargo, no debe implicar necesariamente un aumento del gasto militar per se. La Unión Europea ya es una superpotencia militar. En 2022, los 27 gastaron 240.000 millones de euros en defensa, ligeramente por detrás de China (273.000 millones) y muy por delante de Rusia (92.000 millones). Aun así, la UE ya ha presupuestado un aumento de la inversión en defensa para 2025, que ascenderá hasta los 290.000 millones.

Pero debemos tener en cuenta que más inversión no implica necesariamente una mejor defensa europea. Porque hoy nuestra capacidad de respuesta está fragmentada. Estamos divididos en 27 Estados miembros, con 27 ejércitos diferentes. Es importante que Europa invierta y que lo haga de manera inteligente, atendiendo no solo a las necesidades individuales de cada país, sino también pensando en lo mejor para el continente. Los esfuerzos de rearme deben estar alineados y coordinados para mejorar la eficacia de sus presupuestos de defensa. 

En un mundo cada vez más peligroso, cualquier ataque a un Estado miembro es un ataque a toda la Unión Europea

Europa trabaja mejor y es más eficaz cuando coopera. Lo hemos visto en situaciones de emergencia recientes, como cuando estalló la pandemia de coronavirus y hubo que coordinar la compra de material médico y vacunas. Aquella estrategia unificada fue un éxito que sin dudas debemos replicar para hacer frente a esta nueva vieja amenaza. Porque en un mundo cada vez más peligroso, cualquier ataque a un Estado miembro es un ataque a toda la Unión Europea. Y una Unión fuerte, también significa una OTAN fuerte.

Aumentar el gasto conjunto en defensa y hacerlo de forma coordinada, reforzar la industria europea e invertir en tecnologías estratégicamente importantes es fundamental para salvaguardar la seguridad y la autonomía estratégica de Europa. Y es posible que nuestro continente jamás entre en un conflicto directo, pero es necesario estar preparados por si lo necesitáramos llegado el caso. 

En el siglo XXI, a diferencia de las visibles y masivas amenazas de la Guerra Fría, ninguna de las amenazas es puramente militar ni puede ser abordada por medios puramente militares. Por ello necesitamos nuevas políticas y nuevas respuestas. La política común de defensa europea es una de ellas. Porque una cosa es ganar una guerra y otra ganar la paz. 


Soraya Rodríguez es eurodiputada del Parlamento Europeo en la delegación de Ciudadanos