El martes 20 de febrero, bien entrada la tarde, apareció –sorpresivamente– en los titulares de los diarios una noticia de última hora: El presidente del Gobierno Pedro Sánchez realizaría, al día siguiente, una visita al reino alauí y, “si la fortuna lo acompaña”, incluso sería recibido por el tirano majzení, extremo éste que todavía está por confirmar.
El anuncio inesperado de este viaje repentino del presidente, anunciado pocas horas antes de efectuarse, causó –como es lógico– cierto estupor; ya que las visitas de este tipo –al revestir carácter oficial y considerarse visitas de Estado– no suelen improvisarse de un momento a otro –salvo que se trate de una emergencia nacional, crisis diplomática o algo parecido– y normalmente, debido a los preparativos y la maraña de protocolos que entrañan –sobre todo en el caso de la dictadura alauí, adicta a la pomposidad y a la propaganda– se notifican con semanas o meses de antelación.
La actitud de servilismo de Sánchez ante la dictadura alauí, lo único que merece es el repudio y la repulsa total
No se hizo así porque no es una visita oficial, sino una llamada a consultas del “representante" alauí –digo representante por cuestión de semántica, aunque en realidad solo es un vasallo más del vecino sátrapa– en España, título éste, con el que Sánchez se hizo (en marzo de 2022) gracias a su posicionamiento promarroquí en detrimento del Sahara, engrosando el lobby alauí –plenamente arraigado en España– que encabeza el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero.
El presidente Sánchez –que recaló en la Moncloa mediante un trueque que efectuó con Junts, al prometerle a esta formación una amnistía que, a día de hoy, sin escatimar esfuerzos, sigue tratando de encauzar– solo es un mero feudatario del Majzén que –raudo y veloz– debe hacer acto de presencia cada vez que Palacio lo solicite.
La mayoría de los medios de comunicación, aunque relativa y aparentemente mostraron su sorpresa por lo inesperado del viaje del presidente, en el fondo, sabían mejor que nadie –motivos no les faltan– que no se trataba de una visita oficial, sino de una llamada a consultas para rendir cuentas ante el déspota alauí; pero, más allá del rigor periodístico, decidieron –por decoro, cortesía, afinidad o simplemente por vergüenza ajena– no enfocar la noticia desde esta óptica.
No es que yo desdeñe el decoro ni la cortesía, pero considero que el señor Sánchez no es merecedor de ninguna de ellas, y su actitud de servilismo ante la dictadura alauí, lo único que merece es el repudio y la repulsa total; por lo cual su visita debe ser calificada como lo que es: una llamada a consultas para recibir órdenes de Rabat; y al decir que el señor Sánchez es un simple lacayo del Majzén, estoy siendo indulgente, sencillamente porque él es incapaz de mirar a los ojos a las madres saharauis y confesarles que está apoyando y encubriendo al régimen sanguinario que allanó sus hogares y usurpó la tierra por la que sus mejores hijos han derramado –y siguen derramando– su sangre para poder recuperarla. No puede hacerlo porque, con tal de complacer a su amo, hasta tuvo la indigna osadía de introducir una falsedad en el mismo Boletín Oficial del Estado (Nº 206 del martes 29 de agosto de 2023) al señalar que El Aaiún, la capital de la RASD, es parte de Marruecos. La RASD, cuyo cuadragésimo octavo aniversario hemos celebrado el pasado 27 febrero, es hoy una realidad indiscutible, y mientras el amo de Sánchez no la reconozca y retire por completo sus huestes de ella –al igual que hizo Mauritania en 1979– no habrá paz ni estabilidad en la región del Magreb.
Después de asistir a la tensa sesión plenaria del Congreso (del miércoles 21 de febrero) marcada por preguntas relativas a la muerte de los dos guardias civiles asesinados por los narcos en el puerto de Barbate; e interpelaciones relacionadas con las protestas del sector agrario; temas ambos que, de una forma u otra, tienen que ver con la dictadura alauí –que tanto adora Sánchez– porque el rastro de todo lo malo siempre conduce a ella; éste, sin perder tiempo, aterriza en Rabat acompañado por su fiel escudero José Manuel Albares, titular de Exteriores.
¿Qué dio de sí este viaje relámpago de Sánchez que se inició pasado el mediodía y antes de caer la tarde ya había concluido? Para España, nada. Es una comparecencia y en ésta –presumiblemente– lo único que cabe esperar es recibir nuevas instrucciones y más reclamos, aderezados con alguna que otra reprimenda, que Sánchez tendrá que soportar en silencio y esperar hasta quedar a solas con Albares para desahogarse y maldecir la hora en que cayó en manos del Majzen. Lejos queda la prepotencia que mostraba por la mañana en el hemiciclo de la Cámara Baja y la vehemencia arrogante con la que se dirigía a la oposición. Aquí sale a relucir otro Sánchez que, encogido y cabizbajo, solo sabe asentir.
De cara al público, lo único que se ha visto, además de las habituales alabanzas y enaltecimiento del abominable régimen alauí, es un acto teatral en el que Sánchez ha añadido nuevas concesiones al amplio abanico de las que ya tiene en su haber.
Marruecos, dos años después, no solo no cumplió con su parte, sino que ha dejado claro que no tiene intención de hacerlo
Se reafirmó en la “hoja de ruta” que El Majzen le dictó en 2022. Una hoja de ruta que, por su opacidad, se asemeja más a un difuso y antiguo papiro (de aquellos que cayeron en desuso en el siglo XI) de cuyo contenido concreto –confuso y tendencioso– lo único que se sabe, es que Sánchez dio su apoyo a la ocupación ilegal del Sahara a cambio del respeto de la soberanía de España sobre las ciudades de Ceuta y Melilla y la resolución del asunto de las respectivas aduanas de las mismas. Sánchez se cubrió de infamia y cumplió con su parte del papiro. Marruecos, dos años después, no solo no cumplió con su parte, sino que ha dejado claro que no tiene intención de hacerlo.
Sánchez, aun sabiendo que el sector primario enfrenta una graves crisis –en la que desde Francia se acusa al tomate español– dio luz verde al dictador alauí para que, a través de su propio holding empresarial –Siger– inunde España con tomates producidos en el sur del Sahara Occidental, donde ha convertido vastas extensiones de terreno en ciudadelas de invernaderos de enormes dimensiones, en los que trabajan de sol a sol –como esclavos–colonos marroquíes.
En la misma línea, Sánchez también dio su visto bueno para que los camioneros marroquíes pudieran circular y trabajar en España sin necesidad de homologar el permiso de conducir, lo cual tendrá repercusiones directas en la seguridad vial, y generará competencia desleal en el sector del transporte de mercancías, al facilitar la entrada de mano de obra poco cualificada y por consiguiente barata.
Otro de los temas que abordó Sánchez con su homólogo marroquí –Aziz Akhannouch– es el relativo al Mundial de futbol de 2030. Cabe señalar que Marruecos, en su momento, presionó a Sánchez –o mejor dicho le ordenó– que uniera la suerte de Marruecos a la de España en lo referente a la organización de la cita mundialista; y Sánchez abogó para que Marruecos, junto con España y Portugal (además de Argentina, Uruguay y Paraguay) sean los elegidos para albergar este importante evento. Una vez conseguido esto, Marruecos, a través de su maquinaria de propaganda –que le da vida y sin la cual su corazón no late– trató de llevarse todo el protagonismo: Fue el primero en anunciar su presencia como país organizador, anticipó un proyecto para albergar la final en Casablanca, filtró antes que nadie el logotipo del Mundial y además logró que el “nombre” oficial del Mundial 2030 sea “Marruecos, Portugal y España”, en ese orden. Es decir, España que –a través del sumiso Sánchez– posibilitó su inclusión en los países organizadores de este torneo internacional, al final aparecía en último lugar.
En este encuentro, Akhannouch le expresó a Sánchez que se resigne y se vaya haciendo a la idea de que la final del Mundial 2030 se disputará en Casablanca, para lo cual Marruecos estaría dispuesto a invertir 1300 millones de euros en la construcción de un superestadio en las cercanías de esta ciudad. ¿De dónde saldrán tantos millones? Tal vez, Sánchez, que estuvo allí, tenga la respuesta.
Así mismo, en esta comparecencia, el dictador alauí le exigió, nuevamente, a Sánchez ceder el control del espacio aéreo del Sahara Occidental; y, si alguna vez titubeó –no sabemos hasta qué punto eso es cierto– en esta ocasión se limitó a asentir con lo cual se da por hecho que accedió a la petición ilegal del sátrapa. ¿Cómo lo hará? No lo sabemos, ya que según la normativa de la OACI (Organización de Aviación Civil Internacional, dependiente de la ONU) le corresponde a España gestionar el espacio aéreo del Sahara Occidental (desde las Islas Canarias). ¿Logrará Sánchez sortear la legalidad internacional –y así satisfacer a su amo y señor– tal como sorteó el “contratiempo” de la investidura comprando los siete votos de Junts para trepar a la Moncloa? El tiempo lo dirá. De lo que sí estamos seguros, es que, de ser necesario, empeñará el alma en ello.
Para humillar más a Sánchez y evidenciar su condición de rehén, el déspota alauí lo exhortó, a apoyar un megaproyecto gasístico inviable que incluye todo el litoral del Sahara Occidental. Se trata de la construcción de un gasoducto que parte desde Nigeria, bordea toda la costa del África Occidental (pasando por 13 países) y desemboca en Cádiz. El Majzen sabe que es irrealizable, no solo por su coste inasumible, sino también por razones geopolíticas, ambientales, socioeconómicas, así como por razones de seguridad; pero hace años que trata insistentemente de venderlo a todo aquel que se preste a compartir sus delirios; porque, en realidad, solo es un instrumento de propaganda: Todo aquel que acceda a valorar o estudiar –aunque sea someramente– sus planos ya está dando por sentado que el Sahara Occidental es parte de Marruecos, porque es así como aparece en el trazado de los mapas del proyecto, con mapas falsos y por ende ilegales.
Al final de la jornada, en una corta rueda de prensa –persuasiva y publicitaria– Sánchez, con euforia simulada y optimismo fingido, llega a anunciar que España será un inversor de primer orden en Marruecos, con inversiones públicas previstas que ascienden a 45.000 millones de euros hasta el año 2050. Esta noticia –fake– se extiende como la pólvora en las redes sociales y las críticas le llueven al presidente por todas partes.
Al ver que el bulo lanzado por Sánchez desde Rabat no prosperó, Moncloa, al día siguiente, rectifica y aclara que lo quiso decir el presidente, es que el país magrebí tiene intención de invertir esa suma millonaria en infraestructuras y que las empresas españolas podrán optar a la contratación en los proyectos marroquíes.
La que sí era una visita oficial –y no una llamada a consultas– era la visita que José Manuel Albares tenía previsto realizar a Argel, y estaba programada para el lunes 12 de febrero, con el objetivo de recuperar la armonía y confianza que presidían la relación con El Mouradia, antes de que Sánchez la dinamitara (en la primavera de 2022) con su apoyo a las tesis marroquíes de anexión.
Sin embargo, este viaje oficial que llevaba meses preparándose –y que Albares consideraba un logro diplomático– se frustró en el último momento: El domingo por la noche (a las ocho) Exteriores informa que “Argelia canceló la visita del ministro por razones de agenda”. Sin dar más explicaciones, se aseguró que era un simple aplazamiento, lo cual no era del todo cierto. Dos semanas después, se sabría la verdad: El verdadero motivo de la suspensión del viaje, era que Albares exigió que el tema del Sahara Occidental debía ser excluido de las conversaciones.
Incomprensible. El objetivo del viaje del señor Albares era tratar de recomponer las relaciones Madrid-Argel, pero se niega categóricamente a abordar, justamente, el tema que causó su deterioro. Solo cabe una explicación: El tema del Sahara es un tema censurado en el reino alauí y por extensión –Sánchez mediante– también ha pasado a ser un tema vetado para España.
Está claro que Albares se equivocó de interlocutor. Argelia es un país soberano, y si la política exterior de España está intervenida por El Majzen, es un problema que España debe resolver, antes de permitir que su ministro de Asuntos Exteriores se dedique a airear la humillación de su propio país de la forma en que lo hizo.
Ahora, visto en perspectiva, todo encaja. La crisis del aeropuerto de Barajas –en enero– en la que 600 solicitantes de asilo (mayoritariamente subsaharianos) procedentes de Casablanca, colapsaron la terminal aérea; inaugurando una tercera ruta –más sofisticada– de emigración que se sumó a las otras dos –mediterránea y atlántica– controladas por El Majzen; era el preludio de lo que iba a acontecer después. Era la cabeza de caballo de El Padrino que El Majzen le había puesto a Sánchez, para indicarle de lo que era capaz si no se cumplían en tiempo y forma todas y cada una de sus órdenes; empezando por cortar de raíz cualquier intento de normalizar las relaciones con Argelia y estar pendiente de recibir instrucciones y esmerarse más en su acato.
Abderrahman Buhaia es intérprete y educador saharaui.
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