Andoni Ortuzar comparó ayer en la celebración del Aberri Eguna (día de la patria) a EH Bildu con una vaca. "Aquella que daba mucha leche y luego le daba una patada al balde y no servía para nada", dijo el presidente del PNV en la Plaza Nueva de Bilbao ante unos miles de simpatizante peneuvistas que enarbolaban ikurriñas con no demasiado entusiasmo.
Los líderes del PNV son muy dados a utilizar ejemplos que la gente llana pueda entender, alejados del lenguaje de cartón de los políticos de Madrid. Iñaki Anasagasti le afeó al recién nombrado obispo de Bilbao Ricardo Blázquez que no supiera euskera, recurriendo al dicho: "Loro viejo no aprende a hablar". Aunque luego, Blázquez aprendió la lengua más antigua de Europa, cosa que nunca hizo Anasagasti. Pero el gran maestro en el arte de los símiles fue Xabier Arzalluz, presidente del PNV entre 1980 y 2004, que acuñó la frase: "No conozco ningún pueblo que haya alcanzado su liberación sin que unos arreen y otros discutan: unos sacuden el árbol, pero sin romperlo, para que caigan las nueces y otros las recogen para repartirlas".
Ahora, los herederos de los que sacudían el árbol se han convertido en una vaca. La diferencia entre los años en los que ETA mataba y ahora es que la vaca le puede ganar la partida a los que desde 1980 (con la excepción de los tres años que gobernó en solitario Patxi López, de 2009 a 2012) han gobernado el País Vasco.
Arnaldo Otegi, en el acto de EH Bildu en Pamplona, ahormó su discurso con el pragmatismo del hombre reconvertido de la lucha armada a la lucha política. "Para lograr la independencia tenemos que ganar en todos los territorios", proclamó. Sabe que aún no ha llegado el momento, pero que la independencia llegará a caer como una fruta madura.
La mayoría de las encuestas da un empate entre el PNV y EH Bildu en los comicios del próximo 21 de abril. Y es probable que la coalición abertzale (en la que se integran Sortu, heredera de Batasuna; Aralar, y Eusko Alkartasuna, entre otras) logre sobrepasar en votos a los nacionalistas, lo que sería un hito histórico.
Mientras que el PNV sigue anclado en el pasado, EH Bildu vende un mensaje de partido moderno y transversal. Tanto los nacionalistas como Pedro Sánchez han contribuido a su blanqueamiento pese a no condenar a ETA
¿Qué ha ocurrido para que el partido que presumía de ser el más enraizado con la sociedad esté a punto de perder la hegemonía en el País Vasco? ¿Por qué EH Bildu crece sin parar cuando la independencia sólo es apoyada por poco más de un 20% de los vascos?
El poder, sin duda, ha desgastado al partido cuyo lema (dios y leyes viejas) le define como un bloque filosóficamente conservador, atado a un pasado con el que ya muchos jóvenes no se identifican. El PNV se ha centrado en la gestión, y ha logrado mantener a Euskadi como una de las comunidades con mayor renta de España, pero, al mismo tiempo, los vascos le han responsabilizado del mal funcionamiento de la sanidad, o de la educación.
El nacionalismo vasco ha decaído al mismo ritmo que ha perdido creyentes la fe católica. Según un estudio de la Universidad de Deusto, en 1985 se confesaban católicos el 81% de los vascos, mientras que en 2023 sólo lo hacen el 55%. Un 40% se reconoce "no creyente".
La sociedad ha cambiado y el PNV no ha sabido o no ha podido adaptarse a los nuevos tiempos.
Cuando ETA mataba, el PNV era un especie de seguro -aunque a veces los terroristas asesinaban a empresarios nacionalistas-, una barrera frente a los que apoyaban abiertamente la violencia. Pero ETA ya no existe y el PNV no puede jugar ni a recoger las nueces, ni al victimismo.
Mientras tanto, EH Bildu ha sabido jugar inteligentemente sus bazas. Sin prisas, siguiendo el patrón de su homólogo irlandés Sin Fein, ha ido ganando espacio, a medida que se borraba la memoria del terror. Ya no es el partido de la kale borroka, sino que defiende una agenda verde, y juega un rol muy activo entre los trabajadores, defendiendo sus reivindicaciones mejor que cualquier otro partido, incluido el Partido Socialista. Recordemos que en las elecciones generales de 2015 y 2016 Podemos ganó en el País Vasco. Todos, o casi todos esos votos han ido a parar a EH Bildu, que ha dejado de ser un partido marcadamente rural y guipuzcoano, para convertirse en un grupo transversal que va a obtener muy buenos resultados también en Vizcaya y en Álava.
Para EH Bildu no ha tenido ningún coste que sus líderes no condenen abiertamente el terrorismo. Como diría Josu Ternera, aquello fue la consecuencia de una guerra contra el Estado. El rechazo del Partido Socialista de Euskadi es más bien estético y, sobre todo, táctico. Su líder, Eneko Andueza, dice que no apoyarán un gobierno de EH Bildu mientras no condene a ETA, pero, al mismo tiempo, Pedro Sánchez no tiene empacho en llegar a acuerdos con ese mismo partido en el Congreso. Ese blanqueamiento le ha dado a EH Bildu una patina de respetabilidad, de partido homologable a los demás, que le ha hecho atractivo para profesionales y empresarios que nunca hubieran votado a Batasuna.
Sánchez sabe que, apoyando al PNV para gobernar en el País Vasco -incluso perdiendo las elecciones- se asegura sus votos en el Congreso, y que eso no le acarreará la pérdida de apoyo por parte de EH Bildu. A sensu contrario, el hipotético apoyo del PSE a EH Bildu sí que supondría la pérdida de los 5 escaños del PNV, vitales para mantener viva la legislatura.
La campaña de EH Bildu, capitaneada por un aseado Pello Otxandiano, habla de temas sociales, de un futuro más verde, de una enseñanza cien por cien en euskera, y deja la independencia para pasado mañana. Mientras, el PNV insistirá en que son los de siempre, que bajo la piel de cordero se esconde un lobo feroz. No se dan cuenta de que esa batalla está perdida, porque, en gran medida, ellos y el gobierno han sido los responsables de que ese disfraz haya engañado a tanta gente.
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