Llegó Luis Rubiales como el fichaje de Segunda B que nunca ha dejado de ser, estrella de los patatales con patrocinio de ferrallas y talento de chinazo. Llegó al aeropuerto pasarela, con brasileñismo falso de la barriada, con aureola de coco caribeño en la calva, que es como el laurel de los horteras, y con tanto dominio del cuento o los palcos que les dio la mano a los guardias civiles que venían a detenerlo, pensando que así parecía que sólo venían para acompañarlo al hotel o para entregarle una medalla de natación. Sólo le faltó pedirles un piquito, acharolado y claustrofóbico como la negra furgoneta en la que se lo llevaron para leerle los cargos igual que cargos del minibar. A pesar del barullo, la verdad es que Rubiales es tan poco interesante como Koldo o como Óscar Puente (lo comentábamos ayer), que son también fichajes de Segunda B, tuercebotas indistinguibles con publicidad de colmado en la pechera. Lo que hay que mirar es el funcionamiento del fútbol, como hay que mirar el funcionamiento de la política. Llegó Rubiales y lo que parecía era que iba a irse con Koldo de cubatas, como si fuera Mágico González y la cosa fuera más nostálgica que criminal o significativa.
Llegó Luis Rubiales haciendo de Luis Rubiales, como Koldo hace de Koldo, con una inercia de mindundi con pavo, de aristócrata de los mesones y las saunas con juramento patriótico de pacharán y devoción babosa por las camareras de cola alta y corva brillante
Llegó Luis Rubiales haciendo de Luis Rubiales, como Koldo hace de Koldo, con una inercia de mindundi con pavo, de aristócrata de los mesones y las saunas con juramento patriótico de pacharán y devoción babosa por las camareras de cola alta y corva brillante, como molineras. Hay tipos que llegan siempre como de una despedida de soltero o de una noche de pernada, con boqueras cuajadas como orzuelos y resaca eterna en las gafas oscuras como el empollón tiene vaho eterno en las gafas gordas. Hasta lo que hemos visto de la entrevista que le hizo Ana Pastor creo que deja a Rubiales más cerca de Dinio que de Jesús Gil. De todas formas, todo esto a uno le sigue pareciendo desenfocar el asunto, despistar al personal con costumbrismo, pillería y tipos de zarzuela. Ir a cazar a Rubiales al aeropuerto, con batallones de periodistas como de fusileros, o irlo a cazar a Punta Cana, adonde se fue la purista y purísima Ana Pastor, con guante y mosquitera, para sacarlo con contrapicado de jaguar piscinero, a uno le parece como irse a cazar a esa Rociito de moquito y desmayo.
Se habla mucho de la España polarizada pero se habla menos de la España desenfocada o deformada, que es la que hace que Rubiales, Koldo o Puente, por quedarnos, ya digo, en la Segunda B o en la serie B, parezcan esos villanos con trono de las películas baratas. Supongo que nos puede la fascinación por el monstruo, que en España se confunde o se mezcla con la fascinación por el pillo, ahí entre Goya y Velázquez o entre El Buscón y el Callejón del Gato. Me doy cuenta de que también uno sucumbe, aunque le ponga la excusa comodona de la literatura, y ya lleva unos cuantos artículos con aguafuertes de calvos y bodegones de melones y moscas. Claro que uno intenta que el cuadro no sea tanto un retrato de particular sino una estampa de la época, y eso se hace abriendo el plano (como en la foto de Koldo de ayer), no poniéndole un teleobjetivo a Rubiales como una mira a un faisán.
Lo más interesante de la entrevista de Pastor fue, de nuevo, el fondo. O sea ese Caribe del Dioni (aunque el Dioni, ya lo he dicho alguna vez, se fue a Brasil) del que sólo se ve un pico, que sólo se adivina como tras una cortina o una raja o un descuido, con dimensión breve y total de fantasía erótica (las fantasías de hortera son siempre al final fantasías eróticas). Ese Caribe no es una fortaleza de malvado sino unas vacaciones de currito, es el paraíso de un oficinista, no de un príncipe, siquiera un príncipe de los patadones. O sea que aquí no tenemos príncipes de la corrupción, sino currantes que curran en la corrupción como el que curra en la obra, y que además parecen Curro en el Caribe.
La gran enseñanza del episodio de Rubiales, del periplo de Rubiales, de la escapada con sombrillita y tanga de Rubiales, es que la corrupción es un curro tan español como el de churrero, y que todos esos currantes al final coinciden en los mismos ministerios, como sindicatos, y hasta en los mismos resorts. Ya ven que casi todo lo sospechoso en España ocurre ahora en la República Dominicana, donde se unen Rubiales con su fantasía hawaiana (la fantasía es poco respetuosa con la geografía), la trama Koldo, la floricultura política de Zapatero y los viajes de sirena alada de Begoña Gómez o del Falcon de Sánchez, que es como su batplane. Siendo mal pensados, uno diría que España hierve en su curro de corrupción igual que en una obra en agosto. Y esto es más que el simple fondo de cocoteros, como un fondo de puticlub, que le puedan poner a Rubiales o a otro mindundi.
Llegó Luis Rubiales de su paraíso como del gimnasio o de la güisquería, llegó como para recibir o entregar trofeos de polideportivo municipal (al guardia civil que lo esperaba le dio una palmada en el hombro como si le diera un cachete en el culo a una jugadora de voleibol o a la propia Jenny Hermoso); llegó Rubiales después de perseguirlo por allí y de esperarlo por acá, pero seguramente lo confundiríamos fácilmente con otro calvo de cortacésped o de gabardina, como a Koldo, o con otra noticia, o con otro día de cubatas o de tarteras. No hay que mirar a Rubiales, que volvía como el padre de Julio Iglesias, sino a la fea y laxa promiscuidad del deporte con lo público, o de los negocios con lo público, o de la partitocracia con lo público, o de todo en general con lo público. Igual que no hay que mirar a Koldo sino al castillo en el que trabajaba, ni a Puente sino al señor al que sirve. Ni siquiera a Puigdemont, sino al que lo resucitó. Lo demás es desenfoque o aberración.
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