Tiempo atrás, los periodistas eran personas con mucha más influencia. Hubo algunos que incluso quisieron moldear España en función de sus filias y de sus fobias. En esa época, los políticos no elegían a Pablo Motos en campaña y las entrevistas de los Jordi Wild eran mucho menos relevantes que las de ellos. De hecho, ni existían. En ese tiempo, el presidente del Gobierno no acudía a programas como el de La pija y la quinqui y los futbolistas preferían posar para los fotógrafos de Marca que unirse a las partidas de FIFA 2024 de los streamers. Ha llovido mucho desde entonces. Tanto, que a lo mejor hay más españoles que conozcan actualmente a Ibai Llanos que a Juan Luis Cebrián.
Todo esto tiene su gracia, dado que Janli fue poderoso. Muy poderoso. Tanto, que la Prisa de Jesús de Polanco y su persona no sólo se propuso informar e influir, sino también formar. Se sacaron de la chistera el concepto de ciudadano progresista de clase media español. Afrancesado de espíritu, liberal en las formas, sibarita en los gustos, moderno, como el PSOE en la época, y valiente al abordar en la sobremesa los temas que estaban vetados en la dictadura. Abonado de Canal+, atento a las novedades literarias y lector de las columnas de la clase intelectual que mimó la Transición. Ciudadano del mundo y español juancarlista.
Fueron años de tiradas monstruosas y proyectos farónicos. Tiempos que ya quedan muy lejos. Tanto, que Cebrián ha sido incluso despojado de su título de presidente de honor de El País. De Reina madre, de firma histórica... El viernes fue el primer día en casi cinco décadas en las que Cebrián no pertenecía a su periódico.
La historia de un 'despido'
El desencadenante de su marcha fue su fichaje -como colaborador- por el diario digital The Objective, que trascendió el miércoles. La noticia cayó como un rayo en los despachos de Prisa Media porque, aunque allí conocían el nexo personal de Cebrián con el proyecto, no imaginaban que iba a traducirse en una relación profesional. Ese día, en los corrillos de la redacción de El País se comentaba la noticia mientras alguno de los consejeros de la cabecera con más conexión con Moncloa -conexión con banda ancha y máxima velocidad- se preocupaba de transmitir la indignación entre los medios afines para que se hicieran eco de ella.
La relación entre las partes había cambiado últimamente. Hacía un tiempo que Pepa Bueno había transmitido al expresidente de Prisa que sus colaboraciones con el periódico se reducirían. En vez de dos columnas, tan sólo una al mes. Hubo quien lo interpretó como un intento de reducir su peso en la cabecera, que era y es mucho más afín al Gobierno de Pedro Sánchez que los artículos de Janli. En el grupo, argumentaron que el motivo de la decisión era presupuestario. Querían ajustar gastos.
Lo que ocurre es que Cebrián se mantenía como presidente de Honor del diario y, además, tenía un compromiso en exclusividad con la empresa. Dentro de Prisa, nadie tuvo constancia de su intención de colaborar con otro medio de comunicación, así que, unas horas después de conocer este hecho, algunos directivos del grupo se reunieron y decidieron destituirle del último cargo que ostentaba en el grupo donde lo fue todo.
La decisión -dice Cebrián- se la comunicó el presidente de Prisa Media -Carlos Núñez- de viva voz el jueves por la tarde y se la notificaron por escrito el viernes. El periodista no la ha aceptado. La va a denunciar en los tribunales. Mientras, pretende que sus artículos se sigan publicando en la cabecera. Este sábado, tenía previsto enviar un artículo a Pepa Bueno. Él no ha incumplido su contrato, defiende.
El final de otra España
Pase lo que pase en ese presumible proceso judicial, la destitución de Cebrián tiene un evidente componente simbólico y hasta sentimental. Vuelve a confirmar que esa España suya ya murió; y que los intentos de aferrarse a la butaca de aquellos que la comandaron son cada vez más artificiales e infructuosos. Ni que decir tiene lo de las arrancadas de ese pequeño grupo de intelectuales de entonces, tan mimados como acaudalados, que hoy se revuelven contra el poder porque los trata peor que el de aquel entonces. Hay que ser prudente cuando llega el éxito, pero también conviene saber detectar la propia decadencia. No pasa nada, es algo natural. No hay ningún genio que destaque durante 100 años. Finitos somos, por suerte.
La caída de Cebrián empezó -a juicio del que escribe- en 2007 y tiene tantos paralelismos con la destrucción de aquella España construida en el 78 que incluso llega a impactar. Al igual que algunos de sus coetáneos, el expresidente de Prisa pecó de ambicioso, de aventurero excesivo, así que en su intento por incrementar la proyección del grupo lo endeudó hasta extremos insostenibles con operaciones como la OPA por el 100% de las acciones Sogecable, que era innecesaria, pero que justificó en un supuesto proyecto para vender Digital Plus a un tercero en el que estaba involucrado un banco de inversión internacional.
Prisa salió a bolsa en el año 2000 a 3.460 pesetas. Es decir, a algo más de 20 euros. Sus títulos valen actualmente 33 céntimos. Cuando Cebrián dejó la presidencia ejecutiva, los títulos ya se habían depreciado más del 95%.
Al igual que le sucedió a ese régimen comandado por el bipartidismo, los grandes transatlánticos del Ibex-35 y el sostén de una monarquía incuestionable, a Cebrián le arrinconaron con la llegada de la 'gran recesión'. Pablo Iglesias imprimió su rostro en aquel autobús en el que figuraban los grandes responsables -según Podemos- de los males del país. En paralelo, un fondo de inversión comenzó a comprar acciones de la compañía para tratar de sacar beneficios -del tipo que sean, ahí existen todavía muchas incógnitas- del incendio de Prisa y le montó una guerra interna que al final ganó. Mientras Cebrián acudía a las fiestas otoñales de las embajadas con su joven novia, los socios del grupo se preguntaban cuándo se iba a hacer efectiva su promesa de abandonar la presidencia del grupo... y Joseph Oughourlian -Amber Capital- intentaba entablar alianzas para desahuciarle.
El descabello
No mucho tiempo después de que Pablo Iglesias pronunciara aquel famoso discurso del 'tic, tac; tic, tac', Oughourlian pidió el micrófono en una Junta de Accionistas de Prisa y acusó a Cebrián, en público, delante de todos, de arruinar la compañía y perjudicar a los inversores. Con el tiempo y con paciencia, consiguió apartarle de su puesto.
Janli intentó entonces convencer a los dirigentes de 'la nueva Prisa' de la necesidad de constituir una fundación -al igual que The Guardian- para velar por los nombramientos de los medios del grupo y decidir su línea editorial, en un intento de conservar algo de presencia en Gran Vía 32 y quizás de evitar que El País se alejara de los intereses del viejo PSOE. El de Felipe. El de los jarrones chinos. El enfrentado con el fallecido Miguel Barroso, con el zapaterismo y con el 'presente' José Miguel Contreras.
Sucede que esa estrategia no funcionó. Le dieron una presidencia de honor (él dice que no la quería, pero la aceptó para no desestabilizar más el grupo), un espacio como columnista y poco más. Cuando ha coincidido con Oughourlian, ha habido buen tono -cuentan los testigos de ello-. También con Pablo Iglesias, con quien incluso ha llegado a participar en actos públicos. Lo que sucede es que ahora le han despojado del último cargo que conservaba y cuesta evitar la sensación de que la España que construyeron, como todo ese mundo del ayer, son pasado. Pasado remoto además.
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