Leo, con la risa nerviosa de un forense que entra por descuido en un matadero municipal, que el Gobierno anuncia – paren las máquinas- que ha encargado a IBM, gigante tecnológico norteamericano, la creación de un modelo de Inteligencia Artificial entrenado en español que rivalice con ChatGPT, mascarón de proa del unicornio digital californiano Open AI, valorado, por lo bajo, en más de 80.000 millones de dólares.
En esa carrera estatista en la que andamos metidos como país, que la Moncloa salpimenta con las más frondosas metáforas y adjetivaciones del castellano, -ahí están, por todas, la fundación de multimillonarias sociedades públicas para la ”transformación tecnológica”, el impulso a conglomerados farmacéuticos estatales para el desarrollo de “nuevas terapias avanzadas”, o la entrada -
proteccionistas son los otros- en el capital de compañías “estratégicas”, se nos revela estos días un nuevo hito gubernamental gracias al cual, un deslumbrante contubernio de funcionarios y consultores va a desarrollar un castizo modelo de IA que desafiará al de Sam Altman y sus secuaces, aunque ellos no se hayan dado aún por enterados.
La buena nueva -cosas del Título VIII de la Constitución, de la rijosa aritmética parlamentaria y la inquietante cercanía de las elecciones vascas y catalanas- es que se van a incorporar al proceso de entrenamiento y aprendizaje las lenguas cooficiales de nuestro país, con objeto de ejercitar y fortalecer esta inteligencia artificial española en la diversidad de nuestra cultura, aunque este modelo de cooficialidad generativo, este café de cápsula para todos, tendrá la particularidad de que cada vez que el motor busque la palabra “España” entre muchos de estos repositorios regionales encontrará la fría expresión sustitutiva “el Estado”, junto a complementos idiomáticos de marcada auto-referencialidad territorial que van del indispensable “nos roba”, al machadiano “de charanga y pandereta”, que obligará, mutatis mutandis, a un nuevo pacto de cesión de competencias entre gobierno y partidos nacionalistas en la España de dos, tres y hasta 17 velocidades.
El Ministro Escrivá (de resonante apellido amanuense incompatible con los automatismos de esa IA generativa que nos pretende regalar), cuyo afán pionero y rompedor en lo tecnológico rivaliza con aquel impulso de post-modernidad que nos trajo, años atrás, las kely-finders de la Ministra de Vivienda Trujillo, ha adelantado que se usarán -ay- los Diarios de Sesiones de las cámaras parlamentarias para alimentar el proceso de aprendizaje de este modelo de lenguaje inteligente Made in Spain, ante lo que uno no puede dejar de pensar en la incomodidad y el desasosiego que sufrirían frente a este desvarío de nuestro genio nacional los Azorín, Fernández Flórez o Luis Carandell, nuestros más egregios cronistas parlamentarios e hijos de una época -hoy ya perdida- en la quienes hacían pasillo en el Congreso acudían a la Cámara con levita e ideas propias, con una carrera universitaria y con años de práctica del subjuntivo, la sinécdoque y las oraciones subordinadas.
Vista esta bodega del lenguaje a la que el Ministro va a fiar la educación primera del robot, el emergente chat patrio se nos presentará, más pronto que tarde, como una herramienta bronca, mal hablada y engolosinada con las cosas de partido, el terraplanismo ideológico y los sesgos incorregibles de culto al líder, a tono con la puesta en escena de no pocas sesiones ordinarias (en su sentido literal) que nos regalan últimamente sus señorías desde la Taberna del Cojo, que es como se conoció durante años al Congreso de los Diputados desde que el tullido y sagaz Conde de Romanones abriera un bar en su interior en el cual, entre tragos, humo de cigarros habanos y aroma de gildas y casquería, sus moradores pudieran aprender lo desabrido del oficio con cierto relajamiento del gesto, el cinto y el talante. Ahora, y puesto que asumimos que sus Señorías hablan como el pueblo y que la herramienta digital que nos ocupa se impregnará de este volkgeist de ruido y chatarra intelectual que nos rodea, suponemos que los textos que van a guiar a nuestra IA patria no se recrearán en la verba de Cánovas del Castillo, los discursos de Azaña o en esa prosa florida de Castelar que alabara Don Benito en los Episodios Nacionales. Aun al contrario, el sherpa español de la inteligencia artificial de l’Estat que nos trae Escrivá va a capacitarse, -como los párvulos que ingresaban inmaculados en un grupo escolar- con unos Cuadernos Rubio parlamentarios riquísimos en florilegios de gramática parda, sembrados de expresiones gruesas y fértiles en giros de contemporánea coloquialidad que bien podrían apadrinar El Yoyas, Maluma o Belén Esteban, aunque vengan puestos en boca, vaya usted a saber, de un prócer berciano con escaño por León, se nos presenten con la finezza de un tribuno de la escuela urbana de Rufián o estuchados como exuberantes gemas idiomáticas de la Sra. Montero, la penúltima letraherida meridional con mucho mando en plaza.
Decía el poeta que desconfiaba de las romanzas de los tenores huecos, un consejo que bien vale para esta época en la que los traficantes al por mayor de humo medran entre las oficinas públicas y los gabinetes de comunicación institucionales. Así, no tan lejos de este anuncio de Escrivá quedan los market places locales para competir con Amazon pagados con dineros de todos, la atrabiliaria web de Renfe, las apps institucionales para enredar turistas con juegos y promociones que, auspiciadas para someter a Facebook, no se descarga nadie o el recuerdo desleído de esas iniciativas gubernamentales altisonantes y ya desmanteladas, como la España Start-Up Nation, con las que pensábamos que íbamos a ayudar a crecer y multiplicarse a nuestros emprendedores tecnológicos y digitales y al final hemos terminando encargándole el trabajo de nuestro Chat GPT nacional a una empresa tan americana como el pavo de Acción de Gracias, quizá pensando en lo conveniente de empezar a perfilarnos ya en modo amable y complaciente con los simpatizantes y recurrentes donors de la venidera administración Trump.
Por respeto a la memoria de Nebrija y a la de Feijoo (el ilustrado Padre dominico), confiemos en que estos dineros ministeriales no acaben engordando los fondos de ese Museo Nacional de lo Inútil para el que ya estamos buscando sede permanente en la España Vaciada, y en el que, junto a tantos cachivaches y pecios de las buenas intenciones públicas, descansan ya el gazpacho de kiwi, la Oficina de Prospectiva y Estrategia de Moncloa o la manta neutralizadora de flatulencias hecha con lanas de ovejas de productores sostenibles de la selva de Irati. La suerte está echada y el genio español vuelve a cabalgar.
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