Quizá toda esta campaña vasca ha sido una campaña de ponerse gafas falsas para no ver, como las gafas de temblor y silencio de Otxandiano. El candidato de Bildu, que ha hecho de sus gafas de cine mudo un icono, como las de Harold Lloyd o las chicas de Un, dos, tres, ni siquiera usaba gafas hasta que se presentó de la mano de Otegi con sus gafas con nariz de plástico. Estas gafas de mentira para no ver a ETA, estas gafas para meter el dedo o sacar la lengua, estas gafas de atrezo, como una bibliotecaria porno, estas gafas con ceja de teleñeco, las ha convertido Otxandiano en su ceja de Zapatero particular, incluso usando / copiando aquel anuncio de la ceja. En el anuncio de Bildu, la ceja de Zapatero que se les engatillaba a Bosé o a Sabina termina convirtiéndose en la gafa de Otxandiano, aunque la gente que hace el gesto de ajustarse o enroscarse esta gafa, obscena gafa de los que no quieren ver, más bien parece que ajusta o enrosca una mira telescópica. Otxandiano no ve a ETA con gafa fina de vaho ni con gafa gorda de culo de vaso o lente de faro. Pero es que se trata de eso, de no ver, y no sólo para Bildu.
En el País Vasco hay que hacer lo que sea para no ver, ponerse el parche del ojo vago o del tuerto preventivo, ponerse la legaña de la progresía o ponerse el orzuelo de la tradición
Con las gafas de Otxandiano uno mira sin ver y apunta sin ser visto, sabe sin pensar y hasta pestañea con vivísimos ojos de muerto, como una muñeca en una mecedora. Sus gafas convertidas en icono incluso establecen una enfermiza correlación o evolución entre el zapaterismo miope y el bilduetarrismo sin moral o sin ojos. En el País Vasco hay que hacer lo que sea para no ver, ponerse el parche del ojo vago o del tuerto preventivo, ponerse la legaña de la progresía o ponerse el orzuelo de la tradición. O incluso sacarse los ojos directamente, como en aquel cuento de Boris Vian, y ver ya sólo con las gafas de ciego, con la fe ciega, con los dedos húmedos o con la memoria telarañosa igual que la cuenca del ojo vacía. Así resulta que Bildu no quiere ver a ETA, ni el PSOE quiere ver a Bildu, ni el PNV quiere verse a sí mismo por no darse cuenta de que se ha hecho viejo como un campanero viejo, ni tampoco el PSOE quiere verse a sí mismo por no darse cuenta de que sus contradicciones no se pueden soportar más que con la ceguera.
La luz que te deja ciego, el ciego que te guiña un ojo, el ojo de la víctima que golpea el dedo del verdugo, el golfillo que usa las gafas como tirachinas, el criminal que usa las gafas como antifaz o el ignorante que usa las gafas como linterna, nada está en su sitio en esta campaña porque se trata de no ver y de no verse. Tampoco el PP quiere ver algunas cosas, por ejemplo que con tanto izquierdista de gafita y boquita de Lennon quizá se le olvidó luchar sobre todo contra el nacionalismo. Ahora, por dejarse las gafas de lejos en la otra chaqueta, todo es nacionalismo, no sólo en el País Vasco o en Cataluña sino en España entera, devorada por las tribus, las identidades y los saqueos. Todo es nacionalismo, hasta ese mirar al nacionalismo con gafas de contable que practica no sólo Sánchez con cinismo sino también Feijóo con naturalidad.
No hay más ciego que el que no quiere ver ni más tonto que el que cree que basta con ponerse gafas para ser listo. De todas formas, no sólo hay que hablar de los políticos con gafas de póker, de abuela, de pitagorín, de Mortadelo, de eclipse, de francotirador o de MILF sino de las sociedades que hace mucho que se pusieron no gafas de colores sino un pañuelo en los ojos o un saco en la cabeza. En estas sociedades, ciegas ya de tanto mirar el sol mitológico que les hace chiribitas en la retina durante la siesta o las guerras nacionales, la patria puede pedir asesinatos y la morriña puede anular la ciudadanía, la ley y los derechos individuales. Con estas orejeras de piedra y estas gafas de buzo es imposible ver nada, aprender nada ni avanzar nada. Hay que desaprender todo el nacionalismo y volver a aprender la ciudadanía, pero resulta que, como decíamos, todo ahora es nacionalismo, así que me parece que estamos condenados a que los ciegos dirijan a los ciegos.
Toda esta campaña vasca ha sido una campaña de ponerse gafas falsas para no ver, como las gafas de vacío y vergüenza de Otxandiano. No ver el retroceso moral y cívico, no ver el cinismo de los que se compran gafas negras para las fiestas, gafas de Lolita para los entierros y gafas de guapo para los apocalipsis; no ver que los antidemócratas ordenan y definen la democracia, que los ambiciosos y los inmorales gobiernan nuestros intereses y nuestra moral. Hay toda una industria de armazones y tapones para la ceguera y la sordera nacionales, que parece que nos sumergen en una umbra cósmica o en un abismo submarino que requieren un outfit muy específico, como el que se va a esquiar o a la República Dominicana. Pero en realidad sólo hay que quitarles la gafa finísima o inexistente, como a Clark Kent, para ver que están ahí con sus gafas sin cristal o sus discursos sin verdad. Tampoco es que se oculten demasiado, lo que pasa es que nos hemos acostumbrado a no ver o a ver a través de otros ojos.
No es que en la política abunden los ojos puros, la mirada directa ni las cabezas despejadas, pero Sánchez ha hecho que unas elecciones autonómicas nos provoquen angustias atávicas, como la de quedarse ciego en la oscuridad. Pase lo que pase este domingo, no cambiará lo fundamental: la política con Sánchez seguirá siendo una subasta entre las tribus y las elecciones autonómicas sólo sirven ya para engordar a los socios de Sánchez y establecer la vez entre ellos como entre señoras del seguro con gafa de cadenita y mil recetas de necesidad o de vicio. Apuesto a que Sánchez apoyará al PNV, a que la relación con Bildu se reconstruirá como unas gafas con esparadrapo, y a que nada se moverá tanto como para partirle a nadie las gafas sentimentales o inventadas. Habrá que esperar a las elecciones catalanas para ver ojos llorosos, ojos morados u ojos reales a través de las gafas de niebla, de mierda o de oro.
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