Doce mil gargantas se desgañitaban ayer en la calle Ferraz rogando: "Pedro quédate". El Comité Federal del PSOE, el mismo órgano que le echó en aquella jornada amarga y triste de octubre de 2016, ayer le imploró que no se fuera, que siguiera liderando la lucha por la democracia en España. Y, mientras tanto, él seguía reflexionando, junto a Begoña, su mujer, hasta el lunes. ¡Es que acaso no escuchaba el dolor de los suyos! ¿Por qué les mantiene en la zozobra?
Dice Juanma Romero en su crónica de hoy que la dirigencia del PSOE está viviendo estos días desazonada. Que en la reunión del Comité Federal había caras de funeral. María Jesús Montero, la número dos del PSOE, que ayer volvió a demostrar sus dotes de agitadora de fábrica, les dijo a los periodistas en un corrillo que ella no sabía nada: "Estoy como vosotros".
Nadie, ni Montero, ni Bolaños, ni Oscar López (muy afectado personalmente por la amenaza de Pedro Sánchez de dejar el Gobierno), sabe lo que hará el presidente. Ni siquiera tenían la más mínima idea de que el asunto de su esposa le hubiera afectado tanto, hasta el punto de poner al país al borde de una crisis política que podría acabar... Pero, no adelantemos acontecimientos.
Lo que ha sucedido, que sepamos, es que un juez ha decidido abrir unas diligencias previas por un presunto delito de tráfico de influencias de Begoña Gómez. Todo ello, basado en unas informaciones publicadas fundamentalmente por El Confidencial, que no han sido desmentidas.
Me parece poco para plantearse la dimisión. ¿Qué hubiera hecho si hubiera tenido que soportar la presión mediática y política que sufrió Felipe González con los GAL? ¿O Aznar con la guerra de Irak? ¿O incluso Rajoy con Bárcenas?
Por lo que le conozco, Sánchez tiene tanto o más aguante que sus predecesores. Y ha hecho gala de su capacidad de resistencia hasta con un libro autobiográfico.
Por eso creo que en la decisión del presidente hay menos sentimiento que estrategia política. El fango ya existía antes del miércoles. Y no provenía de un sólo lado del tablero.
Descartando que se trate de un bajón anímico (un hombre como Sánchez se ha tragado muchos peores que este), queda por ver cuál sería la mejor de sus opciones una vez que le ha dado un revolcón a la política nacional y ya a nadie le interesa otra cosa que saber qué va a pasar a partir de mañana. ¿Se acuerda alguien de las comisiones de investigación del caso Koldo y cosas por el estilo?.
Sánchez no va a dejar al partido en barbecho dimitiendo sin más. La crisis que se abriría dejaría al PSOE tocado a las puertas de las elecciones catalanas y europeas. Por otro lado, nadie medianamente sensato cree que María Jesús Montero pueda asumir su papel. "El carisma no se hereda", dice un dirigente socialista.
Tampoco le añade nada a Sánchez anunciar una moción de confianza. Ya tiene la confianza de la mayoría del Congreso. Ninguno de sus socios, ni siquiera Puigdemont, que ya hace cábalas de cómo sacar tajada de lo que está pasando, ha amenazado con retirarle su apoyo.
Sólo la convocatoria de nuevas elecciones justificaría su sorpresivo movimiento. Me temo que volverá para salvarnos a todos.
Por tanto, sólo cabe una posibilidad racional, que cuadra perfectamente con el carácter, con la personalidad del líder del PSOE: convocar nuevas elecciones. El presidente podría disolver las cámaras a finales de mayo para que los ciudadanos volvieran a votar en julio. Legalmente puede hacerlo.
Es una jugada de riesgo, pero Sánchez es un jugador acostumbrado al riesgo. Lo que ha conseguido hasta ahora con su amenaza de dimisión es cohesionar al partido. ¡Hasta García Page ha salido en su defensa! Tiene al partido en un puño y a su socio, Sumar, en plena desbandada. Sánchez puede presentarse a los comicios como el único que puede frenar a la derecha y la extrema derecha. El efecto del voto útil en un ambiente inflamado de tensión le puede dar muy buen resultado.
Quedaría en el aire la ley de amnistía, y si logra votos suficientes, incluso podría prescindir del apoyo de Junts en una hipotética investidura. Nadie duda de que ERC, Bildu, PNV y BNG le seguirían apoyando. Incluyendo, por su puesto, los restos de Sumar.
No hay que descartar ese escenario, que le daría la oportunidad al presidente de tomarse la revancha con Feijóo.
Hasta ahora, todo lo que ha hecho Pedro Sánchez, desde que se presentó a las primarias de 2014, ha respondido a una estrategia de poder. No se rindió cuando los suyos le echaron, menos va a rendirse cuando la supuesta ofensiva viene desde afuera, impulsada por poderes en la sombra, con terminales mediáticas y políticas. De hecho, ha construido un enemigo/ficción tan poderoso que sólo un hombre con su fortaleza y su convicción podría derrotarlo. El Comité Federal del PSOE ha reclamado su continuidad para defender a la democracia. Ante ese reto tan elevado ¿quién puede eludir su responsabilidad? Si es que se lo creen, claro.
Me apunto a esta tesis, aunque, como decía mi admirado Ignacio Varela, tenga que comerme el sombrero si al final me equivoco.
Hay, además un detalle que no debemos pasar por alto. Las elecciones serían en julio. Justo cuando se cumplen diez años de su triunfo contra todo pronóstico frente a Eduardo Madina (el candidato entonces apoyado por el aparato). Pedro volverá para salvarnos a todos. Me temo.
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