En Madrid se siguen cruzando los caminos de los reyes y las ovejas y sigue estando el centro de todas las envidias, los fardes y las batallas, así que cómo no iban a estar ahí la guerra de Sánchez contra la razón y la guerra de Ayuso contra el viento. La Comunidad de Madrid es un invento moderno y administrativo, una escisión cortesana, ferroviaria y roquera de La Mancha, pero el Dos de Mayo ya estaba ahí hace mucho como nuestra Bastilla, con majas armadas y sans-culottes patilleros, a pesar de que ese mismo Madrid diría luego “vivan las caenas”. El Dos de Mayo, español antes que madrileño, es épico y guerrero como otras fiestas son dulceras o agropecuarias, y Sánchez ya ha perdido la épica, o sólo tiene una épica llorona, con cartas de viuda o de insolvente, o de viuda insolvente. Mientras, Ayuso parece que maneja no la máquina del fango sino la afiladora, igual que si fuera un organillo.
El Dos de Mayo, Sánchez mandaba otra carta más, por el grueso aniversario del PSOE, que ya pesa como un centón, o por el corto aniversario de su desmayito de novia, un desmayito que cumple aniversarios diarios como los noviazgos juveniles. Era una carta dirigida esta vez a la militancia, militancia rendida cuya fidelidad, claro, ya no tiene ni épica ni mérito, como la parroquia que recibe la carta del obispo y provoca automáticamente el aleteo de monjas y casullas (la religión tiene mucho de palomar). Sánchez ya sólo tiene diálogos de convento con los suyos, como tras rejas o como en procesión (lo de Sánchez en la Feria de Abril de Barcelona quería ser una procesión de ermita, un poco tosca, trastabillada y avinada). Sánchez está haciendo el ridículo por la prensa internacional y por los cenáculos nacionales, y algunos, yo creo que más cercanos que lejanos, han sacado ya incluso eso del postsanchismo, por ir haciéndolos un poco póstumos a él y a su punto y aparte.
A mí el Dos de Mayo me parece mal día para sacarse los mocos, como intentó ya Bolaños el año pasado y como está haciendo Sánchez ahora (Sánchez puede ser el primer líder mundial que intenta una revolución populista e iliberal impulsada por velones de mocos, hipos, llantinas y pataletas). Y esto no es sólo porque el Dos de Mayo sea el día de Ayuso en todos los telediarios, como cuando es el Día de la Marmota. El Dos de Mayo tiene que ser épico, que es una conmemoración de cañones y tijeras y además nos deja los enemigos bien silueteados moralmente, aunque luego los emborrone Goya, el pintor que, con Turner, nos adelantó las vanguardias de fin de siglo casi un siglo antes. Pero ya digo que Sánchez ha dejado la épica en el mismo sitio que la verdad, allí donde guarda los calzones, y sus enemigos ya no es que estén emborronados sino que son irreales o ridículos, como mamelucos vestidos con chándal de estilo guacamayo. Sánchez, acusando a los demás de hacer lo que él hace mejor que nadie, queriendo alojar la democracia en el tiro de su pantalón azulina, copiando los argumentos, manifiestos y obsesiones de los dictadores tomboleros, sólo se está señalando a él mismo como el más peligroso de los enemigos.
Parece que Victoria Prego murió para enseñarnos, cuando más falta nos hace, qué es la democracia y qué debe ser la palabra, que cuando no van unidas enseguida huelen, como huele ya el colchón de Sánchez
Mala fecha me parece el Dos de Mayo para mojar el colchón de la Moncloa otra vez, que Ayuso siempre le gana en el día, no sé si por esa cosa que tiene de maja entoallada o de muñequita generala que pinta tan bien ante las banderas como de ganchillo y los edificios de Madrid como muebles de la abuela. Ayuso sabe manejar los rojos de la paleta ideológica y cromática, los rojos goyescos, bolivarianos, madrileños o chinescos, que ella misma salió con un rojo chinesco y muslos aún más chinescos a mandar a los aviones y a los cañones, como una emperatriz china, contra el viento. Pero esto es sólo folclore, tener al guardia civil al lado del nuncio y pasar revista con música de chotis y vestido con vislumbre de flecos, como en un cuplé para soldados. Ayuso abusa de la épica del bronce, el bordado y la corneta, pero todavía está lejos de que la épica le siente igual que a Sánchez, o sea como un traje de mariachi. Aunque la cosa no es tanto que Ayuso saque muslamen o aviadores sino que saque, por ejemplo, justo ahora, a periodistas. Hasta mencionó a nuestra Victoria Prego, que parece que murió para enseñarnos una última vez, y cuando más falta nos hace, qué es la democracia y qué debe ser la palabra, que cuando no van unidas enseguida huelen, como huele ya el colchón de Sánchez.
El Dos de Mayo, Sánchez lloraba otra vez ante su público de telenovela y empanadilla, que va a llorera y a susto por capítulo (quizá su público está buscando ya otra telenovela, antes de que este gavilán, guapo por la pata abajo, se cargue no ya el PSOE sino todo el país). El Dos de Mayo no es que nos volvamos a replantear el cañonazo, que estos cañonazos sólo suenan como campanas y sólo espantan a las palomas. Ni siquiera volvemos a replantearnos la identidad del país, un poco con aburrimiento de pinacoteca, ni la identidad de un Madrid más oficinesco que histórico. El Dos de Mayo más bien volvemos a darles vueltas, aunque sean vueltas de rotonda o vueltas de organillo, a conceptos como la tiranía, el abuso y la resistencia. Por eso, no por la majeza de la una ni los palominos del otro, era el peor día para Sánchez.
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