Ábalos apareció por el Senado con perfil y lentitud de picador, poniendo la pierna de lata y sin tirar de la manta, que como la muleta es arma y escudo y nunca se arroja. Se dice que estas comisiones no sirven para nada, pero yo creo que tanta explicación increíble nos lleva a la verdad por descarte de lo imposible, como decía Sherlock Holmes. Los extraños que coinciden en un aeropuerto, en una noche, en una farola y en una femme fatale (tomemos como licencia de género que Delcy Rodríguez es eso) para volver a coincidir en un sumario; o el empleado bruto y simplote, o sea Koldo, con San Cristobalón en el salpicadero como un taxista de Almodóvar, que lo mismo te va por tabaco, te lleva de misión secreta o intermedia en contratos como si las administraciones fueran camellos de polígono; todos ellos son más reveladores como casualidad que como complot. Sin embargo, yo lo que me pregunto es por qué Ábalos no ha escrito una carta a la ciudadanía y ha acabado así con todas las suspicacias del españolito, demócrata sentimental.
Ábalos tendría que haber escrito una carta a la ciudadanía, siquiera en una servilleta de mesón, que yo creo que a Ábalos se le ha tenido que romper el corazón más de una vez en un mesón, a la hora cruel del pacharán y la servilleta de gurruño, ante alguna señorita de parador con piernas de arbotante toledano o algún comisionista sin fondo ni sentimientos. Lo de dar explicaciones, no ya sobre uno mismo ni sobre su santa sino sobre lo público, que es lo que importa, no sólo no está de moda sino que no resulta nada democrático. Las explicaciones, o sea la intolerable pretensión de fiscalizar lo público, son algo fascista que sólo piden periodistas fascistas, jueces fascistas y políticos fascistas. Por el contrario, el demócrata escribe una carta sobre la almohada o sobre los muslos de la amada, como si fuera el vizconde de Valmont, una carta a la que sólo se le puede añadir ya música de arpa o un duelo con florete.
Fue una gran torpeza que Ábalos se presentara en esa comisión con fondo de concurso literario de ateneo a dejarse preguntar como por el Quijote, cuando las cuestiones de la democracia no se resuelven así
Ábalos tendría que haber escrito una carta, que él también tiene corazón y le duele y le presiona a veces como una hernia de hiato. También Koldo lo tendría que haber hecho en su día, en vez de soltar su indignación de viva voz, como una bola de pelo de gato grande, que eso suena a indigestión más que a reflexión. Yo creo que fue una gran torpeza que Ábalos se presentara en esa comisión con fondo de concurso literario de ateneo a dejarse preguntar como por el Quijote, cuando las cuestiones de la democracia no se resuelven así. De hecho, el demócrata sólo pasa su carta bajo la puerta, como si fuera la tarjeta del Monopoly que te libra de la cárcel, y ataca a los que osan fiscalizarlo. Ábalos, que es de la vieja escuela, quiso solventar la comparecencia con pausa, sorna y el gran recurso a las casualidades de lo público, incluida la más dolorosa, que es que los jefazos nunca se enteran de nada y los mindundis pasan de irte por ginebra a la gasolinera a exitosos comisionistas. Pero ya no se hacen las cosas así, con explicaciones o al menos excusas, sino sólo con pequeños infartitos de tinta, como esa gente que pone corazones en las íes.
No me extraña que a Ábalos lo hayan echado del partido, que a lo mejor lo que pasa es que no sabe escribir cartas de amor, ridículas como todas las cartas de amor, que decía Pessoa. El verdadero servidor público, el demócrata de frente alta, con cejas como coronas de laurel, el auténtico héroe de la ciudadanía que sólo nos salvará haciéndose primero rico o poderoso, lo que tiene que hacer ahora es encerrarse en un torreón a escribir cartas de preso, febriles como decía Sabina, que a lo mejor es nuestro Pessoa. Cartas a la ciudadanía, arrugadas como su corazón encogido, mojadas y purulentas como su lacrimal infectado, cursis como el amor con guitarrita y camafeo, tiernas y a la vez autoritarias como una carta a los corintios, como si quisieras encamarte con todos los corintios, o con todos los españoles. Fíjense que hasta Abascal quiere pactar o convenir algo con Feijóo y lo que hace es mandarle también una carta a través de heraldos, palomas o telediarios, una carta como perfumada de Floïd y que ahora anda por ahí como entre palcos de ópera, por seguir con Las amistades peligrosas.
Estábamos aquí como en la prehistoria de la democracia, con el peso de piedra de la palabra y las leyes, cuando Sánchez nos ha descubierto la levedad de garabato del corazón y de la verdad, y ahora todo el mundo está mandándose cartas como barquitos de papel. La carta a la ciudadanía que en realidad es para un particular, la carta sobre tus cosas particulares que se convierte en carta a la ciudadanía, la carta de amor que sólo manosea el amor, el corazón desplegado poéticamente como un origami que no significa, ni democrática ni política ni penalmente, más que tu hígado desplegado como una lámina de la anatomía de un rumiante. La carta que lo inaugura, lo perdona y lo justifica todo, como si fueras el que inventó el amor, como un amante mesopotámico, o el que inventó la justicia meramente literaria, como si fueras el conde de Montecristo; esto es lo que me parece peligroso, más que esta afectación, esta grafomanía o erotomanía de Sánchez de escribir con sus babas, y que ya se va contagiando.
Ábalos no sabe escribir cartas de amor, por eso anda todavía por las comisiones justificándose, como si fuera un salvaje, y aún no sabemos si terminará ante los jueces, como si fuera un robaperas. Quizá tendría que adaptarse, quizá tendríamos que adaptarnos todos y hacer como Sánchez, escribir una carta de amor todavía con olor a flores o a palangana para que se rindan los periodistas, los jueces, la verdad y la inteligencia. Si Ábalos no sabe escribir cartas de amor, o si no sabe usted tampoco, o no termino de saber yo, vamos a tener que aprender todos pronto o pareceremos malvados, subversivos o culpables.
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