La parte más desconcertante de una pérdida sobreviene el primer día en que el superviviente no piensa en el ausente. Eso provoca una sensación extraña, que mezcla alivio y culpabilidad. Es una pena distinta, un dolor que obliga a quien lo padece a aprender a caminar sobre un terreno extraño y a hacerlo casi flotando, como los astronautas que pisaron la Luna. Sucede que los padres de hijos muertos no conocen esos matices, dado que no hay día en que no lamenten su desgracia. Afrontan la vida como pueden, como una especie de condenados que cargan una enorme roca a la espalda. Nadie con un mínimo de empatía se atreve a mentar a su hijo si ellos no lo hacen. Eso, claro..., no deja en muy buen lugar a los medios de comunicación que se han especializado en abundar en asesinatos y demás desgracias ajenas.

Después de que las televisiones y las plataformas de contenidos bajo demanda hayan manufacturado cientos de capítulos sobre crímenes, estafas y bajezas de toda índole, ha tenido que ser la madre de un niño aniquilado, Gabriel Cruz, la que ha retratado a este tipo de carniceros antropófagos. Lo ha hecho tras conocer su intención de rodar una serie sobre su hijo. “Solicitamos ayuda, auxilio y amparo; y poder defendernos de los que pretenden lucrarse con este asesinato”, ha denunciado.

Su impotencia es la propia de una madre que quiere que su niño descanse en paz, sin que nadie le perturbe y sin que se mitifique a la asesina, como ha sucedido con tantos psicópatas. Todo eso es obra del género true crime, que cultivan con cientos de capítulos televisiones y productoras y que devora la audiencia en cantidades industriales. Cada vez mayores, podría decirse, porque las plataformas han visto que es más económico fabricar estos tele-dramas que capítulos de ficción.

Se estrena estos días en Netflix el documental sobre ‘el rey del cachopo’ y no tengo duda de que quienes ‘degustaron’ la serie del caso de la niña Asunta Basterra disfrutarán con las peripecias de este imbécil, que descuartizó a su pareja y la metió en una maleta. La audiencia busca la sangre y las desgracias ajenas para entretenerse. Estos productos son perfectos para un país que ha renunciado a la elegancia y que ya no mira al horizonte, ni al cielo, ni busca la excelencia, sino que prefiere regodearse en la batalla verbal, los memes, las doctrinas trasnochadas, las vísceras y el bajo vientre. 

Culebrón venezolano

La actualidad se cuenta hoy con un estilo dramático que deviene en ocasiones en culebrón venezolano. No hay mejor ejemplo de ello que la carta que nos remitió el presidente del Gobierno hace un par de semanas, en la que, además de amenazar con su dimisión -como un adolescente despechado-, contó un bulo difícil de creer, y es que alguien con tanta ansia por el poder y tantos años de matrimonio está “profundamente enamorado”.

La audiencia busca la sangre y las desgracias ajenas para entretenerse. Estos productos son perfectos para un país que ha renunciado a la elegancia y que ya no mira al horizonte, ni al cielo, ni busca la excelencia, sino que prefiere regodearse en la batalla verbal, los memes, las doctrinas trasnochadas, las vísceras y el bajo vientre. 

Los afiliados salieron a la calle y María Jesús Montero se engoriló delante de las cámaras. Golpeándose el pecho, rogó a Sánchez porque se quedara. Ploc, ploc, ploc, Pedro, ploc, ploc, ploc. Y ahí nos tenía su jefe el lunes por la mañana, delante de la pantalla, a la espera de que comunicara su decisión, como quien aguarda el estreno del último capítulo de la temporada de su serie favorita, contada, como casi todas, en forma de telenovela. Horas y horas de diálogos con poco arte visual. Barato y cutre. Menor. De perfil bajo, como casi todo lo que produce y se consume en este lugar del mundo.

Diría que ha llegado un punto en el que el espectador de todo esto ha dejado de diferenciar la realidad de la ficción. Se pierde entre fantasías, como Don Quijote, o como la cría tonta de El bastardo recalcitrante; y se aleja del suelo y del dolor que provocan las tragedias entre quienes las padecen. Así que habrá quien se ha llevado una decepción al sospechar que, a lo mejor, la productora del serial sobre Gabriel Cruz decide suspender el proyecto, avergonzada por la reacción de la madre y de su entorno. La audiencia, simple y deseosa de paliar sus desgracias con otras mayores, deseaba volver a ver a Ana Julia Quesada en pantalla y a hablar de sus actos, de sus asuntos sentimentales... y de todo lo que ocurre allí donde se ha renunciado a la lucha contra la marginalidad.

De todo eso no son culpables los medios en exclusiva. También la tienen Paco, Pepa y los criminólogos de sala de estar.