Les voy a contar una cosa: la rana, salta. Si se calienta poco a poco el agua, la rana, que está dentro de la olla, busca salir en cuanto nota el agua caliente, lo suficiente como para estar incómoda. Eso de que la puedes hervir sin que se entere… leyenda urbana.

Lo comento porque se está pasando con mucha ligereza por encima de aquel “somos más” que dijo Pedro Sánchez la noche de las generales cuando venía de perder; con ligereza por encima de los ultimátums para renovar el judicial a medida de Ferraz; con ligereza por encima de no presentar Presupuestos; con ligereza por encima de cogerse 5 días de vacaciones siendo el Presidente del Gobierno...

Todo parece ser una causa en la que Pedro Sánchez pueda parecer, a muchos, que lo tiene todo justificado, pero hay que tener en cuenta que en una democracia quien prevalece es la institución, no la persona.

Pero, miren: creo que les hablado ya de los “Federalist Papers”, una serie de documentos escritos por John Jay (primer Chief Justice del Tribunal Supremo de los EE. UU.), Alexander Hamilton (primero Secretario del Tesoro) y Alexander Hamilton, caballero de Virginia, Secretario de Estado con Jefferson y su sucesor en la Presidencia del país. Todos firmaron con el mismo seudónimo, Publius, dando así unicidad a la obra.

Vamos, gente no menor que, dado que la Constitución que rige la democracia más longeva que se conserva hasta nuestros días es muy sintética, se vieron en la obligación de explicar el por qué de su estructura y contenido en esos “Federalist Papers” (FP en adelante).

Pues bien: “La acumulación de todos los poderes, legislativo, ejecutivo y judicial, en las mismas manos, ya sea de uno, de unos pocos o de muchos, y ya sea hereditario, autodesignado o electivo, puede con justicia ser pronunciada como la definición misma de tiranía”.

La cita es de 1788. Que sí, que seguro que los antiguos griegos, fueran dorios, jónicos o aqueos, estaban de encantados con Cipselo, Cleistenes o Polícrates, pero casi toda tiranía ha terminado en revolución y toda revolución no deja de ser una guerra civil, lo que hace poco recomendable.

Así que, a finales de 1788 y motivados por la búsqueda de la liberación de la monarquía británica, deciden establecer una república en la que, lo primero a evitar, es al mismísimo tirano.

¿Cómo se reconoce a un tirano? Porque, como dice Publius, el tirano busca aunar todos los poderes en él.

¿Cómo se reconoce a un tirano? Porque, como dice Publius (que, en este caso, fue Madison en el FP #47) el tirano busca aunar todos los poderes en él. Por puro pragmatismo entendamos “en él” como un sistema de delegaciones, pero se trataría de que el control y la última palabra dependiera del tirano.

Por lo tanto los padres fundadores decidieron que la Presidencia no sería el poder más importante, sino que lo sería el Legislativo, que sería elegido de forma independiente al Presidente y que actuaría de contrapeso. De hecho la Constitución habla de las Cámaras de representantes y de los Senadores antes de llegar a la Presidencia y, por otra parte, si el Presidente decide vetar una ley emanada del Capitolio, el Congreso puede decir “nos da igual” a través de una mayoría cualificada.

Por supuesto el Judicial, un contrapeso más y, así, en un sistema en el que nadie domina a nadie, las renovaciones son frecuentes y en el que cada poder respeta, cuando no teme (y, a veces, odia) a los otros poderes, se logra una democracia obligada a respetar sus instituciones y a la que ni una horda enfervorecida ha sido capaz de tumbar desde 1776.

Estoy convencido de que captan la idea tanto como la rana capta la temperatura.