“¿El cambio está cerca?”, preguntaba Ana Pastor con el micrófono en flor a los socialistas en flor, antes de que empezara el escrutinio. El cambio, esa palabra refrescante y barata, se supone que era Salvador Illa, el político que menos puede cambiar nada aquí, ni la política, ni Cataluña ni su armario de funcionario de aduanas. Nunca ha importado menos un ganador de unas elecciones catalanas, ni siquiera Arrimadas, que al menos trajo una victoria alegórica, incluso con talle de alegoría. Al contrario que Arrimadas, la victoria de Illa no sabemos qué significa. Illa es ese contenedor vacío, ese traje como ahorcado en el perchero que sólo Sánchez llenará con las necesidades de su mañana y su espejo. Illa, que vende palabras intercambiables y ambiguas porque su posición es intercambiable y ambigua, terminará haciendo, simplemente, lo que Sánchez necesite, y Sánchez sigue necesitando a los indepes, tanto como los indepes a Sánchez.

La legislatura de Sánchez sigue siendo un rompecabezas, tendrá que contentar a ERC y a Puigdemont, nada de eso ha cambiado. Y la episteme nacionalista sigue ganando en Cataluña (la amnistía del PSOE admite punto por punto el relato y el argumentario indepe), y eso tampoco ha cambiado. Los partidos indepes es cierto que han perdido la mayoría en el Parlament, pero, como he dicho alguna vez, no son tan importantes las mayorías para los que se consideran la totalidad (una nación sólo puede definirse como totalidad), y eso, por supuesto, tampoco ha cambiado. Ni la geometría ni la aritmética del Parlamento Catalán importan tanto como esa geometría y esa aritmética domésticas del colchón de Sánchez, eso tampoco ha cambiado. Mientras Sánchez se mantenga en el poder, nada cambiará.

El procés está lejos de acabar, aunque se hable del tripartito como una nueva era

El procés está lejos de acabar, aunque se hable del tripartito como una nueva era (a algunos les suena como a triunvirato o a concilio merovingio), aunque Esquerra tenga ya cara de ir envolviendo jarrones en Sant Jaume, y aunque Puigdemont se atrinchere en la oposición de este parlamento provinciano en el que cada vez se juegan menos. Sánchez ha movido el foco de la política catalana hacia Madrid, parece que en Barcelona sólo ha quedado una platea de pueblo, para lucir sombreros y cadenones. Gracias a Sánchez, las decepciones o las derrotas del independentismo tienen cierta amargura folclórica pero su agenda mantiene más fuerza que nunca. Quiero decir que ese independentismo derrotado sigue teniendo el referéndum y la financiación total más cerca que nunca. Poca derrota parece ésa. Al mismo tiempo, esa victoria de Illa, que enseguida se apresuraba a abrir una etapa como el que abre el cava o la lata de mejillones, es una victoria que sólo le va a servir para nombrar barrenderos, mientras en Madrid se sigue decidiendo el despiece de España como el despiece de una vaca. 

En Cataluña, ERC aceptará el tripartito, algunas consejerías y alguna feria de la tapa, perderá enchufados y dinero, pero sabe que es en Madrid, en la Moncloa, donde se jugarán las bazas importantes, las que, si se ganan, convertirán en ridiculeces esas melancolías y goteras del Palacio de la Generalitat del domingo. En cuanto a Puigdemont, puede volver a pedirlo todo, tiene que pedirlo todo en realidad, para seguir estando ahí, con su aire de triste príncipe portugués. Como había que hacer de Illa el ganador de algo, siquiera de esa llave de colegiata de la Generalitat, Sánchez salió en las redes insistiendo en lo de la nueva etapa y en lo de mejorar la vida de la ciudadanía. Pero el PSC no va a hacer nada por cambiar la vida de la ciudadanía, que en Cataluña significaría que volviera a existir el concepto de ciudadanía.

El triunfo del PSC demuestra que la amnistía ha sido comprada, y quien compra ese relato no puede sino quedarse con el marco mental, el marco de poder, el marco cultural del nacionalismo. Y dentro de ese marco, que incluye la ideologización de lo público, la ortodoxia nacional y la polarización de la sociedad, no puede haber ninguna nueva etapa. No habrá cambio mientras Sánchez se dedique a consolar en su colchón las pequeñas amarguras pueblerinas del independentismo. Comparado con lo que Sánchez les puede dar, con lo que les va a dar, es como si a los indepes sólo se les hubiera quemado la paella en este domingo electoral.