A las nueve y cinco minutos de la mañana, decidió el presidente el Gobierno ejercer de estadista porque la ocasión lo aconsejaba. “Convirtamos la sesión de hoy en un punto y aparte en la deriva de crispación (…). Practiquemos el juego limpio”, rogó desde la tribuna del Congreso, en lo que parecía ser parte de ese plan de regeneración política que anunció a la nación tras tomarse libre el puente de mayo.
Anticipaban sus palabras un nuevo ciclo y quizás el rescate del señorío y las buenas formas, pero no había transcurrido media hora cuando a Pedro Sánchez se le torció el gesto y comenzó a despotricar contra la oposición, “ultraderechizada”, cubierta de “lodo” y “mentirosa”. "Forman ustedes una coalición reaccionaria, huérfana de ideas y de argumentos. Sólo les queda la estrategia de la máquina del fango (...); la de financiar a pseudomedios digitales para que publiquen bulos y difamaciones".
Pongamos que existe aquí cierta bipolaridad que a lo mejor hemos entendido mal desde el principio. Mea culpa. Porque quizás lo que sucede aquí no es que Sánchez diga y se desdiga por sistema, sino que el presidente acoge en su robusta figura a dos personas. O quizás a tres porque es uno y trino, cosa interesante de descubrir en este primer miércoles tras Pentecostés. Podría ser esa la razón por la que a las 9.05 es un estadista, a las 9.28 un radical faltón y... a las 10.30, por poner, la víctima de una cacería. Sánchez sujeta la escopeta, dispara y se queja de que los demás también atacan.
La lucha contra el fango
Curioso fenómeno el que aquí encontramos. Porque podría ser incluso que dentro del presidente confluyan varias almas que se encuentran en disputa y se expresen cada una en un sentido distinto. Una lucha contra el fango y la otra azuza a su ministro respondón para que ejerza de mastín contra los enemigos y les acuse de consumir drogas o de “estar idas”. La cara noble del presidente expresa su creencia en la separación de poderes mientras la tez tiznada es capaz de retirar al embajador de un país hermano porque su (impresentable) presidente ha insultado a su mujer, en lo que implica la transformación de un conflicto personal en una cuestión de Estado.
El estadista de Moncloa, paciente y sagaz, no retiró al embajador en Rusia ni reprendió al presidente de México cuando la emprendió contra Felipe VI, como recordaba en la tribuna del Congreso Núñez Feijóo. Tampoco monta en cólera cuando Marruecos niega la españolidad de Ceuta y de Melilla; o cuando Carles Puigdemont define a España como una dictadura desde su “exilio belga”. Pensábamos hasta ahora que esta doble vara de medir podía explicarse en la costumbre del presidente de mentir para sobrevivir, pero tras apreciar su conflicto interior en la sesión parlamentaria de este miércoles, no cabe duda de que todo se debe a que en su cuerpo conviven diversas facciones, con intereses contrapuestos. No es que oiga voces o que actúe en función de sus intereses personales, con un cesarismo atroz. Esa acusación sería excesiva. La clave es que en su alma confluyen varias opiniones y no hay que acallar a ninguna. Hay que permitir la democracia interna.
La carta...
No conviene pasar por alto el síntoma más evidente de esa lucha intestina. Es el que le llevó a expresar un miércoles -por carta- sus dudas sobre su permanencia en el poder, mientras cinco días después abrió la puerta a continuar en la Moncloa más allá de 2027, ante su voluntad de ser el candidato socialista en las próximas elecciones.
Escribió Erich Fromm en El arte de amar que “hay un dar que enriquece y un dar que empobrece”. Resumió así el sentimiento de quienes se ven afectados por el 'síndrome del salvador', que siempre tienen la necesidad de ayudar a los demás y terminan por desgastarse al anteponer las necesidades de la contraparte a las suyas propias. Debió sentirse en un momento el presidente desfondado porque gobernó durante seis años “para mejorar la vida de todos los españoles”, pero no se sintió valorado por una parte de la opinión pública que había sido manipulada por la oposición y sus “tabloides digitales”, dedicados a mentir y a difamar. Sobre él, sobre Begoña Gómez o “sobre los periodistas, intelectuales o empresarios (y sus familias)” que respaldan la acción del Ejecutivo.
Por fortuna para los españoles, el presidente resolvió ese drama interno en cinco días y hoy sigue al frente de la nación, encabezando un proceso de regeneración política que le lleva a pronunciar discursos sin ataques... al menos, entre las 09.05 y las 09.28. Algo es algo.
A partir de ahora, llegará la limpieza del sector político y mediático. Me refiero a los críticos, no, por ejemplo, a aquella prensa que tiene a un matón a sueldo que persigue, señala e insulta a periodistas; o a la que cuenta trolas sobre, por ejemplo, la mujer del jefe de la oposición. Tampoco se incluyen en este saco las intervenciones de Óscar Puente, con esa forma de "influir en redes" y “dar vidilla” al debate a partir de la difamación de unos y otros... y, bueno, de generar conflictos diplomáticos que permitan ganar votos de cara a las elecciones europeas.
Hay que distinguir bien a los unos y a los otros dentro de este proceso de regeneración. Y nosotros no somos culpables, así que podemos seguir insultando. Regenerar es en realidad arrinconar.
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