A Lambán lo precedía esa especie de multa de cuaresma por no votar la amnistía, a Page lo precedían monaguillos escapados de la iglesia de San Antón, como ángeles de primera comunión, y la presentación del libro del expresidente aragonés se anunciaba, desde sus primeros campanazos, como otra misa fúnebre de los herejes del PSOE. Estas reuniones o ceremonias de ese PSOE fuera del PSOE, de ese PSOE expulsado del PSOE, se están volviendo melancólicas y dominicas, más con esa cosa de dominico enflaquecido de fideos que tiene Lambán. El libro esta vez era de Lambán, como antes había sido de Guerra o sobre Guerra, o de Virgilio Zapatero, que estaban todos allí como con un sitio perenne en la cola de las editoriales o de la eucaristía. Y en todas esas presentaciones o ceremonias a los ancestros había un orgullo triste y una soleada viudez, con sol de cementerio, repartida entre el público como obleas o calderilla del cepillo. La poca resistencia al sanchismo me parece a mí que se va quedando para vestir santos, o sea para vestirse entre ellos, todos santos, todos evangelistas con editorial, y se diría que todos impotentes salvo para elevar la mirada hacia un cielo con aureola de tortilla de foto de la tortilla.
Las editoriales buscan al damnificado del sanchismo como si fuera una señora que ha vivido un cautiverio turco o una pasión turca
Yo creo que el libro del socialista defenestrado, letraherido y setentero, con algo de cantautor fuera de su época de cantautores, se está convirtiendo en un género y las editoriales buscan al damnificado del sanchismo como si fuera una señora que ha vivido un cautiverio turco o una pasión turca. Page, que ya digo que llegó entre aleteos de monaguillo y con luto toledano en el traje y en el gesto, como esos curas que hacía Agustín González, afirmó con contundencia dominical que él habría sido “más radical” en la votación o no votación de la amnistía. Sin embargo, yo veo más probable que Page escriba otro libro de memorias heroicas o colegiales o campestres que no que se plante contra Sánchez en una votación real, en vez de plantarse sólo ante los canutazos de los periodistas, que lo buscan como si fuera un entrenador de fútbol polémico, redundante y en el fondo vacío, un entrenador del patadón. Felipe González, que llegó como un papa, con báculo de nube o silloncito de nube, también estaba de acuerdo “en forma y fondo” con la decisión de Lambán. Claro que González no puede hacer ya más que cruces con la mano y radiografías con la cadera, igual que Alfonso Guerra, que lo vuelve a acompañar como una segunda persona de la Trinidad. Y aun así se diría que la parroquia hereje mira más a González y a Guerra que al propio Page, el único con verdadero poder para molestar a Sánchez.
El libro del socialista auténtico siempre parece el mismo libro, con alma, con razón, con suspiro y con una mirada al futuro que se vuelve un poco vidriosa, perezosa o incluso póstuma, que en vez de un socialista vivo parece que lo ha escrito un socialista muerto. Lambán sigue siendo senador y secretario general del PSOE de Aragón y sin embargo parecía que estaba ya allí firmando su testamento de labriego o pintándose su entierro del Greco. Esto de que el PSOE hereje, o crítico, o resistente, parezca que está formado sólo por gente muerta o entremuerta por ahí por la política o por las bibliotecas yo creo que fastidia un poco ese futuro y ese cambio que todos piden con mirada de calavera, que es una mirada que da muy poca confianza. El libro de Lambán se llama Una emoción política, pero tiene por subtítulo “memorias de un servicio a Aragón y España”, que no es que suene a memorias de capitán de navío sino que suena a lápida, como las naves laterales de una colegiata. Todo quedaría un poco más esperanzador y creíble si hubiera más vivos en estas ceremonias y en este PSOE, aunque las palabras, como en los sepelios (toda presentación de un libro es a la vez el entierro del libro), sean hermosas y hasta verdaderas.
Javier Fernández, expresidente de Asturias, que inició la presentación, era también otro entremuerto o damnificado, otro socialista truncado, que Lambán sigue insistiendo en que debió ser él, y no Sánchez, el Secretario general del PSOE. Y con esa aureola con muesca, con ese contrafáctico en la pechera, aristocrático y triste como un lamparón, dejó la primera referencia a Sánchez, haciendo notar que es una contradicción pretender defender el estado del bienestar pactando con los que quieren destruir el Estado. Pero ya digo que los muertos alancean con poca fuerza. Lambán, un poco desclavado de su cruz, aseguró que el PSOE se encuentra en un estado de “atribulación”, que suena a eufemismo de catequista. Pero es que, quizá, como apuntó el escritor Manuel Vilas, Lambán dice lo que piensa “sin faltar a nadie”. Me parece algo muy civilizado, aunque, hoy en día, lo que uno hace sin molestar a nadie la mayoría de las veces tampoco sirve para nadie ni para nada. Menos, para parar a Sánchez.
Lambán, con ronquera de agonía o agonía de ronquera, no faltaba a nadie pero aun así, es cierto, decía verdades que le quedaban evangélicas o quizá estoicas (como “estoico” definió a Lambán la editora, Ymelda Navajo, que también era matarlo un poco, romanamente, en la bañera romana). Sí, es cierto que, aunque algunos piensen que el principal problema de España son la justicia y la prensa, el principal problema son sus políticos. Y sí, es cierto que se ha roto el vínculo entre el ciudadano y su comunidad política. Y que un socialista es todo lo contrario a un nacionalista. Y que el PSOE tardará en recuperarse del sanchismo, aunque Lambán no mencionara el sanchismo. Y que el PP ha sido incapaz de plantear reformas. Pero ese libro como con facistol socialista, que se parecía tanto a otros libros, y esa tarde con color de misa de hospital, de madera nueva y dioses de florero, tan parecida a otras tardes con libro y con rezo, se diría que eran más una forma de digerir la resignación que de hacer resistencia.
Este PSOE fuera del PSOE va congregando ya a los mismos siempre, a los mismos que ya tienen una edad y un dolorcito y que se cruzan como en misa o en el cementerio (hasta yo me sentía ya profesional de estas presentaciones como el que es profesional de la cabezada en los entierros). Unas veces procesionan, otras aplauden, y así. A Nicolás Redondo, por ejemplo, que mascaba chicle como el rebelde de la clase, también con multa o con expulsión, esta vez no le aplaudieron como cuando entró en el Ateneo de Madrid, cuando el libro de Guerra o el entierro de Guerra. Al terminar la cosa, la misa, el sepelio, el servicio, la gente aplaudió de pie, con emoción y con rutina, que a lo mejor eso es ahora el PSOE hereje. Allí en el Colegio de Arquitectos de Madrid, con una sacralidad modernizada, como un parador modernizado, parecían académicos de un latín olvidado o maestrantes de unas dignidades olvidadas, tan serios como ridículos, igual que gaiteros. Lambán recordó que Page es el único socialista que sabe ganarle elecciones a la derecha, pero se fue de allí como llegó, recogiendo plumón de monaguillo y faldones toledanos, para seguir hablando de agravios y misterios seria e increíblemente mientras Sánchez se perpetúa con el fango y el tango.
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