Zelenski vive en pijama de batalla, en chándal de una mili de verdad, y hasta se presenta así ante los reyes, en camiseta y con mucho gimnasio de cascotes, como si llegara de la mina de la guerra. Pero a mí me parece que la guerra es un estado de ánimo que te viste de verde, de camuflaje verde y de luto verde todo el santo día, igual que a otros el estado de ánimo los viste de pijama de vaquitas durante cinco días de reflexión, calcetines gordos y clínex en las mangas (o de algo más fino, pero igual de íntimo). Zelenski ha llegado a España no ya desde Ucrania sino desde otro estado mental, el de estar luchando por la supervivencia no sólo de su país sino seguramente de toda Europa. Eso de llegar con el mono de mecánico de presidir un país en guerra, con la ropa de estar encalando la guerra, eso de no cambiarse la camiseta llena de polvo de ladrillo ni ante unos reyes, lo mismo parece afectado, como cuando Gustavo Petro se negó a ponerse frac para cenar en el Palacio Real. A mí, la verdad, lo que me parece afectado no es la camiseta de Zelenski, sino pasarse cinco días de soponcio vestido de negligé, o sea lo de nuestro presidente Sánchez, héroe de guerras de almohadas.
Zelenski, vestido de Geyperman, no es como Petro, que se creía que poniéndose un traje de oficinista para la cena real iba a ser como Toro Sentado. La etiqueta, realmente, sirve para igualar, para que ni el pobre ni el rico, ni el poeta con coderas y bufanda escayoladas ni el aristócrata con meñique y mentón también escayolados puedan presumir de condición e iconografía desde lejos. Eso era justo lo que quería Petro, presumir de oprimido a pesar de que nadie aquí lo había oprimido nunca, y esa opresión histórica y falsa requiere un disfraz muy costoso, muy elaborado y usualmente erróneo y ridículo, como un pirata de parque de atracciones. Zelenski, vestido de pastor, desde luego tampoco es como Pedro Sánchez, a quien sólo atacan y oprimen los guisantes de su colchón monclovita, como la princesa del cuento, y se tuvo que disfrazar un poco de eso, de bella durmiente entre hiedra, brujas y enanitos de jardín,
El choque era con Sánchez. Un choque sobre todo simbólico, porque era ver a un comediante que terminó de presidente en guerra ante un presidente que terminó de comediante con jaquequita
La verdad es que el gran choque, no tanto estético sino simbólico, no fue el de Zelenski con los reyes, sino el de Zelenski con Sánchez. De alguna manera, Zelenski se presentó ante los reyes con el uniforme y la dignidad de su oficio, como cuando el rey Felipe recibe a un cadete o a un gaitero real, que no sé si nuestro rey tiene gaiteros pero seguro que no se presentan en terno azul. Zelenski en camiseta era como un húsar con uniforme de húsar, como cuando Alfonso XIII se vestía de húsar. O incluso más que eso, porque aquel rey zarzuelero que retrató Sorolla parecía más una folclórica que un soldado, y Zelenski sí es un soldado que se está enfrentando a todas las Rusias. Así que los reyes iban de reyes de tapiz y Zelenski iba de soldado de saco terrero, que es de lo que tenían que ir, lo que había que representar en el teatro político o diplomático, sin tener que disfrazarse de nada. El choque, ya digo, era con Sánchez. Un choque estético, porque era como ver a un ciclista lleno de barro ante una azafata cursi, pero sobre todo simbólico, porque era ver a un comediante que terminó de presidente en guerra ante un presidente que terminó de comediante con jaquequita.
Zelenski lleva toda la guerra con la misma camiseta, yo creo que porque no se puede uno quitar la guerra de encima sin más. Bueno, aquí los socios de Sánchez sí se la quitarían enseguida, rindiéndose de momento a Putin y a los ayatolás. El propio Sánchez se ha rendido ante los indepes, Bildu y la ultraizquierda, sin ir más lejos. Pero lo que le pasa a Zelenski es lo que pasa en una guerra de verdad, que se te queda de piel y además uno no tiene tiempo ni ganas de ir a buscar un frac al Rastro, como contaba Umbral que lo buscaba Gómez de la Serna para acudir a El Pardo. Zelenski no nos choca porque venga en camiseta, así como para repellar el Palacio Real. Nos choca porque no viene disfrazado sino que viene de faena, del tajo, y aquí nuestro presidente se tiene que estar disfrazando todo el tiempo, de héroe, de enamorado, de demócrata, de estadista, de víctima, de bombero, precisamente porque no es nada de eso. A veces hasta se confunde y llega de enamorado a hacer política, o llega de héroe a hacer el salto del tigre, o llega de demócrata a buscarse una gorra de plato, o llega de bombero a prendernos la convivencia y la Constitución como una peluca.
Zelenski está luchando en pijama, o sea está luchando de verdad en una guerra de verdad que parece que lo ha cogido en camiseta como a Bruce Willis en La jungla de cristal. Sin embargo, Sánchez se tiene que vestir de colores para salvarnos, como Superman, sin salvarnos de nada, más bien al contrario, para raptar la democracia. Y se tiene que amortajar de flores y bata de cola para morirse, sin que al final se muera. Y se tiene que comprar un negligé sólo para llorar, sin que lo vea nadie llorar, ni llore en realidad, ni tenga por qué llorar. Pero así nos lo imaginamos, como si llorara Nadiuska para conquistarnos. Eso no será ni presidencial ni heroico, pero sí es evocador y puede que sea incluso suficiente.
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