Lo ha dicho Patxi López en un lapsus o en una iluminación (los espejos de los salones del Congreso tienden a otorgar dignidades por pura reflexión óptica, como en los cafés de poetas): resulta que Begoña Gómez es presidenta del Gobierno, o al menos así lo consideran el corazón de pajarillo de Pedro Sánchez, el corazón segundón, como un corazón de cefalópodo, de sus segundones, o el corazón del pueblo. Y tiene sentido, que parece la culminación evidente, previsible y casi anunciada del “desarrollo exponencial de su carrera profesional”, que así ha definido la Audiencia Provincial de Madrid, con una exacta expresión algebraica, el milagro empresarial o vital begoñés. Este milagro tenía que culminar en la primera mujer presidenta de España, o al menos en la primera bicefalia de colchón de nuestra democracia, de ahí el empeño de la fachosfera en tumbarla. Todavía más progresista que tener a Sánchez de presidente sería tener a su santa de presidenta, o al menos compartiendo católico e igualitario trono con Sánchez. Yo creo que a Begoña nos la encontrábamos en todas partes no porque estuviera conspirando ni haciendo negocio, sino porque ya estaba gobernando.
Begoña Gómez ya era presidenta, así que tenía sus bodeguillas y sus sotanillos, sus citas por nuestro bien y sus secretos también por nuestro bien. Ahora entendemos mejor que salieran los ministros acusando a Milei de atacar a nuestras instituciones, que estaba atacando nada menos que a nuestra presidenta de litera romana. Viendo todo lo que ha rodeado a Begoña Gómez desde el principio, uno se da cuenta de que era siempre poco para su presencia y para su valía. Era poco esa dignidad, inédita aquí, de primera dama, que creíamos una americanada de pasear institucionalmente bolsito y gorro de pelo al lado de Pedro Sánchez (esa institucionalidad consorte ya merecía el reproche hacia Milei). Era poco, ya digo, este puesto inventado para ella como esas cátedras que se inventan a veces para el enchufado. Incluso era poco la dirección verdadera de una cátedra verdadera, o lo que sea que dirige ella, pero que tiene consideración salmantina. Y era poco ese dinero público que le revoloteaba, que no se debía al negocio sino a la discreción de su cargo. Todo parecía una tapadera y así era, que lo que pasaba era que teníamos a la presidenta de España de incógnito como Claudia Schiffer de incógnito.
Vamos entendiendo la magnitud de la crisis al percatarnos de que la Gran Reflexión no fue de Sánchez en batín de lord Byron, sino de Begoña con disfraz de ama de casa
Vamos entendiendo la magnitud de la crisis al percatarnos de que la Gran Reflexión no fue de Sánchez en batín de lord Byron, sino de Begoña con disfraz de ama de casa, como Cleopatra con disfraz de doncella. Una Begoña que ya se sabía no una esposa investigada formalmente sino una presidenta investigada formalmente, y eso sin duda requería una revisión del plan, de la tapadera y hasta del búnker de la Moncloa. Todo ese búnker ha saltado ahora por los aires no ya por culpa de la fachosfera jurídico-mediática, sino por el bueno de Patxi López, ya ven, que es como un pastorcillo que no se podía callar la buena nueva. Comprenderán ustedes ahora la gravedad de la cosa, porque la ultraderecha ya no puede ir a por Begoña para cargarse a Sánchez, sino que va a tener que ir a por Sánchez para cargarse a Begoña, o cargarse a Begoña para cargarse a Begoña, que es algo demasiado enrevesado y muy poco sutil, incluso para la fachosfera.
Begoña Gómez, verdadera presidenta de España, heroína vestida de profesora como Indiana Jones, gobernante disfrazada de emprendedora como ese jefe que se disfraza de empleado en la tele, líder moral que se finge tartamuda en vídeos de LinkedIn o de por ahí como Clark Kent se fingía bobo; Begoña Gómez, en fin, estaba investigada desde antes de que su esposo o su señuelo, Pedro Sánchez, fingiera lumbalgia en el corazón y letra de soldado en cartas de amor, todo para protegerla como un mosquetero. Teníamos a una presidenta de incógnito para protegerla del fango, la España de progreso había creado una complicada distracción en la figura ya poco creíble pero aún útil de Pedro Sánchez, y resulta que la fachosfera, creyendo perjudicar a Sánchez, tenía en el punto de mira a la verdadera presidenta, que ya es el colmo de la suerte o de la maldad.
Begoña Gómez no es que fuera para presidenta o para copresidenta, sino que ya lo era. Tendríamos que habernos dado cuenta por su presidencialidad, esa aureola que no prestan los complementos ni el fotocol ni los diplomas numismáticos, esa manera en la que compartía Falcon o cumbre o pedía langostinos de Bajo de Guía. Tendríamos que habernos dado cuenta por su ubicuidad, pero claro, ahora, sobre todo, nos damos cuenta porque la fachosfera la cerca con más saña si cabe y el operario de la máquina de fango no para, como la furgoneta del tapicero. Ya no sólo es el juez Peinado con sus faldones de cura, sino que la Audiencia de Madrid avala la investigación y la acota alrededor de los contratos de la consultora de Juan Carlos Barrabés, que tanto ha propiciado el “desarrollo exponencial de su carrera profesional”. Algo imposible, por cierto, porque ahora sabemos que esa carrera era una tapadera. La conjura se va ampliando, y la máquina de fango ya parece toda una armada flotando en la negrura. Con nuestra verdadera presidenta descubierta e investigada (yo sí te creo, hermana), ya sólo falta que absuelvan a Francisco Camps de todo para probar que nuestra democracia está perdida.
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