"El mundo cambia y nosotros debemos cambiar con él. Necesitamos reformas. No hay que tener miedo al cambio. La Unión Europea no es perfecta", resumía hace poco Roberta Metsola, última presidenta de la Eurocámara. "Y no tenemos tiempo para zarandajas", añadiría yo (con mi madre soplándome al oído, claro). Cambiar, sí, por supuesto, cómo no. Mejorar siempre implica cambiar. Pero llevamos camino de medio siglo con un mismo modelo conceptual, entre las loas de los europeístas a los fundadores y el gruñido-sonsonete de los euroescépticos a los votantes. Que si más Europa, que si menos Europa. En la última década, ese modelo (en realidad, el de la democracia liberal tal y como la conocíamos) se ha visto puesto patas arriba. Las reglas del juego democrático se han modificado radicalmente, la tecnología ha hecho que la Humanidad cambie de era, y la peste y la guerra nos han dejado en cierta medida sonados.
No obstante, en lo que sigue habiendo un acuerdo general es en que el gran reto es crecer, pero crecer todos. No dar más a unos para quitárselo a otros. No estamos en un juego de suma cero. Se trata de hacer más grande la tarta común. Porque se puede, vaya si se puede, sobre todo en Europa.
De lo que no cabe duda es de que los europeos tenemos que tomar las riendas de nuestro futuro común, y eso pasa por votar, claro, pero conociendo los mimbres. No solo con qué bueyes tenemos que arar (y que me disculpen nuestros representantes por el símil), sino cuándo, cómo y qué nos interesa más cultivar para ser mejores y más competitivos en el campo global. Y, por supuesto, usar y desarrollar nuestras más potentes semillas diferenciales. Es decir: tener claro cuáles son los actores, pero también los intereses y las decisiones.
Los actores: ¿quiénes nos representan?
Todos sabemos que los grandes países son los que marcan la composición del Parlamento Europeo, que es quien luego elige a la Comisión. Los sondeos avanzan que las familias políticas popular (sobre todo por Alemania) y socialdemócrata (gracias a España) van a copar la mayoría de los asientos, mientras que los liberales caen (por el descenso de Macron en Francia). El equilibraje a cuatro con los Verdes de la legislatura pasada se va a ver sustituido por la vuelta a un bipartidismo imperfecto, porque ni los populares ni los socialistas son lo que eran, y los grupos más a la derecha se han fortalecido con el PiS de Polonia, la Liga de Italia y el Reagrupament de Le Pen en Francia. Y todos, populares incluidos, se disputan el manguerazo de escaños italianos de Meloni. Nada distinto de lo que a nivel nacional ha ido ocurriendo en los Estados miembros.
De norte a sur,y de este a oeste, la derecha extrema, con toda su gama de matices, vive un gran momento"
El liderazgo de la Alemania de Merkel es un recuerdo. Macron resiste con Francia, pero perdió el fuelle de la ilusión tractora que trajo aquel centro insurgente que relucía hace una década. De norte a sur y de este a oeste, la derecha extrema, con toda su gama de matices, vive un gran momento. ¿Es planteable un megagrupo de derecha extrema donde converja todo el espectro hasta el exiliado Orbán, que rentabilice su peso decantador de pactos? ¿O será el grupo popular el que asuma por succión la hegemonía absoluta, asumiendo un nuevo orbitaje italiano marcado por Meloni?
La cuestión es quién nos viene mejor a los europeos a la hora de pilotar esta travesía. Y no es fácil dilucidarlo, porque la melancolía está presta a saltarte a la yugular cuando constatas que, además de los movimientos grupales señalados antes, el risueño modelo del Spitzenkandidat se quedó aparcado en 2014. Von der Leyen se lo saltó limpiamente en 2019 con la ayuda de nuestro entonces flamante presidente Pedro Sánchez (y, si no, que se lo digan a Frans Timmermans). Los eurodiputados seguirán, eso sí, ejerciendo su escrutinio y su voto sobre presidente y comisarios, pero ya saben: el club de los jefes de Estado y de Gobierno decidirá en este mes de junio quién toma los mandos de la Comisión, el Consejo, el Parlamento, el Banco Central Europeo y el Alto Representante.
Siendo esto lo macro, en lo micro siempre nos queda decidir nuestro voto atendiendo a la decencia probada y el trabajo bien hecho con nombre y apellidos. Y apostar por tal aspirante a representarte, esté en la lista que esté, para ejercer después el seguimiento ciudadano responsable que toca.
Los intereses y las decisiones
¿Cuáles son los ámbitos en los que Europa puede y debe ser competitiva y liderar globalmente, y qué tenemos que hacer para conseguirlo? No voy a plantearles aquí una nueva "lista de desafíos de la UE", pues son muchas y muy solventes (o, al menos, muy sesudas) las que ya circulan. Por supuesto que hay tanto retos nuevos como recurrentes, y es difícil establecer qué es más importante o urgente: si el envejecimiento de la población o la soberanía energética y tecnológica, si el tren de la Inteligencia Artificial o la Europa de la Defensa, si la protección de los derechos fundamentales ampliados o la eliminación de la regla de unanimidad, si la garantía de una vida adulta para los jóvenes o la reducción de emisiones compatible con la supervivencia del campo, si la eliminación de barreras reglamentarias que fragmentan y obstaculizan o la gran ampliación de la Unión a la vuelta de la legislatura…
Permítanme que yo hoy les cante solo dos estrofas de esta inabarcable partitura. Pero, eso sí, con una coda.
La innovación y el emprendimiento sin barreras (reglamentarias y burocráticas)
La iniciativa #EuropeanAccelerationism es probablemente el planteamiento más potente e interesante que he visto últimamente sobre cómo Europa puede superar la narrativa negativa y acelerar su potencial de crecimiento a través de políticas innovadoras. Políticamente neutral, basada en evidencias sólidas y concebida para ser fácilmente implementable, no deja de criticar la regulación excesiva y la falta de gigantes tecnológicos en Europa, pero reconoce que no hay mejor terreno que el europeo para iniciar un cambio múltiple, y plantea cinco propuestas políticas para acelerar el progreso de Europa y mantener su competitividad en la escena global: política fiscal, mercados comunes para defensa, capital y electricidad, estandarización de procesos, agencia de investigación avanzada y utilización de Digital Sandboxes.
La elevación del pilar social europeo a categoría de industria europea
La respuesta a la creciente desigualdad y malestar entre los ciudadanos (vivienda, sanidad, pensiones, educación, precariedad laboral) es impostergable, como lo es el abordaje profundo y valiente del reto demográfico (natalidad, movimientos migratorios y alargamiento de la esperanza de vida). Para la integración ordenada de estos elementos, combinados con los principios de diversidad, equidad, inclusión y no discriminación, se requerirá una sistematización eficiente y cooperativa de los modelos nacionales, que, al mismo tiempo, aproveche la perspectiva de un mercado interior que volverá a alcanzar los 500 millones en cinco o seis años con la ampliación de la Unión a Ucrania, Georgia, Moldavia y los Balcanes occidentales.
*Y la optimización del talento senior
La mitad de la población europea ya supera los 45 años. Más de doscientos millones de personas con ese capital de experiencia, trayectoria, competencias y capacidades que habitualmente requerimos para liderar proyectos, empresas y países. Fíjense, si no, en los otros dos italianos de moda que están haciendo los grandes análisis de futuro europeo, Draghi y Letta. Suman más de 130 años, y ni tan mal. Es fundamental que convirtamos en un círculo virtuoso el alargamiento de la vida activa y productiva, que abandonemos la narrativa asistencialista/victimista y, sobre todo, que abracemos el impulso de los hechos, que si algo nos dicen es que nada como estar unidos en la diversidad para hacer Europa mejor.
Beatriz Becerra es vicepresidenta y cofundadora de España Mejor. Psicóloga y escritora, es doctora en Derecho, Gobierno y Políticas Públicas. Fue eurodiputada y vicepresidenta de la subcomisión de Derechos Humanos del Parlamento Europeo (2014-2019).
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