Todos conocemos a Zygmunt Bauman, autor de la obra ya clásica titulada Modernidad líquida. En ella afirmaba que la maleabilidad del agua es una buena metáfora para comprender lo inaprensible de una modernidad que se ha vuelto loca. Desde el momento en que cualquier discurso se considera legitimado para testificar sobre la realidad desde un relativismo extremo cualquier cosa vale. El concepto de "postverdad" campa a sus anchas por doquier; parece que ya no hay lugar para la reivindicación de la "verdad", palabra maldita en nuestro tiempo, sino más bien del "relato", categoría ya consagrada, aunque Aristóteles, autor de la sistematización teórica de este concepto, el de "categoría" –filológicamente del griego "testigo judicial"– se removería en su tumba si escuchara algo semejante. El caso de Israel es un ejemplo palmario. Permítanme la reflexión por si le sirve a alguien.
Desde varias instancias culturales –ejem…–, políticas y sociales se acusa al estado de Israel de "genocidio". Es un ejemplo más de la "banalidad del mal" de la que hablaba Hannah Arendt. Para desconsuelo de tantos románticos desinformados les debo pedir que se documenten mejor sobre esta categoría, y digo bien, jurídica, porque está perfectamente delimitada, y no es aplicable en modo alguno a Israel. Un genocidio remite a una campaña para exterminar sistemáticamente a todo un pueblo, citando a la RAE, por cualesquiera "motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad". Así se recoge también en el ordenamiento legal internacional.
No es necesario volver a recordar que el Tribunal Internacional de la Haya no apreció en la campaña israelí contra el terrorismo de Hamás este delito, pero sí parece oportuno acusar, siquiera como "testigo judicial" aristotélico, a quienes no llegan a entender la propia realidad histórica. Me permito la osadía. Israel es un pueblo que ama la diversidad, la paz y la vida. Nadie es discriminado por su raza, etnia, religión, nacionalidad o posición política. Existe, más bien, al contrario, un dicho: "Dos judíos, tres opiniones".
Nadie encontrará un pueblo mas respetuoso con lo diferente, lo discrepante, que Israel
Nadie encontrará un pueblo mas respetuoso con lo diferente, lo discrepante, que Israel. No solamente alberga en su seno a ciudadanos de todas las culturas y confesiones religiosas, sino que fomenta esta multiculturalidad. Pero, además, ama tanto la vida que ha sido capaz de intercambiar a más de mil presos palestinos con delitos de sangre por terrorismo a cambio de una sola persona, el soldado Guilad Shalit, hace ya muchos años, capturado por el grupo terrorista Hamás en 2006 y liberado en octubre de 2011. El estado de Israel le liberó a cambio de miles de terroristas, entre los que estaba, por cierto, Yahya Sinwar, cerebro de la pasada matanza del 7 de octubre; él sabía entonces que debía capturar a cientos de civiles y militares israelíes para volver a chantajear a la única democracia liberal de Oriente Medio. Y le salió bien. Él sí planeó un verdadero genocidio publicitado por los propios perpetradores, como los nazis se sacaban fotos para documentar sus asesinatos. Es poco menos que un atentado añadido a la verdad que ahora se acuse a la "víctima" de haberse convertido en un "victimario". Es vergonzoso.
No sé si sentir compasión o lástima, pero desde luego sí indignación, ante tantas voces adolescentes –y digo bien– que en nuestras universidades empatizan inconscientemente con el terrorismo de Hamás levantando lemas como "Palestina libre del río al mar". Más bien es lo segundo. Porque negarle a Israel su derecho a existir y acusarle de no haber luchado durante 75 años por una solución de "dos Estados" para este conflicto es una calumnia. Los que siempre se han negado a esta solicitud cinco veces han sido los dirigentes más extremistas y fanáticos del pueblo palestino, empezando por la OLP. La historia testifica. Y quienes sí mienten también pasarán a esa posteridad por sus palabras y obras. La historia no perdona.
David González Niñerola es presidente de la Asociación de Amistad Comunitat Valenciana-Israel
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