Como no es el qué, sino el quién; y como no es el mensaje, sino el medio, podría confirmarse que están cogiendo polvo las pancartas de los sindicatos de estudiantes. Las de tela incluso presentan agujeros, dado que es habitual que en los almacenes surjan nidos de polilla. La que incluía el lema “Fuera, políticos, de la universidad” se ha rasgado, lo que ha hecho inviable cualquier tipo de protesta contra Begoña Gómez. Ha quedado tan deteriorada que ahora sólo se observan los términos "políticos" y "universidad". Habrá que imprimir una nueva tarde o temprano.
Es una lástima que se hayan producido estos indeseables desperfectos porque la situación huele un poco a chamusquina. No sólo por el hecho de que la mujer del presidente del Gobierno co-dirija desde 2020 un Máster de Transformación Social Competitiva -concepto tan vacío que podría conducir al descalabro-, sino también porque utilizó el nombre de la universidad para impulsar el desarrollo de un software que aparentemente es (o debería ser) de titularidad pública, pero que Gómez ofrece en una empresa que está registrada a su nombre, según detallaron El Confidencial y El Mundo.
Es extraño que ninguna treintañera -más cerca de los 40 que de los 29- haya puesto el grito en el cielo, erigiéndose como portavoz del Sindicato de Estudiantes. Tampoco se sabe nada del paradero de Elisa Triviño, quien aprovechó el acto en el que se nombró a Isabel Díaz Ayuso como ‘alumna ilustre’ de esa institución académica para despotricar contra ella y contra quienes habían concedido esa distinción a alguien que estaba fuera del ámbito docente. “Hoy es un día muy triste porque cuando oigo Ayuso, oigo aplausos”, exclamó, entre aspavientos y tono mitinero.
El problema no es Begoña: pásalo
Cuentan fuentes presenciales que no se han observado pintadas contra Gómez ni se ha leído ningún manifiesto en favor de la independencia de la institución educativa. A la salida de la parada de metro de Ciudad Universitaria, epicentro del campus, no se ha visto a Ismael Serrano con la guitarra desenfundada, entonando a modo de solidaridad estudiantil la de Papá, cuéntame otra vez. Re, La, Sol, Re, trino en el verso que termina en -a. Tampoco ha aparecido ningún portavoz voluntarioso de Más Madrid para recordar que aquellos que están investigados por la justicia no deberían ostentar ningún cargo, como sucedía en aquellos años de germinación de la izquierda-pop.
El problema no está en que la mujer del presidente del Gobierno haya puesto en entredicho el prestigio de la institución educativa. Eso obligaría a modificar el diagnóstico y a dejar de señalar a la derecha, que también ha intentado influir en los despachos de la universidad -de ésta y de otras- a lo largo de su historia, en el mejor ejemplo de que el sistema es cautivo de los partidos, pero que siempre ha sido azotada con una mayor reacción estudiantil que la izquierda. Porque no es el qué -el agravio-, sino el quién -el único enemigo-.
Si esta situación se circunscribiera sólo a la educación superior, podría acotarse el problema con los correspondientes cortafuegos. La cuestión es que esto sucede en muchos más ámbitos, lo que permite concluir que existe en el progresismo asociativo español una doble vara de medir que le resta seriedad. Por ejemplo: es curioso comprobar cómo las voces sindicales contra la precariedad laboral pierden fuerza cuando la Moncloa está regentada por un presidente del PSOE. La situación alcanza lo paródico cuando varios ministros se manifiestan junto a los líderes sindicales el 1 de mayo para exigir más derechos laborales. Los que gobiernan piden derechos; y los que tienen que negociar con el poder, llevando en volandas a los regidores.
Aquello recordaba a cuando los empresarios mineros lanzaron a sus trabajadores a una segunda marcha negra porque estaban en contra de la cuota del carbón, allá por 2010. El hijo de uno de estos magnates pidió diez voluntarios para encerrarse en un pozo, con la mala suerte de que metieron a un inmigrante ilegal. Contaba el antiguo alcalde de aquel pueblo que tuvieron que bajar por la noche para cambiarle por otro. Caboverdiano por caboverdiano. ¿Quién se iba a dar cuenta?
Pepe Álvarez
El ejemplo viene al pelo porque el nivel es ése: hay quien profesa la fe que le dicen y repite las consignas con el mismo afán crítico con el que una ninfa dice lo de “lorito, lorito”. Incluso se manifiesta junto a aquel al que debería reclamar la mejora de los derechos. Por supuesto, hace suyas sus palabras, pese a que sean infames. Para muestra, un botón. Unos días después de que Pedro Sánchez anunciara su intención de regenerar España -tras los cinco días de esparcimiento-, el líder de UGT, Pepe Álvarez, apelaba a regular el sector de los medios de comunicación. La izquierda clama hoy contra los bulos. Son cosa siempre de los otros.
Este discurso contra la prensa llama la atención. Podría decirse que es un fenómeno internacional. El viernes por la mañana, circulaban por los medios españoles unas declaraciones de Donald Trump en las que expresaba su indignación por el “juez corrupto” que le había condenado y apelaba a ganar las próximas elecciones de Estados Unidos y así poder prohibir “los medios de comunicación de las fake news”.
La reacción de sus fieles era la de respaldarle. Incluso la web oficial de su candidatura se colapsó, ante el aluvión de ciudadanos que querían donar dinero para su carrera presidencial. A Sánchez no le faltaron apoyos en España cuando lanzó su duro ataque contra sus contrapesos. Aplaudieron como focas. Lo ponen difícil para no asumir la misantropía como cosmovisión innegociable.
Emociones contra la razón
En este siglo XXI que se mueve a golpe de tuit, emoción y breaking news, las emociones han sustituido definitivamente a la razón en el discurso político, así que hay un nutrido grupo de gobernantes que han decidido ejercer el poder con el mismo estilo que un líder espiritual. Lo llaman trumpismo y aquí lo ejercen los de la "fachosfera" y los del "que te vote Txapote" como grito de guerra. Cada cual, en su ámbito.
En la universidad, ya se sabe quién domina las protestas de pasillo. Son los que callan con Begoña. ¿Para qué hablar, si es de los nuestros?
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