Los periodistas reciben muchos insultos y una buena parte, bien merecidos. Inapelables. En mi caso, los menos originales aluden a mi minusvalía capilar, aunque, a mi modo de ver, a esa referencia le falta cierta mordiente. Prefiero lo que me llamó un tal Ignacio el 11 de agosto de 2023, cuando expresó: “No sé si por este artículo deberían de pagarte o darte una paguita”. El 7 de octubre de 2017, un tal Ignaro me definió como “tribulete de los de tacón y esquina”. El 2 de marzo de 2020, Wik1 aseguró: “Señor Arranz, el día del juicio puede ser que usted pida clemencia diciendo 'piedad, era calvo y feo’; y le dirán, y con razón: ‘Sí, pero precisamente por ser calvo y feo se esperaba de usted algo más que este tipo de artículos”. Este último es, sin duda, el mejor de todos. De un ingenio infrecuente.
El insulto es un arte que por lo general se ejecuta con brocha gorda en la España de nuestros días, donde lo brusco ha ganado la batalla y el ingenio y lo emocionante han sido sepultados por algo tosco e insípido. Un reel, un tertuliano, una ración de gyozas, un Llaollao, un justiciero de red social y un tipo de Desokupa. Lo cutre abunda y hasta los improperios, que con tanto ingenio se recitaban por aquí, son hoy algo simple y ordinario. Eso gusta al personal, de ahí que al "me gusta la fruta" de turno o al chiste facilón de Wyoming le sigan aplausos atronadores. Simios fuimos y hasta somos.
Internet es el reino del insulto porque el anonimato permite descargar frustración y ajustar cuentas sin mirar a nadie a la cara... y digamos que la valentía no sobra en este mundo tan fatuo y melindroso. No comparto las malas formas del faltón de turno ni participo de juicios populares tan burdos, aunque reconozco que alguna vez -como todo hijo de vecino- he sentido cierto fervor interior cuando han vapuleado a quien lo merecía. Esa actitud es miserable, pero a la vez muy humana. La justicia callejera -tuitera- suele llevar al desastre, pero ver al impresentable rodeado por las hienas, siempre alegra el día.
Un tipo llamado Alberto Pugilato irrumpió en el escenario durante una actuación del cómico Jaime Caravaca -¿por qué son tan ilustrativos los apellidos de ambos- para pedirle explicaciones por los improperios que había dedicado a su hijo
Así que este lunes por la noche me invadió cierta satisfacción malsana cuando comprobé que un tipo llamado Alberto Pugilato irrumpió en el escenario durante una actuación del cómico Jaime Caravaca -¿por qué son tan ilustrativos los apellidos de ambos?- para pedirle explicaciones por los improperios que había dedicado a su hijo -de 3 meses- en un mensaje en las redes sociales. Digamos que el ‘espontáneo’ inició la charla con un tortazo a mano abierta y la finalizó con otro, como quien dice hola y adiós. O como quien arranca la partida con la defensa siciliana y la termina con un jaque mate.
Comedia patética
No seré yo quien ponga límites al humor o a la libertad de expresión, pero diría que increpar a un padre utilizando a su hijo no es ni gracioso ni inteligente. Los insultos revelan en estos casos algunos complejos y heridas que requieren de cierta atención facultativa. Porque las faltas de respeto surgen la mayoría de las veces de la necesidad de expulsar frustración, que generalmente procede de no gustar lo suficiente. Esa reacción es propia de almas torturadas por complejos o porque consideran que no son tenidas en cuenta como se merecen. El mal del Narciso o el de Calígula. El del guapo de pocas luces o el feo de presunto ingenio.
En el caso que nos ocupa, el hecho de que un humorista ataque al más débil -un crío- para ofender al padre ilustra sobre cierta cobardía, camuflada como falso arrojo o como comedia irreverente de la que busca el aplauso de los fundamentalistas políticos del ala izquierda. Eso implica -además de mal gusto- cierto riesgo. Y, claro, entra dentro de lo normal que el atacado pueda responder y practicar la percusión con uno de tus carrillos.
Porque internet no es un mundo tan virtual como parece y las deposiciones que se vierten en las redes a veces tienen un reflejo en la realidad. Así que Pugilato fue a buscar a Caravaca y le propinó dos tortazos. Quienes lo intentaron politizar -no parece desde luego que el agresor cursara estudios en la Escuela de Atenas- quedaron en ridículo cuando el agredido, en un gesto ciertamente noble, se disculpó en público: “Tras lo sucedido, lo que pretendía ser un chiste, finalmente ha sido un comentario desafortunado y nada apropiado por mi parte. Mis disculpas a las personas que se sientan afectadas”, escribió. El agresor manifestó que quedaba perdonado. Así se resuelven los problemas.
Urtasun y la alerta antifascista
Lo más gracioso es que la izquierda malasañera y errejonista, siempre presta a legislar a partir de anécdotas y a captar la atención de los menos capacitados con sensiblería barata, había emprendido ya el camino para atribuir todo esto al odio que transmiten los ultras. Así que el ministro Ernest Urtasun interrumpió este martes sus actividades para escribir: “Acabo de hablar con Jaime Caravaca para trasladarle el apoyo del Ministerio de Cultura frente a la agresión que sufrió a manos de la extrema derecha. Tolerancia cero frente a las actitudes violentas que atentan contra la integridad de nuestros artistas y la libertad de expresión”. Yolanda Seisdedos, también conocida por el apellido Díaz, compartió el mensaje.
Desconozco hasta qué punto podría considerarse como “arte” el hecho de que un individuo afirme en sus redes sociales que, cuando un bebé de 3 meses sea mayor, hará tales o cuales prácticas sexuales. Pero no seré yo quien contradiga a Urtasun, todo un ministro. Sensible, docto, acertado y siempre dispuesto a hacer un hueco en su apretada agenda para prestar la atención a lo importante. En cualquier caso, en lo personal lo que me parece un arte es conseguir todavía la atención de los ciudadanos pese a equivocarse tanto en el análisis de todo lo que ocurre alrededor.
Porque aquí no se ha producido una agresión ultraderechista. En este caso, todo ha sido fruto de la salida de tono de un memo que ha sido respondida con un par de tortazos. No defiendo la violencia ni creo que Pugilato tenga más luces que ganas de llamar la atención (¡qué afán por grabar siempre todo!), pero la defensa de lo tuyo tiene un punto de instintivo y, por tanto, de irracional. De primitivo y simiesco. Así que puede llegar a resultar hasta comprensible que se lanzara de esa forma contra el monologuista faltón. Ignatius actúa en el mismo bar y despotrica contra la concurrencia sin muchos miramientos. Supongo que descontará los cates que se llevará algún día, tarde o temprano.
Lo positivo de la pelea a garrotazos -el tuit y la mano abierta- contemporánea es que, como en los viejos tiempos, las dos partes han optado por la disculpa y el apretón de manos en lugar de por acumular rencor. Todavía hay esperanza: los insultos no salen gratis y las peleas de primates se resuelven con cierta nobleza.
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