Begoña Gómez, flor de trapo de la Moncloa, cara mitad del Estado, presidenta del Gobierno in corde, santa de aguamanil, empresaria de sus labores, musa de diplomilla, institución nacional y de alcoba como el vasito de agua en la mesilla o el salto del tigre, ya ha sido llamada a declarar por el juez en calidad de investigada, y nuestra democracia se resquebraja. Hay cosas que nuestra democracia no puede resistir, y no me refiero a que un Gobierno, después del Consejo de ministros y tras una mesa como un altar recién planchado, diga, a lo Donald Trump, que hay persecución política, corrupción judicial y malévolos cocidos maragatos de la derecha y la ultraderecha detrás de los autos de los jueces. Hay cosas que nuestra democracia no puede resistir, y no es que se pacte una amnistía con los delincuentes beneficiados a cambio de la presidencia del Gobierno, ni que la Fiscalía dependa de quien depende. Hay cosas que nuestra democracia no puede resistir, y es que la esposa de Sánchez ande investigada como cualquiera. Yo diría que lo que no puede resistir nuestra democracia es a Sánchez.

Begoña Gómez, primera Primera Dama como una Eva del cóctel de embajada, infanta por enchufe, emprendedora por aguinaldo, ángel que revolotea entre la subvención y el patronazgo, entre el negocio y la inspiración, como una Esterházy de academia de mecanografía, ha sido llamada a declarar por el juez en calidad de investigada, y aquí no pasa nada. Quiero decir con esto, primero, que no pasa nada porque es lo normal en democracia. Cuando un juez abre una investigación no es una conspiración, una venganza ni una condena, sino su trabajo, como cuando el revisor te pide el billete, también un poco con la cara y el traje de luto del juez. Lo que no es normal es que todo sea fango y ultraderecha en España, desde los medios a la judicatura pasando por los ferroviarios con fanal, justo cuando tocan a la santa del presidente. Y que, a la vez, todo sean escándalos y dimisiones cuando le toca a un convidado de Ayuso, a un convidado de Aznar o a la oposición en general, que por lo visto es la única que convida aquí a lo público como a un pacharán de Ábalos.

Hay indicios porque lo confirma la Audiencia de Madrid, y esos indicios dejan a la mujer del presidente, o sea a la presidenta, celestineando en subvenciones y contratas públicas

Begoña Gómez, Pilarica de las adjudicaciones, santa Rita de los consultores, Minerva de los catedráticos, Marie Kondo de LinkedIn, ha sido llamada a declarar por el juez en calidad de investigada, y aquí no pasa nada. Quiero decir que tampoco pasa nada en eso que se llama ahora el entorno de Pedro Sánchez, que suena a la atmósfera presurizada y ozonada del búnker de la Moncloa, con torreta, jacuzzi y discoteca. La investigación no es una condena, pero hay indicios, y no porque lo afirmen los “tabloides”, que decía Pilar Alegría, esta vez con cara de indigestión, ni porque lo reclamen el morrococo o atascaburras que forman Feijóo, Abascal, Manos Limpias, Hazte Oír y no sé si Franco ecuestre o sedente. Hay indicios porque lo confirma la Audiencia de Madrid, y esos indicios dejan a la mujer del presidente, o sea a la presidenta, celestineando en subvenciones y contratas públicas, pero sobre todo dejan al propio presidente satisfecho o tranquilo con esa labor y esa posición.

Begoña Gómez, escobera de los negocios, bachiller de vender humos, empresaria de exitosa carrera de crecimiento “exponencial” (palabra de la Audiencia de Madrid) a costa de las relaciones y la influencia que le proporciona su condición de princesa de la Moncloa, triunfa entre amigos y favores. Pero el presidente no ve nada raro, sospechoso ni oloroso en esto, sino que se limita a pensar que privar a su santa del dinero público, del sablazo público o del roneo público sería como condenarla a estar atada a la pata de la cama con camisón de saco, que es lo que quieren los fachas. No es que Sánchez se plantee dimitir, sino que ni siquiera entiende esta fea, promiscua, anómala e inédita situación, que eso de que él y su santa estén a ambos lados del dinero público le parece algo así como que él y su santa estén a ambos lados de un canapé luisino, posando para el pintor de cámara.

Begoña Gómez, sacristana con latinajos de anglicismos, acuarelista de lo sostenible, emperatriz con titulitis como con hemofilia, magia financiera de su melena, pata de coneja de la suerte o pata de leona del Estado, como los leones de Ponzano, ha sido llamada a declarar por el juez en calidad de investigada y aquí no se rompe nada, como no se rompería nada si el revisor le pide el billete, a ella o a una gran duquesa. Si acaso, se rompe el relato de Sánchez, que se invistió contra la corrupción y ahora tiene a Koldo con mercancía de mascarillas y a la señora con mercancía de recomendaciones, algo así como la correspondencia de esa gran duquesa del Orient Express, entre la tiesura y la decadencia de su firma aterida, su meñique blanco y su gorro ruso. 

Begoña Gómez, intercesora celestial, limosnera de la coba, catedrática de la tontería, presidenta de peanilla, avecilla de fotocol, ha sido llamada a declarar por el juez en calidad de investigada, lo decimos otra vez a ver si nos vamos acostumbrando. Pero no pasa nada, que aquí nadie es intocable, ni los duques con infanta de verdad ni las princesas con cursillito de mentira, ni los políticos que gobiernan ni los políticos que figuran, ni los presidentes que salvan al país ni los presidentes que lo venden. No son intocables ni siquiera los jueces, por supuesto, pero no es el presidente en el diván de desmayos, ni la portavoz del Gobierno bajo una luz pentecostal, ni los periodistas con petos fosforito los que tienen que decidirlo. Puede que Begoña sea al final inocente, o al menos penalmente inocente, cual Francisco Camps con vestidor equivalente, o puede que no. Pero no es fango, sino la democracia sonando como el chucuchú del tren. Y el que no lo entiende ya está fuera de la democracia, desahuciado como una gran duquesa fuera del vagón restaurante, hundida en su propio fango hasta las alhajas.