El presidente Sánchez, triste de candelabro, cursi de manga en flor, pesado de tinterito de plomo, romántico o enfermo de amores chorreantes, como aquellos románticos de sífilis que sólo eran viciosos, ha vuelto a escribir una carta a la ciudadanía como esos poetas sin talento que vuelven a escribir una y otra vez a las musas, por si alguna, apalomada y despistada, le caga encima. Al poeta que no escribe, al músico que no vende, al amante que no moja, al político que no gobierna, quizá lo que le queda es la carta alada y amarga a todos y a nadie, a la inspiración y a los dioses, a la muerte y a la vida, a la amada y a la odiada, que a lo mejor eso es lo que significa esa dirección sin buzón, “a la ciudadanía”. Este Sánchez epistolar y crepuscular yo creo que está intentando el último recurso del mal poeta, el mal amante o el mal gobernante, que es disimular con formas y maneras de género sus carencias, vicios e intenciones. Lo de Begoña podrá llegar más o menos lejos, pero su señor esposo está intentando colarnos el populismo o la autocracia como un polvo por compasión, y eso es más grave y más patético. 

Sánchez, alma en pena, rehén de torreón, princesa con dragón, está entre escribir cartas de analfabeto en la mili, de cautivo en Argel, de suicida de entresuelo o de fusilado de ópera, adioses a la vida con besos asquerosos a la luna, al puñal y al sello postal, con un dramatismo que sustituye a la enjundia y con una pluma de ganso que sustituye a la verdad. A mí lo que me parece es que Sánchez nos la quiere meter doblada y por eso escribe estas cartas, cartas repetidas y mentirosas como las que escribiría un canalla para llevarse al huerto a una criadita de entreguerras con olor a pan y a leche, así alternando la fogosidad, el suspiro y el tormento con alusiones a la bisutería y a los sacramentos. O sea, que a las malas intenciones de Sánchez hay que sumar las “malas artes”, expresión que el mismo usa en su carta, yo creo que como sublime rúbrica de recochineo. En Sánchez convergen fondo y forma, como en un verdadero artista no ya de la literatura del moco ni de la seducción de sofá, sino del crimen.

El fondo es esa idea populista e iliberal, compartida igual por Trump, por Maduro o por Iglesias, de que la justicia es corrupta cuando investiga o decide lo que no interesa. En realidad nunca es sólo la justicia, sino que siempre hay un sistema, una conspiración, un contubernio, poderes oscuros y ocultos que curiosamente el populista identifica enseguida (simplemente, son todos los que le llevan la contraria). Los jueces, los partidos, las instituciones, los periodistas o los empresarios serán o no parte de la conspiración según le den la razón o no, ya ven qué fácil. Los que estén de su lado serán además, por supuesto, la democracia, aunque no respeten la división de poderes, la igualdad ni el imperio de la ley, y serán el pueblo, aunque no los voten ni los de su barrio. Y esto es lo realmente importante y novedoso, porque corruptelas o gañoteos de señoronas y parientones, con los billetes en la panera o en la bolsa de basura, hemos tenido toda la vida. Pero un presidente del Gobierno negando la jurisdicción de los tribunales, comportándose como un dictadorzuelo repellado de chapas y cintas igual que el tuno de la pandereta, eso no.

Ése es el fondo, el populismo iliberal, que Sánchez no ha inventado pero lo ha adoptado con gusto, sin duda porque no ve otra manera de sobrevivir. La forma sí es más nueva, la del autócrata pasivo-agresivo, letraherido o herido teatralmente, como un tenor apuñalado que sigue cantando, por recordar a Woody Allen. Puede que lo que ocurra sea que Sánchez, que es presumido, no quiera defender su populismo maraquero con chándal de aparcacoches, sombrero de ganadero, gorro de bisonte ni braga guerrillera. Puede que Sánchez haya pensado un estilo más español, que quede entre don Juan y el bandolero, entre el amante bandido y el poeta de rondalla, entre el Fary y Antonio Gala, entre el torero revolcado, el torero de romanza y el torero en calesita. Así, con el capote o la manta zamorana de su señora esposa por delante, se ha dispuesto a diseñar la nueva iconografía del autócrata español, que le está quedando, la verdad, como un santo con dos pistolas, o más bien como un pistolero con arpa.

Lo de Sánchez, con o sin pluma, es una especie de trumpismo de tablao, como un Trump con clavel en todo lo alto

Sánchez necesitaba enemigos que lo metieran en una cueva y amores que lo hicieran coger la pluma como se coge una pistola dieciochesca, a ver si así nos convence de que nos va a salvar de la ultraderecha española, europea, mundial o universal, no ya de Feijóo ni Milei sino de Darth Vader. Pero Sánchez no es el héroe poeta de la democracia, ni siquiera es el héroe macarra de la democracia, que lo suyo se está quedando en rimas de pastor, lágrimas de bombero torero y desplantes autoritarios de folclórica franquista. Lo de Sánchez, con o sin pluma, es una especie de trumpismo de tablao, como un Trump con clavel en todo lo alto, igual que una japonesa con clavel. O una especie de bolivarismo de juego floral, con odas a las mozas de la comarca y a las guerrilleras preñadas.

Sánchez se nos ha muerto de amor y de democracia un par de veces, las dos veces lamiéndonos la oreja, las dos veces con apelaciones sentimentales a las muchedumbres de votantes como a las muchedumbres de corrala, y las dos veces como con pistolas u horcas en las manos contra la propia democracia. Después de todo esto, la verdad es que ya no nos preocupa tanto salvarnos de Begoña o de Melloni, que bastante tendremos con salvarnos de Sánchez, triste, cursi, pesado y peligroso como los tunos, los candelabros o las ostras.