Casi al tiempo que la UCO registraba la sede de Red.es -por orden de la Fiscalía Europea- en busca de documentación sobre las adjudicaciones que recibió Carlos Barrabés, doña Begoña Gómez aparecía junto a su marido en un acto del PSOE en Benalmádena. Ella y él. Él y ella. Elena y Nicolae. Pedro y Begoña. Dientes, dientes, que es lo que les jode.
Martin Scorsese es especialista en las secuencias en las que se desarrollan varias acciones importantes, pero en diferentes localizaciones. Solía acompañarlas con música. En Uno de los nuestros, recurrió a Layla, de Derek and the Dominos. El piano sonaba mientras desfilaban las imágenes sobre el asesinato de varios soplones. Si el editor del telediario de La 1 hubiera copiado esa metodología, podría haber recurrido a esa canción para mostrar lo que sucedía en la provincia de Málaga con Begoña y Pedro, mientras la Guardia Civil buscaba ‘papeles’ en Madrid y Barrabés se intentaba recuperar en una cama del Hospital 12 de Octubre, con la bandeja de la cena a sus pies. Todo sucedió casi al mismo tiempo. El azar demuestra a veces un gusto muy particular por el esperpento.
Lo más inquietante era ver a todos esos militantes -talluditos, digamos- aplaudir a ‘los presidentes’ y corear el nombre de Begoña. Es cierto que la sombra de la sospecha nunca debería ser suficiente para condenar a nadie, pero siempre conviene tener ciertas reservas con quien está siendo juzgado por asuntos tan pestilentes como los que afectan a Gómez. El socialista que asiste a los mítines ha optado por la defensa a ultranza. Por la fe ciega. Lo que diga Pedro. El líder. El mesías. El libertador o el reverendo Jones. Que sea lo que Dios quiera.
El currículum vitae de Begoña Gómez
Nadie allí parecía tener en cuenta este miércoles que sobre ella pesa una investigación por corrupción y tráfico de influencias. De hecho, la Benemérita está recabando pruebas y el juez la ha llamado a declarar para el próximo julio. El rector de la Universidad Complutense está cada vez más arrinconado y existe la prueba fehaciente de que Gómez pasó el cepillo entre varias grandes empresas para que financiaran la creación de un software para su Máster, el cual, por cierto, finalmente registró a nombre de una empresa de la que era titular. Pese a todo, los militantes gritaban “Begoña, Begoña”. A sus pies -metafóricamente- Juan Espadas se deshacía en elogios hacia ella. Le faltó decir que es más guapa en persona.
Su marido, mientras tanto, sonreía. Quizás porque ha decidido hacer de la necesidad virtud y exhibirla en público para intentar ganar rédito electoral. Sánchez considera -y transmite- que los hechos de los que se acusan a su mujer son un montaje de la ultraderecha política, mediática y judicial, de la que enfanga a la sociedad con mentiras e infamia; y de la que "quiere ver arder la casa de la democracia". Por eso defiende su inocencia y confía incluso en que su colaboración en la campaña electoral le venga bien al PSOE. ¿Y sabe usted, querido lector? Tendrá éxito.
Así será porque el victimismo es un recurso muy efectivo en España; y más si lo practica alguien de tu cuerda. Tantos años después de que los ilustrados encendieran las bombillas y ayudaran a los pueblos a abandonar las tinieblas, este tipo de comportamientos -chantajes y psicodramas- funcionan a la perfección, de tal modo que al líder no se le juzga a partir de los resultados de su gestión, sino que simplemente se le admira, como si fuera un paisaje o un Ecce Homo. Esto no es sólo patrimonio de la izquierda. También sucede en otros espectros ideológicos. Hay quien se deshace en alabanzas hacia Alvise, corajudo, sin hacerse más preguntas. O quien observa la fotografía de Santiago Abascal a lomos de un caballo con la distorsión cognitiva de Don Quijote. ¡Un héroe!, pensarán.
Begoña y Llados
Y, ojo, no ocurre sólo esto en política. Curiosamente, el mismo día en que los malagueños hacían reverencias a Begoña Gómez, un grupo de 1.000 muchachos anunciaban una querella contra su líder espiritual, Amadeo Llados, por haberlos estafado y casi maltratado. Le entregaron su confianza de forma ciega. Le dieron un cheque en blanco porque prometió cambiar sus vidas y ayudarles a ganar su primer millón de euros si seguían cuatro consejos muy básicos. Le creyeron a pies juntillas y ahora se sienten estafados y le van a denunciar, como si él, y no ellos, fueran los culpables de lo sucedido.
Es de suponer que la misma lógica -la del desencanto- aterrizará sobre los admiradores de Pedro en el futuro, si es que lo hacen. Es complejo superar el hechizo de un manipulador con la catadura moral de Sánchez, dado que los hombres de este tipo, cuando se ven arrinconados, se vuelven más hábiles para buscar excusas con las que victimizarse y para manipular la mente de su audiencia. Nunca renuncian al embuste porque son así y porque saben que, en realidad, eso funciona, aunque a veces requiera de un esfuerzo adicional.
Pese a todo, habrá quien se caiga del caballo en lo sucesivo. Entonces, cuando comprueben lo mal que huele lo de Begoña Gómez, o lo de Koldo y Ábalos, o lo de Juan Manuel Serrano, Miguel Ángel Oliver y compañía -cada cual en su ámbito- a lo mejor les asalta un sentimiento similar al de quien escribe estas líneas.
Es profundamente pesimista. Es el que obliga a luchar contra el cinismo y el desprecio. ¿Y cuál es lo peor? Que quien se desengaña de un populista de este tipo suele después renegar. Con el paso del tiempo, niega lo que hizo. "¿Franco? A mí no me mire, yo corrí delante de 'los grises'".
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