El miércoles 22 de mayo Pedro Sánchez anuncia en el Congreso de los Diputados que España reconocerá al Estado de Palestina y el martes 28 -después de aprobarse en el Consejo de Ministros- la decisión se hizo oficial.
Este reconocimiento, si bien es de justicia y es del todo merecido –e incluso puede decirse que llega tarde– no obstante, dado el momento elegido para ello y, sobre todo, teniendo en cuenta la trayectoria política de su impulsor, nos merece una segunda lectura.
El conflicto de Palestina, es decir, la ocupación de este territorio, que data de más de siete décadas, hace tiempo que dejó de ser noticia, a pesar de las atrocidades que el régimen terrorista de turno de la entidad sionista comete diariamente, con total impunidad y ante la pasividad y la indiferencia de Occidente y de Oriente.
Pero el 7 de octubre de 2023, la resistencia palestina –a la que todos llaman “los terroristas de Hamas”, porque el que ose llamarla resistencia, significa que se habría salido del guion marcado por el poderoso tándem americano-sionista y se arriesga a ser marcado de por vida, o peor aún, ser catalogado de inmediato como terrorista– dijo “¡BASTA!” y decidió (en defensa de la dignidad de sus ciudadanos y de su tierra) responder al ocupante sionista, lanzando un ataque sorpresa de gran envergadura que abarcó todos los asentamientos aledaños a la Franja de Gaza, causando enormes pérdidas humanas –1200 muertos, según fuentes israelíes– y materiales, y haciéndose con 253 prisioneros (a los que hay que llamar “rehenes”, porque solo se puede llamar prisioneros a los palestinos que los sionistas encarcelan arbitrariamente y torturan sin miramientos).
¿Es condenable la muerte de civiles y víctimas inocentes? Rotundamente, sí. Solo un perturbado albergaría dudas al respecto. Sin embargo, no debemos obcecarnos y limitarnos a un estrecho “enfoque coctelera” en el que los conceptos se confunden y se degradan. Repito, acabar con la vida de una persona inocente (sea quien sea el que lo haga –resistencia o sionismo– es un crimen atroz que merece la condena y la repulsa de todos. Pero ignorar la existencia de una resistencia popular, y negarle su derecho a defenderse de una ocupación brutal (que normalizó métodos de represión calcados a los métodos que, en su día, utilizó Hitler contra los antepasados recientes de los actuales judíos) demonizándola y estigmatizándola; es una actitud de evidente cinismo y doble moral que deriva en abominables prácticas de apartheid antisemita (los árabes también son semitas por mucho que los judíos se hayan apropiado de éste término), que solo contribuye a alejar aún más el ansiado horizonte de paz con el que sueña esta región.
Sánchez, como hábil oportunista que es y como ya nos tiene acostumbrados, antepone sus propios intereses personales a todo lo demás
El régimen terrorista de Netanyahu (cuyos actos de terrorismo no solo se limitan a Oriente Medio, sino que traspasan el Mar Rojo y llegan al otro extremo del continente, aniquilando con sofisticados drones –cedidos al sátrapa alauí– a los beduinos saharauis, argelinos o mauritanos que están de paso por el desierto –del Sáhara–segando, hasta la fecha, la vida de más de 120 personas); decide vengarse y, con la excusa de destruir la resistencia palestina (lo cual solo sería posible si ésta no estuviera constituida como tal, y no es el caso –siendo éste el error de cálculo que subyace en la estrategia de Netanyahu y el que la condena al fracaso–) inicia una guerra sin cuartel para reducir a cenizas el exiguo (365Km²) territorio de Gaza, que cuenta con una población de 2,26 millones de habitantes (de los cuales el 40% son niños). No se detiene ante nada, arrasa con todo (escuelas, hospitales, barrios residenciales, infraestructuras básicas…) causando la muerte de más de 36000 personas (en su mayoría niños y mujeres). De la lluvia indiscriminada de bombas no se libra nadie, ni los periodistas, ni el personal de la ONU, ni las ONGs que tratan, en vano, de ayudar a la población civil. Se inicia un férreo asedio a Gaza para exterminar de hambre y sed a sus habitantes. Cuanto más se estrecha el cerco sobre Gaza, más se recrudecen los combates entre ambos bandos.
Las imágenes de la tragedia llegan a los hogares del mundo entero, y los Estados, ante la magnitud de la devastación –atónitos y conmovidos algunos y deshumanizados otros– empiezan a posicionarse; anteponiendo, generalmente, los intereses políticos a los principios que rigen el derecho internacional humanitario.
Y aquí es donde entra en escena el presidente Sánchez, que, no solo no se debate entre anteponer los intereses políticos del país al derecho internacional humanitario o viceversa, sino que va más allá y, directamente –como hábil oportunista que es y como ya nos tiene acostumbrados– antepone sus propios intereses personales a todo lo demás.
Así que, para complacer a sus socios de coalición y evitar que acaben desalojándolo de la Moncloa y, de paso, tratar de congraciarse con Argelia; a finales de noviembre de 2023, después de una visita a Jerusalén en compañía del primer ministro de Bélgica Alexander de Croo, se erige en el defensor a ultranza de la causa palestina. De repente, le urge defender los derechos del pueblo palestino y abogar por el reconocimiento de su Estado.
Este despliegue teatral en pro de la causa palestina ha logrado su objetivo: complacer a su socio de coalición (Sumar) y prorrogar su estancia en la Moncloa
Se afana tanto en hacerse oír, que se diría que nunca antes había oído hablar del pueblo palestino y de los derechos que le asisten. Este despliegue teatral en pro de la causa palestina ha logrado su objetivo: Complacer a su socio de coalición (Sumar) y prorrogar su estancia en la Moncloa. Y estuvo a punto de lograr su otro objetivo (secundario para él, porque la prioridad siempre es anclarse en la Moncloa) de encauzar las relaciones con Argelia, pero la ansiada visita de Albares (prevista para el lunes 12 de febrero) a Argel se frustró en el último momento, al vetarle el dictador alauí incluir el tema del Sahara (que motivó el desencuentro con el país magrebí) en las conversaciones bilaterales.
En definitiva, el reconocimiento del Estado palestino por parte de España, ha quedado notoriamente deslucido –por no decir mancillado– por las razones, atribuibles exclusivamente a su impulsor que –a pesar de ser obvias– desgranaremos a continuación:
1- Sánchez ha tomado una decisión política de gran calado, guiándose enteramente por su instinto oportunista –innato en él– con el fin de satisfacer a sus socios de coalición, para que le permitan seguir presumiendo de presidir el Gobierno, poniendo en entredicho la seriedad y la credibilidad del país, al basar sus decisiones en espurios intereses personales.
2-Se vanagloria de ser el máximo defensor europeo de la causa palestina y, al mismo tiempo, no duda en alinearse con el sanguinario régimen alauí en su ocupación ilegal del Sahara Occidental. O sea, ante dos causas (la palestina y la saharaui) políticamente idénticas, en la primera, apoya –con firmeza– la aplicación del derecho internacional; y en la segunda, apoya la ocupación ilegal y el genocidio. Con el añadido de que el Sahara Occidental, hasta ayer, era el Sahara Español, su pueblo es el único del mundo árabe que tiene como segunda lengua el español, es el último Territorio No Autónomo que resta por descolonizar en África y su potencia administradora, a día de hoy, sigue siendo España. El presidente Sánchez, ha incurrido en una incoherencia política nunca vista antes en la historia diplomática de los Estados de derecho.
Ante dos causas (la palestina y la saharaui) políticamente idénticas, en la primera, apoya con firmeza la aplicación del derecho internacional; y en la segunda, la ocupación ilegal y el genocidio
Esta índole de praxis ¿En qué lugar deja la política exterior de España? Pues, ni más ni menos, que en algo semejante a un mercadillo de barrio, en el que Sánchez y Albares trapichean con unos y otros (socios de coalición, socios de investidura y ElMajzen) teniendo como único norte el permanecer el máximo tiempo posible en la Moncloa; lo cual supone para España, en el plano internacional –en términos de reputación y prestigio– un colosal coste político, al quedar reducida a un actor irrelevante que deambula sin rumbo, cual navío sin timón que navega desvalido a merced del viento.
Para finalizar, hemos de decir que este brote de incoherencia política (con el que Sánchez infectó al Ejecutivo) también ha alcanzado a la formación de Yolanda Díaz (Sumar) ya que –de cara a Sánchez– su defensa de la causa saharaui fue extremadamente tibia, casi rozando el soslayo; mientras que en la causa palestina mostró un ímpetu y una defensa cerrada poco comunes, hasta el punto de obligar a Sánchez a retratarse y quedar en la tesitura de la que estamos hablando.
Tal vez, si Yolanda Díaz hubiera defendido, desde el principio, la causa saharaui con la misma solidez con la que defiende ahora la causa palestina, la política exterior española habría discurrido por senderos menos aciagos y ahora no estaríamos hablando de todo esto. La coherencia es el alma de la razón, y una razón sin alma es una sinrazón.
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