Rishi Sunak sorprendió a todos, incluyendo a su propio partido, con la decisión de convocar elecciones generales para el próximo 4 de julio y acortar de esta forma, una legislatura que arrancó en diciembre de 2019 bajo el auspicio de la inminente salida del Reino Unido de la Unión Europea y con una mayoría impresionante de los Conservadores, la mayor en tres décadas, basada en una coalición electoral entre conservadores tradicionales y votantes laboristas, socialmente conservadores, atraídos por el carisma de Boris Johnson, la impopularidad de Corbyn y la terrible división que generó el Brexit en el seno del laborismo.
Como si de una montaña rusa se tratase, el panorama no podría ser diferente para estos comicios. El Partido Laborista de Keir Starmer se encuentra a las puertas de Downing Street con perspectivas de obtener una mayoría parlamentaria apabullante, que podría superar con creces la ola que llevó a Tony Blair en 1997 al poder - 418 escaños, de 659 -.
La razón de este terremoto político es la desintegración de la base electoral del Partido Conservador
Con una estimación de voto que oscila entre el 45% y el 40%, Starmer está a punto de acabar con el reinado de poder conservador que lleva gobernando el país desde mayo de 2010. Un hito que conseguiría alcanzar en solamente una única legislatura, lo que supondría uno de los cambios electorales más importantes en la historia política británica: comparable al que se vivió en los años 20, con la desaparición del viejo Partido Liberal, o el de 1945 tras la Segunda Guerra Mundial, cuando Clement Attlee arrebató el poder a Winston Churchill y consiguió formar el primer gobierno laborista con mayoría absoluta.
¿Por qué este terremoto político? La razón la encontramos en la desintegración de la base electoral del Partido Conservador. Directamente, una implosión que supera el mero desgaste - lógico-, de un partido de gobierno: todas las encuestas detectan que menos del 50% de los votantes Tories de 2019 repetirían por la formación (46% de fidelidad de voto por parte de Survation o 37% en la de Redfield & Wilton Strategies). Al mismo tiempo, la formación de Sunak escupe votantes en tres direcciones: hacia el Partido Laborista, el Reform UK y la indecisión (en una horquilla que oscila en torno al 15% para cada grupo). En otras palabras, Rishi Sunak ve cómo los votantes se le escapan por todos los flancos, tanto al partido de la oposición, como a una formación “heredera” del viejo UKIP, revitalizada por la irrupción de Nigel Farage y por último, a la desmovilización.
Precisamente, la presencia de Farage puede acabar de hundir todavía más las perspectivas lúgubres de los Conservadores: a pesar de no haber ganado nunca un escaño por Westminster y ser un personaje polémico, su influencia fue decisiva para que Cameron se comprometiese a convocar el referéndum sobre la permanencia en la UE y todavía hoy continúa siendo una figura popular entre determinados sectores de derechas: según la encuesta de YouGov de abril de 2024, un 50% de los votantes conservadores tienen una opinión favorable del líder populista, contra un 42% que la tiene negativa.
El Reform Party puede abrir un boquete en muchas circunscripciones electorales (especialmente, de las regiones del este y el noreste de Inglaterra), facilitando victorias laboristas a costa de deprimir el voto de los Conservadores. Un mecanismo que funcionó, justamente al revés, en las elecciones de 2019 (cuando la formación de Farage desvió voto laborista y permitió que Boris Johnson pintase de azul el norte industrial por primera vez en décadas).
Por consiguiente, la ola laborista que se cierne está fuertemente facilitada por la espectacular caída de los Conservadores, más que por los propios méritos del candidato laborista, Keir Starmer: si nos fijamos en la encuesta de YouGov de principios de mayo de 2024, el líder laborista tiene una popularidad de -20 puntos (33% de opiniones favorables, contra 53% que lo desaprueban). Ahora bien, continúa muy por delante de la del Primer Ministro, con 47 puntos negativos de impopularidad.
Si nada falla, un votante apático, harto de su clase política y pesimista sobre el rumbo del país, enviará a Starmer al 10 de Downing Street
Está claro que Starmer no es Tony Blair, pero tampoco es Jeremy Corbyn. Bajo su liderazgo, el laborismo ha girado más hacia el centro, moderándose en cuestiones económicas y en política internacional, llevando a cabo simultáneamente una auténtica purga del sector izquierdista que ha conducido, entre otras cosas, al hecho que Corbyn se presente como independiente en su propia circunscripción porque fue expulsado del Partido Laborista. Un viaje que permite situar a la formación en unos valores ideológicos más cercanos y tolerables para el británico medio que, por tradición, acostumbra a poner más veces en el poder al Partido Conservador que a los laboristas.
Quedan poco más de tres semanas para votar, pero es difícil que las situación pueda cambiar, más si se tiene en cuenta que el sistema electoral premia al ganador - aunque sea con un voto- en cada circunscripción, lo que se puede traducir en una masacre Tory si la diferencia con el Reform continúa estrechándose, como apuntan las más recientes encuestas. Y todavía más inverosímil viendo la desastrosa campaña de Sunak, plagada de fallos, desde la lamentable comparecencia para convocar las elecciones (pasada por agua), hasta la polémica generada por su abrupto abandono en la conmemoración del Día D. El Partido Conservador, por mucho que Sunak se esfuerce en tres semanas, ha perdido la credibilidad en cada uno de los asuntos en los que solían destacar contra el laborismo, especialmente, en materias como la gestión económica, la inmigración o la política de defensa.
Si nada falla, un votante apático, harto de su clase política y pesimista sobre el rumbo del país, enviará a Starmer al 10 de Downing Street en el amanecer del 5 de julio.
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