De un tiempo a esta parte, en Forocoches se habla especialmente de Alvise Pérez. Poca broma. Los debates sobre este activista abundan en esta web y se mezclan con los habituales, que suelen versar sobre fútbol, sobre vivienda, sobre Ucrania, sobre mujeres y sobre cuernos. Sucedió algo parecido cuando Podemos apareció en al política española. También cuando surgió Vox. Entonces, los temas sobre estas formaciones políticas emergentes se alternaban con los de siempre. Los de “He pillado a mi novia hablando con otro” y los de “Decepcionante cita en Tinder”. Qué duda cabe de que la opinión de sus miles de usuarios ayuda a acercarse a los sentimientos que predominan a pie de calle.
Si los periodistas contemporáneos leyeran más a los forococheros y atendieran menos a los propagandistas de los partidos, conseguirían una aproximación más certera a la realidad, que es más dura, pero menos tramposa y fatua.
Lo que ocurre es que esta profesión es ante todo vanidosa, así que no presta atención a todos aquellos a los que considera 'excéntricos', lo sean o no. Esto podía funcionar en el pasado, cuando los medios de comunicación disponían del monopolio de la información y de los altavoces más potentes del mundo libre. Hoy, esa actitud es ridícula, dado que la burbuja de influencia en la que viven los periodistas y los políticos es cada vez más pequeña. Lo que antes tenía el tamaño de un planeta, ahora no mide más que un balón de playa que se deshincha poco a poco mientras la vida sucede a su alrededor.
Trumpismo ayusista y todo eso
Así que el análisis de periodistas que sólo se miran al ombligo resulta especialmente gracioso este lunes. Es el caso de Javier Gallego, 'Crudo'. Según él, “el trumpismo ayusista crea monstruos” que llegan al poder "gracias a la desinformación masiva a través de redes y digitales, fuera de los canales tradicionales”.
No seré yo quien defienda a Alvise Pérez. Me parece un oportunista, un demagogo y un temerario que, de tanto correr, bien podría terminar como El Pequeño Nicolás. Siempre he sido crítico con su actividad y con su forma de relatar y confundir. Ahora bien, eso no quiere decir que le hayan votado 800.000 memos, fascistas, trumpistas o, peor, ayusistas. Es cierto que no hay muchas luces en este país que brillen más que la de Javier Gallego, faro de Occidente y rey de reyes. Pero desacreditar a tantos miles de ciudadanos es presuntuoso y erróneo. Y mucho más denominarlos poco menos que como nazis o como sus víctimas. Como engañados.
Porque en la fiesta post-electoral que ofreció el domingo en la madrileña discoteca Cats no había ultras ni 'Cayetanos'. Sólo era gente enfadada. Ciudadanos cuyos problemas han sido históricamente silenciados -o negados- por los líderes de opinión, los cuales ahora apoyan a Alvise Pérez porque propone un discurso anti-sistema.
Es importante tener claro que los antisistema de nuestros días no llevan un pasamontañas ni claman contra el capitalismo y las multinacionales, sino que lo hacen contra el globalismo y contra quienes niegan los problemas derivados de la inmigración ilegal (muchas veces, con una repugnante xenofobia, cateta y siempre atroz), además de contra los 'negacionistas' del declive económico y el empeoramiento de las condiciones de vida en España.
El fundador de 'Se acabó la fiesta' gestiona una comunidad de 500.000 usuarios en Telegram y de 800.000 en Instagram a la que transmite constantemente esos mensajes, que a veces son ciertos y otras tantas caen en la injuria y rozan el acoso. Pero es a través de esas plataformas -y no de los medios tradicionales- desde donde se dirige a su público, que está formado, en una parte, por jóvenes. Es decir, por muchachos de esa generación desesperanzada y silenciada que es hija de una gran crisis y presa de múltiples religiones de sustitución; y que está compuesta por chicos que buscan alguna respuesta o castigar a los que consideran culpables de su situación.
Jóvenes con Alvise
Cualquiera que se acerque al perfil de veinteañero desencantado -votante de Alvise- podrá apreciar su enfado con una sociedad que no le ofrece grandes oportunidades ni alicientes. Ese post-adolescente es mucho más consciente que sus padres de la que se le viene encima a España, con un tejido productivo en decadencia, con un mercado laboral que le condena a la precariedad y con un sistema de pensiones que tiene que sostener, pero que a lo mejor no le premia cuando se jubile, dado que podría quebrar. Esto último no afecta a su vida actual, pero no puede evitar rumiarlo de vez en cuando.
Ese muchacho es nativo digital y estudió en un aula con alumnos de varias nacionalidades que a veces no se entienden entre sí. Por cultura o por idioma. Seguramente, no comprenda el discurso woke ni la vehemencia con la que "los zurdos" despotrican contra quienes no asumen sus postulados.
Sospecha ese joven que es un futuro perdedor y clama contra los impuestos altos porque nunca ha disfrutado de unos servicios públicos a la altura de los que utilizaron sus padres. De hecho, vive en su casa, a lo mejor aislado de un entorno social que le viene grande, como todo lo que huela a éxito o a prosperidad. Desde su Tiktok, escucha a 'los Alvises' y a Desokupas de turno, quienes le transmiten que los políticos y los medios de comunicación nunca solucionarán sus problemas... porque sólo se preocupan de mantener sus privilegios.
Populismo contemporáneo
Así que ante la desconfianza que le genera 'lo tradicional', explora otras fórmulas, sin ser consciente, por cierto, de que tampoco mejorarán su situación, dado que la política nunca resuelve más problemas que el esfuerzo individual.
¿Cuál es la cuestión? Que ese ciudadano descontento no sólo tiene el perfil de 'joven incauto'. También de autónomo hastiado, de anciano que teme que le okupen de forma impune su segunda vivienda o de habitante de un barrio céntrico que percibe su zona cada vez más insegura, mientras los partidos tradicionales niegan la mayor. No es casualidad que Alvise Pérez se refiriera a Pepe Lomas en su discurso post-electoral. Es ya un héroe anti-sistema.
El periodismo era antes una actividad en la que sus profesionales se esforzaban por mover el trasero de la silla para salir a la calle para tratar de escuchar a la gente
El periodismo era antes una actividad en la que sus profesionales se esforzaban por mover el trasero de la silla para salir a la calle para tratar de escuchar a la gente. Sólo de esa forma era (y es) posible comprender sus problemas para poder escribir de ellos. Los ejercientes de este oficio hemos renunciado a eso, en buena parte, porque siempre es más sencillo transmitir las consignas de los propagandistas de los partidos y esperar, a pie de calle, micrófono en mano, a que el portavoz de turno ladre para tener un buen titular con el que 'impactar' en la audiencia.
No nos hemos dado cuenta (por pereza, por prejuicios o por idiocia) de que hay muchas calles en España más allá de Ferraz y de Génova; y que ahí es donde se juega la partida de la vida, donde se sufren los problemas reales y donde intentan estos días influir los Alvises, los Frentes Obreros y algún que otro indeseable que apila rublos en su cuenta corriente mientras esconde complicidades y antiguos uniformes.
Sobra decir que su capacidad para resolver los problemas es nula, como la de cualquier activista. Así se demostrará próximamente. Por eso hoy se vacían Sumar y Podemos; y por eso lo hará Vox. Pero sí que habría que pedir a los portavoces mediáticos estos días que, al menos, respeten a quienes los han votado. Porque su malestar es completamente legítimo, aunque su expresión sea nefasta, a mi entender.
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