Aun con la victoria justilla o suficiente del PP, lo que hará Sánchez a partir de ahora a mí me parecía ya, simplemente, inevitable. Para un plebiscito, en realidad, no hacen falta siquiera elecciones, al fin y al cabo un engorroburocrático y estadístico, como si fuera el catastro. Para un plebiscito valen los autobuses cargados de militantes como de toallas de Portugal (o de militantes verdaderamente cargados con toallas de Portugal), valen automanifestaciones orgánicas con coreografía de rezo por la Champions o por santa Begoña, patrona de los conseguidores y los cursillistas, y vale hasta un lamparón concienciado en la camiseta.
La legitimidad Sánchez siempre se la ha inventado, que cuando no se la otorga la corrupción ajena se la otorga la corrupción propia, que cuando no se la otorga el bloque de progreso se la otorga el nacionalismo ultraderechista y tribal, que cuando no se la otorga la multitud se la otorga la intimidad. Esta legitimidad, además, no es ya la legitimidad para gobernar con la simple aritmética en vez de con la ideología, sino que Sánchez la considera legitimidad para poder hacer cualquier cosa, incluso liberar a Begoña, con sus grilletes de caramelo, de los jueces.
Que el sanchismo-begoñismo era inevitable lo sabíamos antes de este teatro europeo que aún mezcla el desembarco de Normandía con los trenes gratis para estudiantes con trenzas y ristras de condones, como antes eran trenes con señoras con pañoleta y ristras de chorizos. Estas elecciones tienen una idiosincrasia particular, son sólo como para eurofans de los partidos, pero además yo creo que las proyecciones o corolarios de estos resultados en el ámbito nacional no importan para Sánchez. Europa suena a timbal beethoveniano, a niña cogiendo tulipanes y también un poco a reductos de la
ultraderecha de nido de águilas, pero a lo que suena España es sólo a Sánchez, a su peronismo de parejita de discoteca, como de Grease, como Travolta y Olivia Newton-John cogidos de la mano entre aquel elenco de escolares viejísimos, que es lo que parecen nuestros votantes infantilizados.
La legitimidad Sánchez siempre se la ha inventado, que cuando no se la otorga la corrupción ajena se la otorga la corrupción propia
Sánchez no puede dejar de sonar a lo mismo, no puede dejar de hacer lo mismo, porque no tiene otra alternativa. Una vez que ha renunciado a la ideología, a la coherencia y a la memoria, sólo le queda la teatralización de
grandes dramas que justifiquen el ataque a todo lo que pueda oponérsele, ahora especialmente jueces y medios. Además, cada drama y cada desafío a
la democracia al que se atreve Sánchez lo impulsarán a dramas y desafíos aún más extremos. Los números de estas elecciones, pobres en todo caso, apenas influyen en esa necesidad, de la que de nuevo vuelve a hacer virtud.
La distancia con el PP de este Feijóo un poco desnortado en la campaña es de 4 puntos, un PP en la frontera de la decepción o del fracaso después de la amnistía, de Koldo y de Begoña, pero ya sabemos que Sánchez dirá que esa distancia es culpa de los bulos de la “internacional ultraderechista” (ya tiene que ser internacional porque hasta la Fiscalía Europea anda pidiendo papeles).
Nada cambia, la cruzada sigue, incluso más justificada y encolerizada todavía, como cuando una secta de sandalia falla en la fecha del fin del mundo.
El PP se salva, el PSOE aguanta, Vox hincha un poco su pecho de palomo y la izquierda confitera de Yolanda empieza a estrellarse como un avioncito de papel. Pero la verdad es que las actitudes autocráticas de Sánchez no le suponen un castigo demasiado severo, que a ver qué significa el Estado de derecho al lado del amor de batamanta que comparte el dinero público como el calorcito de los pies.
España se ha argentinizado, ya son posibles aquí un Milei con rotaflex, que es más español (a lo mejor Alvise termina en eso), o un matrimonio Kirchner en una carrocita como una bombonera, una especie de monarquía absoluta con latinajos de la Logse y de LinkedIn, un peronismo de parejita en patines que considera que su gracia es la voluntad del pueblo. El sanchismo-begoñismo acaba con el PSOE como partido socialdemócrata o como partido demócrata, pero eso ya me parecía inevitable. Ahora, lo veremos hincharse de maneras exóticas y espantosas buscando la supervivencia, como flores carnívoras o extraterrestres. A mí esto me parece mucho más grave que lo que pase en Europa, que a lo mejor está condenada a la decadencia o la autodestrucción, como nosotros, sin importar los resultados de estos comicios de domingo raro o robado, como de fiesta eslava, como de semifinales de Eurovisión.
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