Sumar era Yolanda, la espera de Yolanda, la duda de Yolanda, el blanco de Yolanda, la nada de Yolanda, que ahora ya es una nada pura, sin referencias, como un caballete vacío. Sumar era la alegoría de Yolanda, Yolanda oyendo caracolas, Yolanda paseando entre el pueblo como entre magnolios, Yolanda ensabanada de mármol, peinada por amorcillos, coronada por faunos, o sea que Sumar ahora es como un capitel decapitado o un tapiz con las musas huidas igual que comadres. Sumar era Yolanda, que a su vez era una operación de Sánchez, el intento de hacer un Podemos de fresa y nata, de tener un Pablo Iglesias monjil robado precisamente a Pablo Iglesias, una izquierda siseante y bordona que dijera las mismas cosas de siempre pero como desde el fondo de un pozo de los deseos, de un espejo mágico o de un lago con dama, sombrilla y barquita. Sumar era toda la izquierda metida en el delantalillo de Yolanda, donde había migas para pájaros y la promesa de ministerios como moras recién cogidas. Sumar era Yolanda con cántaros de leche, que ahora son añicos.

La primera vez que vi a Yolanda se derretía al sol del Matadero de Madrid, y así ha estado hasta ahora, derritiéndose poco a poco bajo su melena como una estatua de cera o como Leticia Sabater, que yo creo que ya en aquella crónica hacía la comparación. La adultez infantilona, el infantilismo zangolotino, siempre han sido ridículos, en la política y en la vida, y allí la vicepresidenta de las “cosas chulísimas” hablaba de “un día de alegría y de fiesta”, de “cariño” y de “ternura”, como una cuentacuentos vestida de muñecota. Yolanda, bajo aquel sol de carromato que aún recuerdo castigándome, se presentaba ella, o presentaba Sumar, como un circo ambulante de la izquierda lleno de falsas maravillas, falsos niños perversos como enanos perversos y realísima pobreza material o mental. Reinventar la izquierda es como reinventar el martillo, pero reinventarla como fiesta de cumpleaños de una chiquilla ya me parecía un insulto para la propia izquierda, que al menos antes daba venerables macarras.

Hacer un nuevo Podemos sin Podemos y una ultraizquierda de chicle era más la intención de Sánchez que de Yolanda, que yo creo que ella no se daba ni cuenta de su verdadero papel

Hacer un nuevo Podemos sin Podemos y una ultraizquierda de chicle era más la intención de Sánchez que de Yolanda, que yo creo que ella no se daba ni cuenta de su verdadero papel, de su sitio, viéndose allí arriba, montada en el unicornio de su sombra. Yo creo que ella pensaba de verdad que era la primera que iba a escuchar a la gente, algo que nadie había intentado en serio, e inició un proceso que llamo avispadamente “de escucha”, y que le daba aires de pastorcilla hablando con las ovejas. Luego, después de hacerse querer, de dudar, de deshojar la margarita de sus propios suspiros y sus propios lazos, que ya le hacían como nieve alrededor de sus piececitos; luego, en fin, como casi todos, se convenció de que lo que le pedía la gente era justo lo que ella siempre quiso hacer, que el pueblo, de alguna manera, siempre retumbó dentro de ella como una gran cascada salvaje. Con esa autoridad autoadjudicada y casi ancestral quiso asumir toda la izquierda, y lo curioso es que lo consiguió. 

La nueva nueva izquierda, o nueva vieja izquierda, necesitaba unidad, o mejor dicho liderazgo o hegemonía (es un viejo chiste ya que lo de la izquierda unida es un oxímoron), así que Yolanda podía, a la vez, negar los personalismos y presentarse como guía y salvadora. Aun con vetos (Irene Montero no representaba tanto una izquierda fallida o falsa sino antiestética, con sus pederastas liberados y su fanatismo clitórico), casi toda la izquierda asumió el liderazgo natural o sobrenatural de Yolanda, que a mí eso me sigue pareciendo el mayor triunfo de toda esta operación de Sánchez. Sería la superstición de los sondeos, o sería la figura alada que proyectaba Yolanda con sus mangas de ángel y sus moños y polisones de molinera, o la desesperación de una izquierda que volvía a agonizar en los purismos, las purgas y el radicalismo, pero Sumar, que no era nada, apenas un sol de cartulina sostenido por una niña bajo aquel sol industrial del Matadero, de repente era (casi) toda la izquierda a la izquierda de Sánchez.

Sumar era Yolanda, el aleteo de Yolanda, el frufrú de Yolanda, el verbo de Yolanda como en un sueño, bello y absurdo. Sumar era hasta el bolsito de Yolanda, que le llevaba una secretaria detrás, entre la carrera y la reverencia, como se lleva una corona real en un cojín, según vi en otra ocasión, en otra de las apariciones de Yolanda entre magia y ventoleras, que ahora que lo pienso Yolanda se aparecía como Céline Dion. Aun después de la huida de Podemos, casi toda la izquierda, milagrosa o sospechosamente, parecía de Yolanda. Pero Yolanda, en los tablaíllos y en la vicepresidencia, seguía siendo esa muñecota de la izquierda con canesú y mantecosidad, más caricatura que alegoría y más morisqueta que fundamento. Sánchez le ha ido dejando sitio, porque si no la operación no funciona (Sánchez desde luego no necesitaba a Yolanda para cargarse las relaciones con Israel), pero Yolanda vestía en el Gobierno y naufragaba en las urnas como una barquita en Sanxenxo.

Sumar era Yolanda, hasta Yolanda Díaz era sólo Yolanda, como la marca de harina que corresponde a una política enharinada igual que una monja enharinada, la monja que buscaba Sánchez. Aún seguirá de vicepresidenta, siendo esa vela blanca o negra de la izquierda que se larga en la bancada azul, que tampoco es cuestión de retirarse a un monasterio de la izquierda, a un bar de torreznos como Iglesias. No le salió mal la operación a Sánchez, pero la decadencia de la izquierda, loca de wokismo, superstición e irrealidad, ha coincidido con la nulidad política que era en el fondo, o desde el principio, Yolanda. Sí, Sumar era Yolanda pero Yolanda era nada y ahora la izquierda y Sánchez tendrán que buscar otro mesías u otra sirena.