Victoria (no me acostumbro todavía a hablar de ella en pasado) estuvo al pie del cañón hasta el final. Incluso cuando ya las fuerzas no la acompañaban. Su último artículo lo publicó en El Independiente el 19 de enero. Se titulaba Aquelarre en Galicia. En él citaba a Felipe González, cuando dijo aquello de que la amnistía que ha impulsado este Gobierno "no es una amnistía, sino una autoamnistía".

Yo solía decirle, “cuanto más cabreada estás, mejor te salen los artículos”. Y ella se partía de risa: “Pues hoy estoy muy cabreada, te lo advierto”. Esta era una constante en los últimos tiempos.

Hace ahora poco más de 24 años Victoria se incorporó al equipo directivo de El Mundo. Fue una sorpresa para muchos. José Luis Gutiérrez, el Guti, entonces colaborador estrella del periódico, vino a verme a mi despacho encendido: “Pero cómo se os ocurre: ¡Victoria Prego va a ser una felipista infiltrada!”.

Pobre Guti, tan vehemente como brillante. La verdad es que si ahora estuviera vivo hasta él mismo se habría hecho felipista.

Era mucho más sencillo que todo eso. Victoria Prego era una gran periodista, la mejor con la que yo haya trabajado nunca. Por eso me empeñé en contratarla para El Mundo.

Como ya he dicho en otras intervenciones, Victoria era una persona que se hacía querer, por su generosidad y por su disposición a ayudar siempre a los demás. Y era incompatible con el sectarismo. Por eso y por su calidad como periodista en todas las modalidades de esta profesión, era respetada y querida por sus compañeros y por los líderes políticos de todos los partidos.

Victoria creía en la objetividad y en la verdad. Y se afanaba por buscarlas, por encontrarlas. Esa y no otra es la labor del periodista. Razón por la que la inquietaban los teóricos del subjetivismo, esos que dicen que la objetividad no existe y que los periodistas tienen que tomar partido.

En eso, como en tantas otras cosas, estábamos de acuerdo. En una dictadura, los periodistas sí que debemos tomar partido, porque se vulneran principios que conforman la esencia de nuestra profesión: la libertad de expresión y el derecho a la información de los ciudadanos. Pero, en un Estado democrático, los periodistas debemos dejar la militancia para otros, lo cual no quiere decir que no opinemos, que no digamos lo que pensamos, pero siempre al margen de la información, siguiendo la vieja receta de que los hechos son sagrados y las opiniones, libres.

Vivimos en un contexto en el que nuestra profesión es más necesaria que nunca y, a la vez, está más cuestionada que nunca.

Así que el mejor homenaje que le podemos hacer a Victoria es seguir su ejemplo. Mantenernos firmes en nuestros principios y militar sólo en una causa: el periodismo.