Fiscal General del Estado quizá es un título demasiado grande, como tener a un archiduque remachado de estrellas crucíferas a cargo de las cocinas o las perreras. Fiscal General de Sánchez sería lo más ajustado para Álvaro García Ortiz, incluso más digno, que no hay nada más ridículo que esos títulos flamígeros y jerosolimitanos que otorgan algunas órdenes de caballería a un párroco o a un perito agrónomo. No pasa nada si uno no es Fiscal General del Estado, como si no es Capellán Magistral de la Orden del Piramidón, y en vez de eso, y nada menos, es Fiscal General de las jaquequitas de Sánchez, o escudero de los perniles presidenciales, o párroco, o perito agrónomo. Ya digo que es hasta más honroso, como un jardinero real con la chepa plebeya ya tendiendo a heráldica, o un viejo ayuda de cámara que suena a gozne y a llavín de cadenilla mientras viste al señor o puto amo, que dicen estos modernos que han perdido las formas.
García Ortiz es Fiscal General de Sánchez, que lo llamaremos así aunque a lo mejor el título correcto podría ser Caballero de Gracia y Palangana de la Santa Alcoba Monclovita, no sé (tampoco hay que perder todo el lustre de las instituciones democráticas). Sánchez está cambiando toda la política, toda la democracia, con todas sus instituciones y sus nomenclaturas, y esto va a terminar en un Camelot con discoteca, una Austro-Hungría de LinkedIn o un Palacio del Pardo con cama de agua en vez de mesa camilla. García Ortiz es Fiscal General de Sánchez, dignísimo cargo parejo, por ejemplo, al de Venerable Custodio de los Presidenciales Huevos Pasados por Agua, y la verdad es que no creo yo que haya ninguna vergüenza en eso. A García Ortiz le suena una campanilla con cordoncillo, él hace sonar otra campanilla con cordoncillo, y los datos e intimidades fiscales del maromo de Ayuso, ese aguililla, acaban en una nota de prensa como si fuera un edicto en rollo de pergamino. Pero esta jerarquía, ese cordoncillo que tira de otro cordoncillo, es sólo el orden natural de las cosas.
García Ortiz le noto casi físicamente ese esfuerzo por sostener la democracia, cuando lo veo sudar por sus rizos, rizos un poco descapotables
García Ortiz, Fiscal General de Sánchez o quizá Gran Preboste de la Bóveda Íntima de la Celeste Moncloa (tampoco vamos a acabar de un plumazo con todo el boato de la democracia), sólo está contribuyendo a mantener ese orden natural, esa jerarquía de cordoncillos y campanillas que es la sociedad verdaderamente democrática. Y eso no es fácil en estos días, donde ya no hay respeto por el rango, la clase (obrera, claro) o la autoridad. Yo a García Ortiz le noto casi físicamente ese esfuerzo por sostener la democracia, cuando lo veo sudar por sus rizos, rizos un poco descapotables, al llevar esos collares como de cucharones, esas togas de terciopelo gordo, como un rey de espadas de la baraja de la Moncloa, y sobre todo al llevar como en una delgada bandejita de té o de correspondencia todos los cabreos y berrinches judiciales que tiene ahora Sánchez, y que le dan despertares y humores de viejo gotoso.
García Ortiz, Fiscal General de Sánchez o Sublime Caballero Prusiano del Elastiquillo Flojo del Calzón Presidencial, yo creo que refleja como nadie, desde su puesto humilde, agradecido y acaobado, como el de un simple maestro carpintero, la revolución democrática sanchista. Y es que Sánchez ya nos dejó, desde sus primeros Mandamientos y desde sus primeras lecciones mayéuticas, esa máxima en acertijo de “la fiscalía, ¿de quién depende?”. Aunque en realidad no era tanto un mandamiento para tomar literalmente, sino una parábola que llegaba mucho más lejos partiendo de un fiscal como los evangelios parten de unos pájaros o de unos talentos. Lo que nos quería decir Sánchez es que tirando de ese cordoncillo, de esa parábola, de esa lógica, a lo que llegamos es a que todo depende, en última o primera instancia, como el Motor Inmóvil de Aristóteles pero con mejor percha, de él, de su presidencial persona.
Quizá había que empezar con García Ortiz, Fiscal General de Sánchez o Gran Intendente Secreto del Real Colchón, para entender que de Sánchez emanan, en última instancia, todos los poderes del Estado. Esto no lo digo yo, se deduce de lo que ha dicho Sánchez en la reciente entrevista palaciega en TVE, ahí como entre coperos y mastines: “Todo poder emana de la soberanía nacional, es decir, del Congreso de los Diputados”. Y claro, a ¿quién ha nombrado supremo líder el Congreso de los Diputados? Pues eso. Lo mismo están pensando que la Constitución dice otra cosa, que “la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”, o que “las Cortes Generales representan al pueblo español y están formadas por el Congreso de los Diputados y el Senado”. Y ya sería raro, o imposible, que todos los poderes del Estado emanaran de uno solo de esos poderes, o de medio. Pero ésa es la grandeza teológica del sanchismo: lo que puede parecer un bulo, una contradicción o una ignorancia inhabilitante para un presidente, es en realidad un misterio inefable, como el de la Trinidad.
Sin duda, García Ortiz, Fiscal General de Sánchez o Ínclito Maestro del Arco del Triunfo Progresista-Begoñista, era necesario, como un profeta con ropa de saco y collar de piedras, para entender la verdadera esencia de la democracia. La democracia no es lo que dicen los fachas liberales (facha liberal era un oxímoron hasta que Sánchez deshizo la contradicción o deshizo toda la lógica, que eso justo es lo que significa el misterio). O sea, no es esa cosa tan burguesa que incluye el imperio de la ley y la separación de poderes. La verdadera democracia, después de tirar del cordoncillo de los fiscales, los jueces, los funcionarios, los periodistas de medios públicos y privados y hasta las empresarias de éxito, termina o comienza en Sánchez. A lo mejor ustedes no consideran esto una democracia, sino todo lo contrario. Pero ahí están el misterio y la gracia sanchistas, que le permiten a nuestro presidente tener no ya a un Fiscal General del Estado, sino a todo el Estado, para manejar sus cocinas y sus perreras.
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