No es necesario que el tonto útil cumpla cualquiera de los dos términos por los que se le conocen. Es posible que no sea ni 'tonto' ni 'útil'... o que sea las dos cosas a la vez. Incluso puede ser que lleve el prefijo 'in-' al principio de la segunda palabra. Todo depende de la persona, de la situación y de las ganas que le ponga.

Hay quien juzga con una excesiva dureza a los que interpretan ese papel, lo hagan por convicción o por conveniencia. No comparto esa actitud. La vida es demasiado dura y compleja como para emprenderla contra quienes se ven obligados a hacerse los tontos o a buscar alimento entre el barro. Hay que respetar a los hambrientos y a los vanidosos, aunque también conviene hacerles conscientes -aunque sea de vez en cuando- de que con esa actitud empeoran el mundo y se complican la vida a sí mismos.

Porque uno puede perder unas elecciones e irse a su casa... o atender a los requerimientos de un presidente que busca un 'colaborador que haga ruido' para que se cumpla la lógica más elemental de la comunicación política, que es la que intenta que el ciudadano mire hacia el dedo cuando señala a la luna. Cuando alguien se presta a ejercer de ese papel, entre el clown, el agitador y mamporrero, debe ser consciente de que se ha convertido en algo que se aproxima mucho a lo que define el título de este artículo.

A lo mejor en un primer momento esa actitud le ayuda a conseguir seguidores, entrevistas y entradas para grandes acontecimientos deportivos; e incluso se considera en una posición muy elevada porque le invitan a copas y le saludan por la calle. Quizás el 'tonto útil de remate' piense entonces que ha comenzado a mirar el mundo desde los hombros de un gigante. Pero esas historias no suelen tener un final feliz. Quien asigna ese papel a alguien es porque en realidad le considera un inferior... y como inferior le tratará cuando le deje de ser útil.

No mirar a los monstruos

Sucede lo mismo con quienes hoy despotrican contra la fachosfera desde el único periódico que debería ser legal en España, que es el sanchista. El institucional. El legítimo y el de siempre. Allí donde atan los perros con longaniza y donde nunca se ha publicado una información interesada. Donde no se repara en la vida personal de las parejas de los políticos y donde no hay intereses políticos, empresariales y financieros que condicionan las noticias que se publican.

Hay algún periodista de este diario que limpia cada mañana, con orgullo renovado, la insignia de policía mediática que le colocó su jefe, mientras ejerce de sicario con la competencia -y digo bien, con la competencia, ahí está la clave- y demuestra una especial ceguera, por ejemplo, con quien ha trincado 30 millones de euros en contratos de Radiotelevisión Española, que casualmente es uno de sus jefes.

Sobra decir que no tendría permitido escribir ni una palabra sobre este tema si no le interesara al Gobierno -así de libres son-, pero Moncloa decidió hace un buen tiempo emprender una campaña contra los medios críticos -antes del fallecimiento de Miguel Barroso- y la labor de éste y otros polyeznyi ha resultado fundamental para justificar ante la ciudadanía el atropello que se avecina contra la libertad de expresión. Sus acciones engrosarán la enciclopedia de la infamia a no mucho tardar. Mientras tanto, se creen necesarios. Y vaya si lo son. Como todos los tontos útiles.

La cena de los idiotas

Dentro de esta maniobra de descrédito a los hostiles y levantiscos, resulta fundamental el rol de los excéntricos, como el activista que ha ascendido a eurodiputado. También juega un papel importante su dizque jefe de prensa. Incluso las asociaciones de periodistas que le han apuntado con el dedo. Todos ellos han ayudado a crear el caldo de cultivo que necesitaba Pedro Sánchez para justificar las medidas contra la prensa hostil que va a imponer.

Porque esta estrategia no es nueva en la historia. Ya se ha reproducido en decenas de ocasiones. Primero, dirán que los Quiles son un peligro para la democracia y especialmente molestos en el Congreso de los Diputados. Impedirán entonces que los 'pseudo-medios' se acrediten en el Parlamento y accedan a la publicidad institucional.

Si nadie les frena, poco a poco podrían intentar situar en el mismo grupo de los agitadores que a la prensa hostil y así justificarán las medidas más discrecionales contra ellos. Escribí hace unos meses -y ellos lo negaron, de forma falaz- que Red Eléctrica había dado orden de retirar campañas de varios medios digitales conservadores tras la investidura. Ojalá me equivoque, pero lo próximo que harán es presionar a los anunciantes de lo que ellos consideran 'pseudo-periódicos' para que no inviertan ni un euro ahí.

Y a lo mejor se piensan las grandes cabeceras que a ellas no les va a afectar. Incluso quizás sus directivos consideran que van a salir privilegiados en el reparto de campañas, dado que, al excluirse a algunos de sus competidores, van a tocar a más. Craso error. ¿Acaso no han visto cómo el presidente ha llegado a situar a El Confidencial dentro de la “galaxia de medios de ultraderecha” tras publicar informaciones de Begoña Gómez? ¿Qué más pistas quieren? Quienes utilizan la hipocresía en este sentido también ejercen de 'tontos útiles'.

Un sector despistado y lobotomizado

La realidad es la que es y el mero anuncio del presidente del Gobierno de legislar contra los bulos, un año antes de que España comience a aplicar la Ley Europea de Libertad de los Medios de Comunicación, debería haber provocado un rechazo unánime del sector.

Entre otras cosas, porque si la UE ha elaborado un reglamento para ordenar el sector mediático de los Estados miembros, no tiene sentido que el Gobierno de España actúe ahora en paralelo. Por otra parte, no es cierto que exista impunidad contra la mentira -¿qué pintan aquí los tribunales?-, como tampoco que sea imposible saber quién está detrás de cada medio -¿y la CNMV y el Registro Mercantil?-. Sus contenidos están además sometidos al veredicto de órganos reguladores como la CNMC o incluso del CAC. Las televisiones y las radios incluso pueden llegar a perder las licencias de televisión en caso de saltarse la ley.

Por todo esto, quien no sospecha de los planes de Pedro Sánchez... es evidente lo que es. Como poco, lo que figura en el título de este artículo. Y a lo mejor un caudillo, un ignorante o un caradura.