Mariano Rajoy siempre fue un especialista en realizar observaciones sobre lo más evidente y conocido, lo cual no suele aportar gran información la mayor parte del tiempo. Podría decirse que afirmar que la lluvia moja y el amor duele cuando a alguien le acaba de caer un chaparrón no resulta muy valioso. Pero así es Rajoy, un especialista en disuadir la sorpresa y alejar la emoción. Previsible como el dolor tras un golpe. Ingenioso como un "Muy señor mío" para empezar una carta. Sus crónicas futbolísticas -que se publican en El Debate- no brillan. Desde el punto de vista emocional, están más cerca de un texto del BOE que del columnismo lírico. Ahora bien, es innegable que en poco tiempo se han convertido en parte del ritual que acompaña a los campeonatos de selecciones.
Esto tiene algo que ver con el morbo. Porque provoca cierta satisfacción oscura el imaginar lo que ha escrito Rajoy antes de leerlo... y no fallar. Siempre es fácil de predecir. Sus artículos están compuestos por las típicas verdades del prudente, que caen a chorro e iluminan, pero que también resultan pesadas. Pegajosas. Así que después del partido contra Italia remarcó lo que se esperaba: que la selección había jugado muy bien. “Hemos asistido a un gran partido (…), fuimos superiores, España creó mucho peligro y tuvo un sinfín de oportunidades, muchas más que los italianos”.
Después, subrayó la evidencia: “Batir a Italia en absoluto es fácil”, dado que “ha sido cuatro veces campeona del mundo”. Y aunque reconoció que “el horizonte se presenta bastante despejado” tras estas dos victorias, incidió en lo que usted ya se ha imaginado a estas alturas. En lo más tópico: en que “no conviene caer en la euforia ni vender la piel el oso antes de cazarlo”. Siempre a lo fácil y siempre a lo rápido. Al 5 en el examen. Sin esfuerzos innecesarios ni tropos de sabihondo.
Echar de menos a Rajoy
Las elevadas exposiciones a este 'marianismo ilustrado' resultan insufribles, pero lo cierto es que no es difícil echar en falta ese estilo, ante la deriva de esta España absurda de los Ivanes Redondo, los Contreras y demás charlatanes.
Perdimos a Rajoy y al principio lo celebramos como quien se alegra porque un divorcio le va a devolver a la primavera vital. Pero, como suele ocurrir, después de cuatro incursiones nocturnas y algunos dolores de cabeza, sobrevino la decepción. Ahora, nos puede el agotamiento por el sanchismo, ese estilo imprevisible y falaz. Su promotor, por fortuna, todavía no escribe artículos. Es fácil prever que, si lo hiciera, los textos incluirían palabras vacías, como “resiliencia” y alguna referencia a la igualdad o la emergencia climática.
Rajoy no era perfecto ni mucho menos. Podría decirse que encarna al típico marido que “tiene sus cosas”. Puedo imaginar a las amigas de su mujer definirle como un 'buenazo' y a 'Viri' responder con esa frase. Al igual que sus artículos, sus años de gobierno no fueron brillantes porque no cabía esperar algo fuera de lo normal; y lo normal siempre es grisáceo. En Moncloa, fue todo funcionarial en aquellos años. Relativamente efectivo a veces y relativamente decepcionante en otras ocasiones. La actitud típica del auxiliar administrativo al que se le acumula cada septiembre un poco más de galbana y eso le impide 'apretar' cuando sube el volumen de trabajo.
Le prestaron 100.000 millones de euros en Bruselas y se fue a ver el partido del Mundial porque ya se sabe que el abuelo tiene que cenar a su hora. Si no, se pone insoportable. Se incendió Cataluña y Mariano siguió ahí. A lo suyo. A su ritmo. Le amenazaron con una moción de censura y se largó a comer a su restaurante favorito. Regresó con un traspiés cuando casi estaba desahuciado. Es de lejos el mejor de los expresidentes, pero porque en realidad esa posición no requiere hacer nada. Pero también es verdad que si fuera necesario definir las virtudes de este señor, lo más relevante que podría decirse sería que es “especialista en lo evidente”. Que la rutina discurra a ser posible sin sustos.
"Hombre precavido"
No es casualidad que el artículo de este viernes lo haya titulado “Hombre precavido vale por dos”. O que lo haya concluido con esta oda a su propio estilo: “Por mi parte les diré que sigo siendo optimista y prudente, que no es lo mismo, aunque pueda parecerlo”.
La verdad es que se parece más al español de a pie que el imprevisible Sánchez. Lo único que quiere Mariano es que los días se inicien bien y que terminen más o menos igual, lo que implica, a ser posible, no salirse del guión. Y si el guión es simple, mucho mejor, que no está la cosa para derrochar... Mucho menos la energía, que es un bien bastante finito a partir 'de ciertas edades' (en plural).
Es un buen logro lo que ha conseguido Bieito Rubido con estos artículos -que esperamos con ansia malsana-, aunque ya sabemos que si España gana, Rajoy va a afirmar que fue un gran partido; que, si pierde, que no aprovechó todas las ocasiones; y que, si empata, un punto vale oro. También que el fútbol son 11 contra 11, que los partidos duran 90 minutos si no hay prórroga, que los penaltis son una lotería y que la política se trata siempre de hacerlo lo mejor que se pueda, que no lo mejor posible. Porque parece lo mismo, pero no lo es.
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