PSOE y PP se han puesto de acuerdo para lo del CGPJ, donde se estaban pudriendo jueces y juristas con esa cosa de castañas negras y pudrideras, ahí en su cestita con ganchillo y pelusilla, que tienen las reuniones de togados. Lo que pasa es que uno cree que el mero interés no da para idilios, sólo para revolcones. Mucho más idilio, pasado por románticas enemistades veronesas, hubo en ese beso como de papiroflexia, frágil e indeleble, beso casi más de pestañas que de labios, que se dieron Yolanda Díaz y Borja Sémper. Ese beso fue puro porque no había interés, sólo un roce fortuito, como de ojos tras abanicos o de manos en el minué, y luego una respuesta automática y humana, como los besos entre bebés. Yo creo que ese episodio entre Yolanda y Borja, que dicho así ya suena a tarjeta de invitación a una boda balinesa, ha hecho mucho mal. Les ha hecho creer a algunos que el amor está en el aire, que el Congreso puede rebosar de ternura como un jardín de doncellas, que las ideologías serán otra vez opiniones en lugar de trincheras y que hasta vuelve el bipartidismo como el bitter. Pero a mí me parece que aquí lo que hay es mucho interés o mucho vicio.
Sánchez y Feijóo todavía no se han besado, ni con beso veronés, ni con beso soviético ni con beso español, que el beso español, ya se sabe, es una cosa auténtica, recia, sagrada y eterna, entre el amor verdadero, la eucaristía y el queso manchego. Sánchez y Feijóo puede que se hayan encamado, ahí entre togas como entre vestales sacristanas, pero se han encamado sin beso, como exigía Julia Roberts en Pretty Woman para la transacción. Aun así, o precisamente por eso, en la sesión de control se les notaba a los dos el azoramiento o el disimulo después de la noche loca, que ha tenido que ser loca la noche porque Bolaños estaba contento como si lo hubiera desvirgado, por fin, una cupletera. Feijóo, complacido, intentaba ser duro de una manera sobrecompensada o sospechosa, y Sánchez, cumplido, hasta parecía menos Sánchez. Eran como esos amantes casuales y peregrinos de la noche loca (esa noche loca con Bolaños como un enano de Bergman invitado a la cama) que al otro día se tratan mucho de usted para disimular.
Como digo, aquí lo que hay es mucho interés y mucho vicio, o sea poco material todavía para ponerse romántico, tierno y casadero. Eso del vicio es una cosa muy cristiana, tanto como esa dama española que, al otro extremo, sólo besaba después de la gesticulación del cura o al menos de un pianista. Pero es que repartirse jueces suena un poco a repartirse señoritas o señoritos en corsé, y eso le quita enseguida la ternura y el compromiso a todo. Esos jueces con liguero, fruta del pecado, y esos políticos rijosillos, como señoritos de casino, no dan confianza ni para el amor ni para la democracia. Menos, insisto, cuando Bolaños, con su cosa de bachiller a dos velas de moza, nos amanece dando saltos y pingaletas con el pelo revuelto y los ojos encendidos y presos de los desvelamientos de la noche.
Sánchez y Feijóo no se besan, ni con los labios, ni con las pestañas, ni con los abanicos ni con los puñales, pero la verdad es que tampoco hace falta
Que a Sánchez o a Bolaños les preocupe de verdad la independencia judicial es como si le preocupara la virginidad de la molinera al señor vizconde. Que Feijóo pacte algo que les trae tanto contento a las intenciones de Sánchez y su gobierno también escama. Sin duda, Feijóo, que es un raro caso de pesimista optimista, piensa que podría haber sido peor, que lo mismo podría haberse quedado al final en la cama sin juez pero con Bolaños vestido de puntilla, claro. Pero todo esto, toda esta concupiscencia y este descoque con su toque de asquito, es inevitable cuando los acuerdos son transacciones, repartos, jueces a pachas o cargos a pachas, como los otros acuerdos que vendrán. Lo que los separa y nos separa del idilio y hasta del beso en flor o con flor, lo que los separa y nos separa no ya de la boda balinesa en el Congreso sino del verdadero consenso es que los acuerdos, por una vez, sean no por interés particular o partidista, no por perversión de la democracia como de la carne, sino por el interés general.
Sánchez y Feijóo no se besan, ni con los labios, ni con las pestañas, ni con los abanicos ni con los puñales, pero la verdad es que tampoco hace falta. A Yolanda y Borja les vestía bien el beso tierno y pegajoso, como una calcomanía pubescente, porque tienen algo de ñoños desde que ella nació de una concha como Venus, o quizá de un guindo o un plantón como en algo de José Luis Cuerda, y él apareció con fondo de Verano azul y los pantalones arremangados de pescador de copla. Pero lo cierto es que no nos hacen falta carantoñas, que bastante más que políticos humanos, derritiéndose por los labios o por los ojales, lo que necesitamos son políticos que gobiernen bien.
Ahora, Sánchez y Feijóo, y hasta Bolaños en paños menores, se llevarán un tiempo tratándose de usted para disimular, entre encamamiento y encamamiento. Hasta que, como suele ocurrir, sea más necesaria la guerra que el amor galante. Pero uno cree que los grandes acuerdos, verdaderamente importantes y de consenso, serán imposibles mientras Sánchez siga siendo Sánchez, el Sánchez de la amnistía y del Frankenstein ya casi caliguliano. Si alguna vez llegan esos consensos, lo sabremos no porque se besen con puesta de sol de sombrero o de farola, sino porque no les hará felices a ellos, sino a nosotros. Sí, serán por el bien común, esa cosa que ahora, la verdad, suena tan idiota como hablar del amor eterno, más sin haber habido un beso ni español ni veronés ni californiano.
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