Francia abrirá de nuevo mañana sus colegios electorales, y Europa contiene la respiración. No es para menos. Todo está cambiando. Valen de poco las recetas habituales, las frases hechas. Hay sensación de vértigo. Y está en juego el futuro de la Unión Europea. 

Hace apenas unas semanas, un presidente Emmanuel Macron con semblante serio comunicaba a los franceses su decisión de disolver la Asamblea Legislativa tras la derrota en las elecciones europeas. "El ascenso de los nacionalistas, los demagogos, es un peligro no solo para nuestra nación, sino también para nuestra Europa, para el lugar de Francia en Europa y en el mundo. No puedo fingir que no ha pasado nada". 

Ciertamente, han pasado cosas, y Macron, independientemente de sus aciertos y errores, y de su arriesgadísima apuesta, merece un elogio por no meter la cabeza debajo de la arena, como ha hecho en Alemania el canciller Olaf Scholz, con su 13,2% de sufragios, el peor resultado del Partido Socialdemócrata desde la constitución de la República Federal y con un mapa político en el que el voto de centro derecha y conservador se impuso en el oeste del país y el voto de la ultraderecha escéptica arrasó en el este. 

En Francia, con 30 escaños y el 31.4% de los votos, la lista del partido de ultraderecha Agrupación Nacional duplicó los resultados de Renacimiento, la propuesta macronista. El joven Jordan Bardella (28 años, más de 1.6 millones de seguidores en TikTok) conquistó la primera posición, bajo el manto de Marine Le Pen, en más del 90% de los municipios y en 92 de los 96 departamentos franceses. 

Las encuestas sugieren que ningún bloque obtendría la mayoría absoluta en las elecciones a dos vueltas (30 de junio y 7 de julio) convocadas por Macron, y que los extremos sobrepasan al centro. La Agrupación Nacional y sus aliados, Los Republicanos, encabezarían la intención de voto con un 35,5%; y el Nuevo Frente Popular los seguiría de cerca (29,5%), tomando la delantera a Juntos por la República, de Macron, que aglutinaría apenas un 19,5%. 

El Nuevo Frente Popular (socialistas, comunistas, Verdes, el movimiento Francia Insumisa y otros pequeños grupos) apela a la movilización para frenar a la Agrupación Nacional, mientras que el líder de esta última, Bardella, ha asegurado que sólo aceptaría ser nombrado primer ministro si su partido alcanza la mayoría absoluta en la Asamblea, para tener "el poder de cambiar la política". 

La Agrupación Nacional se presenta como la "única alternativa creíble a Macron" y se erige en bastión de las políticas euroescépticas y antiinmigración. Bardella promete poner "orden" en las calles, aplicar un "big bang de autoridad en las escuelas" y reducir la contribución francesa a la UE. Sin embargo, a medida que se acercan las elecciones, sus proclamas se vuelven más difusas, postergando promesas como la de derogar la reforma de pensiones o la prohibición del velo islámico en espacios públicos. El líder de la derecha radical nacionalista evita los perfiles más estridentes; sabe que para lograr la mayoría absoluta necesita votos más allá de su espacio.   

El Nuevo Frente Popular dice ser un muro para parar el ascenso de Le Pen. Su programa, elaborado a toda velocidad y con algunos desacuerdos, gira en torno al "restablecimiento de los servicios públicos", la "transición energética" y la "lucha contra el cambio climático", además de incluir el aumento del salario mínimo en un 14% y gravar las grandes fortunas. 

Según el sistema francés, si cualquiera de los dos bloques que se baten contra Macron obtuviesen la mayoría absoluta, el presidente se vería obligado a elegir un primer ministro de la coalición ganadora, que a su vez escogería a sus ministros. El presidente solo conservaría las carteras de Defensa y Exteriores. Se entraría en lo que se denomina cohabitación.

La fórmula no es nueva. Jacques Chirac fue primer ministro con el presidente François Mitterrand en 1986. También con Mitterrand fue primer ministro el conservador Édouard Balladur en 1993. Entre 1997 y 2002, Jacques Chirac fue presidente, y su primer ministro era el socialista Lionel Jospin. Pero esta situación que ahora podría vivirse es inédita: se trata de una cohabitación con una fuerza política a la que se le ha aplicado un cordón sanitario estricto por parte del resto de los partidos. 

las fuerzas centrales de la política sufren erosiones de legitimidad; en ocasiones por apuntarse a la polarización, en ocasiones por no adaptarse a las nuevas realidades

Lo que está en juego en la gobernabilidad de Francia y la posibilidad de que el presidente pueda continuar con su proyecto los tres años que le restan. Y esto, obviamente, plantea grandes incógnitas para el país, y también para Europa. Un Bardella con mayoría absoluta en la Asamblea podría plantear bloqueos en el Consejo de la UE en asuntos clave como la transición ecológica o las ayudas a Ucrania. 

El presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, es el que más preocupado está. La política exterior de Francia, como decíamos, es prerrogativa del presidente, pero los fondos de ayuda para que los ucranianos puedan plantar cara a la invasión de Vladimir Putin podrían ser bloqueados en el parlamento francés e incluso en el Consejo de la UE. Hasta ahora se han podido sortear los obstáculos del húngaro Viktor Orbán, amigo de Putin, pero todo será mucho más complicado si se le uniera Bardella.

Todavía no se ha votado, y ya está el debate: Marine Le Pen ha dicho que, si ganan las legislativas y forman gobierno, Macron –bastión del apoyo europeo a Zelenski, junto a Ursula von der Leyen-- no va a tener las manos libres en política exterior y defensa por lo que se refiere a Ucrania.

Otra pelea europea que se avecina si la Agrupación Nacional forma gobierno es la del próximo comisario francés en Bruselas. Bardella lo tiene claro: "Será una de las primeras decisiones que tomemos". Sin embargo, en El Elíseo se asegura que será Macron el que haga el nombramiento. Los tratados de la UE estipulan que son los ministros de los 27 países los que proponen la lista de comisarios, no los jefes de Estado o de gobierno. Pero los comisarios deben ser confirmados por el Consejo Europeo, donde se sienta Macron. Otro choque de trenes, igual que ocurrirá con la lucha contra el cambio climático o la inmigración.

"La peor de todas las pestes es el nacionalismo", decía Stefan Zweig en El mundo de ayer. El nacionalismo crece en Europa, al tiempo que aumenta el desgaste de élites desconectadas de las preocupaciones y los problemas de buena parte de la población. Los extremos capitalizan el descontento con banderas populistas a la derecha y a la izquierda, y las fuerzas centrales de la política sufren lentas –o rápidas— erosiones de legitimidad; en ocasiones por apuntarse a la polarización, en ocasiones por no adaptarse a las nuevas realidades. Esas fuerzas centrales están todavía a tiempo de revisar sus políticas, corregir sus errores y dejar de construir muros entre ellas. Lo que no pueden hacer, como dice el presidente Macron, es fingir que no pasa nada.


Soraya Rodríguez es eurodiputada en el Parlamento Europeo