Este sábado 29 de junio se celebran elecciones presidenciales en Mauritania. Quizás el dato parezca irrelevante para una opinión pública poco habituada a oír hablar de este país africano, más allá de informaciones puntuales sobre migraciones o acuerdos pesqueros. Sin embargo, la República Islámica de Mauritania es hoy uno de los actores fundamentales del futuro de la región, pero también, en buena medida, del futuro de las relaciones euro-magrebíes y euro-africanas.
La historia contemporánea de Mauritania no ha estado exenta de graves turbulencias políticas y sociales. Las tensiones entre diferentes grupos étnico-lingüísticos, con el elemento árabe predominante y el minoritario negro-mauritano, sumadas a innumerables problemáticas interseccionales, desde la pobreza hasta la desigualdad de género, pasando por el tabú de la esclavitud, las migraciones, la inestabilidad regional, el terrorismo o las crecientes dificultades climáticas, han marcado la controvertida gestión pública en el país.
En este contexto, la reproducción de las élites militares árabes ha sido una constante, con largos periodos de gobiernos autoritarios, golpes de Estado y excepcionales procesos de transición democrática. Las elecciones presidenciales de 2019 pretendieron ser un punto de inflexión dentro de la continuidad, al menos en parte. Entonces, aún con importantes tensiones y sospechas, la concurrencia de diferentes opciones políticas y la victoria del actual presidente mauritano Mohammed Ould Ghazouani, surgido del establishment militar, pusieron a prueba la resiliencia de la casta militar, los límites de la continuidad y las ansias de cambio de la sociedad mauritana, especialmente de una juventud cada vez más movilizada.
La situación política de los países vecinos podría tener también cierta influencia en el electorado
Las elecciones de este sábado, en las que el presidente Ghazouani confía en reeditar su mandato, suponen otro test para el régimen. No solamente debido a las tensiones internas de la sociedad mauritana, sino también por el contexto regional e internacional actual, en el que Mauritania ha pasado a ser uno de los pocos actores relativamente estables en términos políticos y geoestratégicos. No cabe eliminar de esta ecuación el factor diplomático en un Estado que ha sido capaz de salvaguardar de manera inteligente y equilibrada sus buenas relaciones políticas y económicas con los principales actores regionales (fundamentalmente Marruecos, Argelia y Senegal), al mismo tiempo que en el contexto internacional mantiene sólidas relaciones con Francia y España, pero también con Estados Unidos, China y los países árabes del Golfo, sin dejar por ello de ejercer un apoyo sin ambages a la causa palestina con mayor libertad que otros regímenes árabes. La presidencia rotatoria de la Unión Africana que ostenta Mauritania desde febrero de este mismo año ha contribuido a reforzar la imagen diplomática del país en el plano internacional.
No parece probable que este marco geoestratégico y diplomático vaya a ser alterado por las próximas elecciones, aunque algunos medios árabes plantean ciertas cautelas y algunos temores. Las elecciones se enmarcan en un contexto formalmente pluripartidista pero fuertemente influenciado por una cultura política conservadora que atiende a otros parámetros que no son exclusivamente políticos y que a veces son de difícil lectura. Las candidaturas a las presidenciales de 2024 se reparten en diferentes bloques de adhesiones.
Frente a las fuerzas progubernamentales que orbitan en torno al partido en el poder y apoyan sin ambages al presidente Ghazouani, los partidos y fuerzas de oposición se presentan en un amplio y complejo abanico de referencias ideológicas y objetivos diversos que van desde la lucha por la igualdad de derechos sociales y culturales de los negro-mauritanos y la abolición definitiva de la esclavitud (que en Mauritania es oficialmente ilegal pero socialmente persistente), hasta el islam político representado por el partido al-Tawassul, rama mauritana de los Hermanos Musulmanes. Entre las candidaturas independientes destaca la figura de Biram Ould Dah Abeid, abogado y reconocido activista de derechos humanos, que quedó segundo lugar en las últimas elecciones presidenciales.
Más allá de las posibilidades electorales reales de cada una de las candidaturas, algunos analistas consideran que la situación política de los países vecinos podría tener también cierta influencia en el electorado. En Malí, el golpe de Estado de 2021 ha dado paso a un régimen militar que sigue manteniendo suspendida la actividad política y parlamentaria. En Senegal, un convulso proceso electoral, en medio de protestas y estallidos sociales, ha llevado a la presidencia a un joven opositor y activista panafricanista de izquierdas. Estos ejemplos podrían inclinar a una parte de los mauritanos, bien a considerar la seguridad y la estabilidad como principales valores, optando por la continuidad política del régimen de Ghazouani frente a otras alternativas inciertas; o bien al contrario, a alimentar las esperanzas de cambio político y generacional que representan candidaturas como la de Abeid.
En cualquier caso, en Mauritania el control del Estado ha ejercido tradicionalmente una influencia decisiva en las tendencias electorales hacia el voto continuista y conservador, especialmente en relación con la estructura social y religiosa, que deviene política, de las tribus, las grandes familias y las cofradías sufíes, con gran peso en el país. Este elemento, sumado a las redes clientelares y a la omnipresencia del estamento militar, así como a la reciente victoria del partido gobernante en las contestadas elecciones parlamentarias del pasado año, no hace prever a priori sorpresas sobre un segundo mandato del actual presidente.
La voluntad de España debe ser la de contribuir decididamente a la estabilidad y al desarrollo de Mauritania, pero trascendiendo los límites de los intereses más inmediatos
En este complejo contexto interno y externo, la Unión Europea y España han optado acertadamente por reforzar aún más sus lazos con Mauritania en todos los ámbitos. En los últimos meses España ha sido el actor llamado a liderar esta iniciativa en el marco de la Unión Europea, lo que parece lógico teniendo en cuenta la importancia y tradición de las relaciones hispano-mauritanas en materia de cooperación y vecindad. Tanto el Presidente del Gobierno como el ministro del Interior encabezaron los pasados meses de febrero y marzo sendas delegaciones europeas a Nuakchot en el marco de la firma del partenariado conjunto UE-Mauritania sobre migración, donde quedó patente el papel de Mauritania como “socio estratégico prioritario” para España y la Unión Europea en cooperación migratoria, pero también en otros ámbitos como el securitario o el energético. Sin embargo, es perentorio que esta relación estratégica no se limite a preservar únicamente y por encima de todo los intereses europeos en estas materias, pues ello podría ser observado desde la sociedad mauritana como el enésimo ejercicio de soberbia política y económica por parte de Europa, cuanto menos. De hecho ya se han dejado sentir entre los grupos de la oposición algunas protestas por las condiciones impuestas a Mauritania en el acuerdo migratorio. En este sentido, la voluntad de España debe ser la de contribuir decididamente a la estabilidad y al desarrollo de Mauritania, pero trascendiendo los límites de los intereses más inmediatos.
La inestabilidad en el Sahel y la nueva configuración del Parlamento Europeo aconsejan ir más allá y contribuir de manera prudente pero decidida al cambio social en el país. Contar con todos los sectores de la población mauritana, escuchar las voces y las lenguas de disidentes e intelectuales, artistas y activistas más allá de las moquetas institucionales, para desarrollar una política de cooperación efectiva, consensuada y priorizada en la educación, la cultura, la mejora de la situación de los derechos humanos y la lucha contra los resquicios de la esclavitud y la discriminación en el país serán la mejor contribución de España y Europa al progreso democrático de Mauritania y, por ende, de toda la región magrebo-saheliana. Esto a su vez será vital para la propia estabilidad y el progreso de Europa, que comienza en sus márgenes. Más allá de los discursos, las elecciones presidenciales del próximo 29 de junio deben abrir nuevos espacios a una apuesta decidida por la justicia social y la democracia que no tenga vuelta atrás.
Juan Antonio Macías Amoretti es profesor titular de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad de Granada.
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