No hace mucho, Sánchez perseguía a Biden por los foros internacionales como en una de esas finas y agresivas regatas de veleros y no conseguía alcanzarlo. El presidente americano se le zafaba siempre con lentas mañas de marino, torero o quarterback viejos, para que vean que no todo es la juventud ni la velocidad y a veces la inercia imperial del tiempo o de tu país, como la de un gran galeón, basta para apartar a los mindundis como a las barquitas. Ahora, Biden está tan mal que no sólo Trump puede con él sino que hasta Sánchez podría con él. Sánchez podría acorralarlo en un rincón ajedrezado de la OTAN o por ahí y masacrarlo a reverencias y besamanos como si fuera José Luis López Vázquez, y el pobre Biden no podría hacer nada salvo llamar a su enfermera. En el debate con Trump, Biden parecía pedir la sopa o entregar la cuchara, pero me doy cuenta de que, en realidad, nuestro Sánchez ganaría a los dos: ante un viejo débil y un viejo mentiroso, se impondría fácilmente un joven mentiroso.
Joe Biden está entre la muerte y el dodotis, en esa dolorosa segunda infancia que tienen que volver a pasar los viejos. Su debilidad no es culpa suya, que la naturaleza es así de cruel, pero no se puede gobernar el Imperio con los ojos perdidos y la pechera llena de fideos, y eso lo reconocen hasta los propios demócratas. Trump es sólo unos años más joven y no tiene fideos en la pechera sino en la sesera, pero aun así la debilidad nos impacta más que el mal. Es un poco lo que nos pasa cuando nos imaginamos a Feijóo en su trono de mecedora, bufanda y termómetro, con miedo a tomar decisiones como a pillar una pulmonía. A Feijóo lo vemos blando o maluco, igual que a Felipe González lo vemos viejo, y yo creo que eso nos viene de una España más antigua todavía que el Reino de León, llegando a Atapuerca por lo menos.
Parecemos todavía una sociedad de cazadores de mamuts o de levantadores de piedras (aún tenemos por ahí verdaderas y orgullosas sociedades de cazadores de mamuts y levantadores de piedras, que viven una segunda edad de oro, o de piedra, con Sánchez). Al viejo de la tribu, como al viejo león ya con calvas más de burro que de león, o al cojo de la tribu, como un antílope cojo, una natural crueldad que la civilización no ha conseguido aún borrar lo destina enseguida a la muerte o al destierro. Ahí es donde está Biden y a lo mejor es donde algunos ponen a Feijóo, cojo ante la joven pantera que es Ayuso o el león de peluquería que es Sánchez. También por ahí andan González, Rajoy o Aznar, y a lo mejor está hasta Page, que tiene edad indeterminada pero sin duda venerable de cura párroco.
Ahora que parecemos más abatidos que preocupados por la tristeza orinada de los viejos, que es como la tristeza orinada de las murallas, me he acordado de la presentación de ese libro sobre la igualdad o desigualdad que glosaba yo aquí el otro día. Allí podía uno ver la juventud como un valor monetario o mineral absolutamente tangible, sustanciado en oro de melenitas rubias y gafitas de alambre. A las tonterías que dice la juventud, incluso la juventud académica, ésa que ha conseguido ser fellow antes que ligarse a la animadora o al capitán del equipo de remo, las llaman frescura o empuje. A las pausas, remasticamientos y humaredas ferroviarias que se toma la vejez la llaman, en cambio, debilidad. Aunque a veces, el joven, sobrado o con dudas, ni siquiera se plantea la necesidad de combatir con el viejo, y quien dice joven dice también simplemente infantil. En aquella presentación hubo muchas risas cuando Zapatero explicó como evidente y hasta piadosa su negativa a debatir con González. A lo mejor González es un león viejo pero Zapatero es un tirillas sin pegada ni melanina, como Orzowei. Sin embargo, en general, lo que la sociedad pide y espera es que al viejo se lo coma el tigre.
Biden no está para mucho, pero entre un viejo a la velocidad de una vagoneta de Buster Keaton y un viejo con la posibilidad de incendiar Estados Unidos o todo el planeta, la gente anda sobre todo impactada con lo primero. Quizá Biden usando un gadget para ponerse los calcetines todavía es preferible no ya a Trump, sino a Kamala Harris, que ha luchado verdaderamente por merecer la fama de nulidad política que tienen los vicepresidentes allí. Pero el alma americana, un poco primitiva como el alma española, adora a los fuertes y a los osados.
En Estados Unidos se desgarran entre un viejo débil y un viejo mentiroso y despiadado, pero aquí tenemos una baza aún más clara, un joven mentiroso y despiadado. Sánchez, que habla de persecuciones y corruptelas de jueces y periodistas igual que Trump pero con más músculo y más cinismo, tiene toda la energía, todo el olimpismo, todo el descaro, toda la ambición y todo el peligro de su juventud. A veces parece que ese trono de mecedora de Feijóo va a aplastar al jovencito, como una antigua y lenta piedra de molino, y a veces parece que la naturaleza va a ganar, cruel, salvaje y ciegamente.
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