Escribió Ortega que, desde el siglo XVIII, España ha necesitado de un "sugestivo proyecto de vida en común" para garantizar su estabilidad y, por lo tanto, su fortaleza. Ante su ausencia, no sorprenden determinadas manifestaciones regionales o tribales que de vez en cuando ganan fuerza por estos lares, y que son reivindicadas con pasión desde la cercanía, pero vistas como algo extraño desde los lugares lejanos.
Es el caso del leonesismo, que ahora reivindica la creación de una comunidad autónoma de la que formen parte León, Zamora y Salamanca; o, incluso, Asturias y León. Sus líderes no quieren permanecer en Castilla y León, sino explorar esta nueva aventura, más sentimental que práctica, en realidad.
España es así: si nos dejaran, invadiríamos el pueblo vecino y romperíamos a martillazos la luna del coche de la persona que vive frente a nosotros. Es un país con cierto carácter cainita que viene de lejos y que, de vez en cuando, vive episodios que terminan en la creación de nuevas comunidades, mancomunidades, cantones, regiones, comarcas y demarcaciones. No hay quien nos entienda.
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