Leo con gran interés el libro que acaba de publicar el periodista David Alandete, titulado La trama rusa (La esfera de los libros), y compruebo los múltiples cómplices con los que cuentan en España los propagandistas del Kremlin, cuyas maniobras de desestabilización agravaron los sucesos de Cataluña en 2017, pero a los que estos días no señalan ni Pedro Sánchez ni sus terminales mediáticas a la hora de hablar de pseudo-medios e intoxicadores. Algo, por cierto, que prueba que su batalla no es en favor de la verdad, sino en contra del periodismo crítico.
Resulta especialmente sorprendente la descripción que hace Alandete, por ejemplo, de la reunión que mantuvieron altos cargos de la Generalitat -entre ellos, Carles Puigdemont- el 26 de octubre de 2017 con un hombre llamado Nikolay Sadovnikov, exdiplomático ruso.
Allí, en el Palacio de la Generalitat, este hombre incidió en que "Rusia estaría dispuesta a respaldar decisivamente la creación de un Estado catalán independiente", además de a adquirir el compromiso de absorber la deuda pública catalana e inyectar hasta 500.000 millones de dólares en la región. "Más aún, Rusia ofrecería el despliegue de 10.000 soldados".
Entre las peticiones que el Kremlin realizaría a cambio de este apoyo se encontraba la de desarrollar una legislación pionera en criptomonedas para convertirse en una especie de refugio para los inversores de estos activos.
Este episodio es uno de los varios con los que Alandete ilustra sobre la existencia de una 'guerra híbrida' que mantiene Rusia contra Occidente, con la que pretende desestabilizar las democracias a partir de técnicas como la 'ciberguerra'.
¿Dónde están los bitcoin?
Circula hace un tiempo una información que afirma que existe un documento que probaría la existencia de voceros de Putin con más o menos relevancia en España. Alandete no lo cita en el libro, pero hay algunos periodistas que están bajo la pista de esta información desde hace un tiempo.
Alguno de los fervientes admiradores de Putin reacciona con una furia exacerbada cuando se le retrata por la sospechosa coincidencia de su línea editorial con la que le interesa a Rusia, tanto por lo que afirma de Ucrania como por lo que no dice sobre asuntos como la muerte de Navalny. Amenaza con querellas que nunca llegan y recuerda que pueden implicar penas privativas de libertad.
Desde luego, parece que los zares contemporáneos eligen a personas especialmente agresivas para ejercer el papel de tonto útil. Uno de ellos animaba hace unos días a Alvise Pérez a mantenerse firme en su lucha contra la corrupción. Saben lo que hacen. Otro, más sibilino, se centra en su programa en la inseguridad en España. Otros toman el 'García-Trevijanismo' como excusa para intoxicar y anunciar partidos políticos y derivados.
No es cuestión de señalar, pero al menos sí de incidir en que lo suyo es muy evidente... y apesta. No debe ser casual que quienes intentan ganar popularidad e influencia estos días con cualquier movimiento subversivo -o quienes directamente hablan de conspiraciones delirantes, como QAnon o 'los sombreros blancos'- estén tan ciegos cuando alzan la vista hacia Rusia.
Los troles rusos
Volviendo al libro de David Alandete, resulta especialmente instructiva la forma en la que aborda el significado que ha adquirido el concepto trol en determinados ámbitos de Rusia, donde se asocia prácticamente a la persona que ejerce de peón dentro de la guerra híbrida.
Existe -según dice la investigación periodística- un centro en San Petesburgo donde trabajan múltiples personas, con sueldos superiores a la media rusa, que se encargan de llenar las redes sociales de mensajes de apoyo a Vladimir Putin y de despotricar contra sus objetivos políticos. También de intoxicar a la opinión pública occidental y tratar de influir en los procesos electorales.
No es casualidad -expresa Alandete- que las cargas policiales que se produjeron durante el 1 de octubre de 2017 en Cataluña recibieran tanto eco en RT y Sputnik, así como en miles de cuentas de bots rusos en el entorno digital. Mentiras como la de aquella mujer que afirmaba que le habían roto los dedos de una mano al intentar votar se propagaron rápidamente y no sólo en estas web, sino también en los principales diarios catalanes.
Describe La trama rusa la visita que realizó Soler a Julian Assange y la vehemencia con la que el fundador de Wikileaks habló durante el otoño de 2017 de la proximidad de una Guerra Civil en España; o con la que denunció el autoritarismo de su Gobierno. Alandete también se refiere a algún momento en el que Podemos colaboró en la denigración de quienes denunciaban las injerencias rusas, ante lo que su gran gurú de la comunicación, Juanma del Olmo, al ser preguntado posteriormente, se hizo el despistado.
No tengo ninguna duda de que aquellos 'creadores de contenido' que tan interesados se han mostrado por Rusia en los últimos años leerán el libro con interés y hablarán maravillas de él, incluso aunque ilustre sobre las maniobras desestabilizadoras de Putin. Aquel que ni siquiera conocía a Navalny o que no iba a mandar ni siquiera a un vehículo de reconocimiento a Ucrania.
Señala estos días el Ejecutivo español a la prensa crítica, pero no advierte, ni de forma directa ni indirecta, sobre todos estos agitadores, que tienen una audiencia considerable y que se presentan como expertos en historia, estrategia, seguridad, migraciones y derivados. Casualmente, en aspectos que Moscú utiliza como armas propagandísticas en otras partes del mundo.
¿Y por qué Pedro Sánchez señala a los periodistas y no a esta gente turbia? Pues habrá que preguntárselo.
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