Érase un presidente del Gobierno que manifestaba una curiosa obsesión que resultaba difícil de explicar. Ese hombre se desesperaba asiduamente por el efecto nocivo que generaban en la opinión pública una serie de “tabloides digitales” sin audiencia, cosa extraña, puesto que aquello que no se lee no suele causar impacto. De hecho, la información que no se recibe forma parte del universo donde se halla lo desconocido y lo insondable. Ése que se extiende desde la zona de sombra del Cinturón de Orión hasta el interior de los agujeros negros.

Expertos de todas las procedencias analizaron el curioso síndrome que afectaba al mandatario y concluyeron que, a lo mejor -pero sólo a lo mejor- era el único ciudadano que leía esos periódicos digitales, a los que volvía por las mañanas con la misma ansiedad del celoso que, inseguro y torturado, mira a cada rato la hora de última conexión de su novia en WhatsApp, ante la sospecha de que se escribe con otro. "¿De qué hablarán ahora?".

También imaginaron estos sesudos especialistas a los editores de esos panfletos cada día delante del ordenador, concentrados, a la espera de que llegara ‘la visita’ diaria del presidente obsesionado para contabilizarla y cerrar el chiringuito hasta el día siguiente con la satisfacción del deber cumplido. "Ya llegó el lector, ya nos podemos ir".

Como esa rutina digital desquiciaba al mandatario, representantes de la oposición decidieron financiar esos medios de comunicación con inmensas cantidades de dinero público. Esos políticos, afectados por la perfidia más característica de los resentidos, que es rebuscada y hedionda, disfrutaban al pensar que su rival sufría ataques de ira cada mañana al leer esos panfletos, que ilustraban sobre él con trazo caricaturesco y formas monstruosas.

El héroe de la libertad de prensa

Un buen día, el presidente, desesperado, decidió legislar para evitar que la opinión pública pudiera leer los periódicos que nadie leía, dado que así dejaría de intoxicarse con elementos tóxicos que todo el mundo desconocía, pero que, sin duda, condicionaban el voto de las mayorías y erosionaban los pilares sobre los que se asienta la democracia. Así que ese gobernante anunció su plan de restringir la acción de los opositores, de modo que no pudieran invertir grandes cantidades de dinero en esa prensa, vacía de audiencia y de influencia

Afirmó, de paso, que la nueva normativa obligaría a las Administraciones públicas a revelar dónde destinan cada campaña, de modo que se pudiera apreciar qué medios eran dopados cada año por los respectivos gobiernos, diputaciones y ayuntamientos. Una voz le advirtió: “Pero, presidente, si hacemos eso nos van a señalar a nosotros primero”, a lo que el sabio mandatario incidió: “¿Pero todavía no te has enterado de que esta batalla es sólo contra los medios que reciben dinero, pero no tienen audiencia?. Nadie ha dicho que al resto no hay que seguir cuidándolos”.

El asesor más honrado del palacio presidencial intentó hacer entrar en razón al presidente. Reconoció que es cierto que en el sector periodístico digital abunda el bandolerismo, pero expresó sus dudas con respecto a la oportunidad de esta medida. Primero, porque podría ser considerada como una venganza, y eso no es propio de quienes aspiran a regenerar las democracias, sino de los gobernantes autoritarios. Y, segundo, porque hasta antes de la llegada de internet hubo verdades que nadie se atrevió a relatar, lo que generó en la opinión pública la falsa sensación de que la monarquía era ejemplar o que la gestión de El Corte Inglés era modélica.

¿Acaso quiere volver usted a aquello?”, planteó ese consejero, a lo que el presidente respondió con un silencio cómplice. Concluyó entonces su interlocutor que el mandatario no perseguía con esas nuevas leyes la defensa de la verdad ni la “regeneración democrática”, sino simplemente controlar los mensajes que recibe la opinión pública a través de los medios que se leen… y los que no tienen audiencia.

La propaganda para quien la merece

Así lo quiere el Ejecutivo de Pedro Sánchez y así lo planteará en el Congreso de los Diputados el próximo 17 de julio. Decía Noam Chomsky que la propaganda es la herramienta pacífica más poderosa con la que cuentan los gobiernos para pastorear a los ciudadanos por la cañada real que les conviene. Todos los Estados la utilizan y la imponen de una forma más o menos violenta, desde Corea del Norte hasta Estados Unidos… o España.

Lo que sucede es que en tiempos en los que internet ha derribado las puertas del campo, resulta más difícil acallar las voces discordantes, que en algunos casos son tóxicas, en otros, insidiosas; y, en otros, necesarias para denunciar el uso arbitrario del poder. Nunca ningún Ejecutivo ha restringido el radio de acción de los medios que han cantado sus alabanzas. Eso debería hacer sospechar sobre los planes de Pedro Sánchez contra “la prensa que recibe mucha publicidad institucional, pero no tiene una audiencia elevada”. Apesta a maniobra autoritaria. Máxime si se tiene en cuenta que planteará esas medidas un año antes de que España adopte el Reglamento Europeo de Libertad de los Medios de Comunicación.

Habrá quien haya escuchado a Sánchez este lunes en el programa de Àngels Barceló y se haya sorprendido, dado que tan sólo ha nombrado a los “tabloides digitales” que operan en comunidades autónomas gobernadas “por la derecha y la ultraderecha”, pero no a los que reciben dinero en Cataluña, que se cuentan por decenas y que tienen una audiencia muy escasa. Desde la web Jornal hasta alguna publicación religiosa que apoyó en 2017 el derecho a la autodeterminación. O Elnacional.cat, que surgió de la nada hace unos años y que siempre ha recibido ingentes cantidades de dinero público.

¿Por qué no se ha referido a estos Pedro Sánchez en la entrevista? Porque la intención de este mandatario no es la de regenerar la prensa, sino la de arruinar a los críticos. A los que sólo él lee, cada mañana, y a este paso le van a provocar una úlcera de estómago. 

Así se mejora una democracia: prohibiendo que hable todo aquel que causa malos ratos al presidente. ¡A El Plural y al de Contreras ni tocarlos!