"Dispongo de 90 millones para dárselos a quien me dé la gana", le oyeron decir en el bar de su pueblo. Lo de los ERE hay que empezar a cogerlo así, por abajo, por los pies, como a esos mismos borrachos de los ERE calientes de cubata, putas, altramuces y billetes.

El que hablaba en el bar, demasiado como siempre, era Francisco Javier Guerrero, exdirector general de Trabajo de la Junta de Andalucía. El vecino de El Pedroso que me contó la anécdota para aquel ya lejano reportaje se rio al oírle aquello, pero vaya si el tipo tenía los millones, y el poder y la tranquilidad para dárselos a quien le diera la gana. Un poder y una tranquilidad que, por supuesto, no venían de él, ni del colocón de aquel día, ni del olor a vómito sobre madera que tenían las noches, o las tardes confundidas ya con noches a la luz de los vasos de culo gordo como ceniceros. Los millones y la arbitrariedad no eran un farde, sino una misión bien diseñada y encargada: mantener la paz social, comprar o pagar favores, alimentar el clientelismo, seguir ganando elecciones. Lo llamaban con razón "fondo de reptiles" y ahora el Constitucional nos viene a decir que aquello era sólo un milagro de Navidad.

Lo de los ERE hay que empezar a cogerlo por ahí, a la altura de los perniles mojados, de las colillas aplastadas, de las bragas bajadas, de la calle donde esperaba el chófer de Guerrero, al que llamaban el Ministro, y que contó cómo el dinero público volaba sin control en farra, coca y putas. La suegra de Guerrero, el churrero de la plaza de su pueblo y hasta el que daba los tiques en la piscina municipal acabaron en los ERE de empresas en las que nunca habían trabajado. En cinco años, en El Pedroso cayeron 22 millones en ayudas de la Junta. El sindicalista y conseguidor Juan Lanzas se haría famoso luego cuando su madre declaró que su hijo tenía dinero "para asar una vaca". Pero ni Guerrero ni los otros eran reyes magos, ni locos pródigos, ni ladrones superdotados que podían distraer toda esa millonada de los controles a los que el dinero público está sometido. Guerrero sólo era un mandado con una misión. No es que nadie mirara, sino que el sistema estaba pensado para no mirar.

Lo de los ERE hay que empezar a cogerlo por ahí, a la altura del serrín y los pañuelos de mocos o de otra cosa, de los charcos de aceite y de babas, y luego ya ir subiendo. Para que el dinero público pudiera llegar hasta la vomitona de Guerrero, hasta el pezón nevado de una puta, hasta la vaca sacrificial y como egipcia de los sindicalistas faraónicos o hasta el milagro navideño de un churrero con churros de yeso, se le tenía que perder la vista en algún momento. Ése es el paso clave, el del escamoteo, que no dependía de este nivel de la calle o de la barra, que no podía depender de la voluntad o del vacile de un director general con boqueras o de un conseguidor como un trampero de billetes, de "cuatro golfos" que decía Chaves. Ese paso requería un sistema planeado desde arriba, desde el mismo Gobierno de la Junta. Y esto es lo que consideran probado las sentencias de la Audiencia de Sevilla y del Tribunal Supremo, y que ahora el Constitucional vuelve a convertir en aquel polvo de hadas de la noche.

Durante años, el Gobierno andaluz mantuvo un sistema destinado a disponer arbitrariamente de fondos públicos sin fiscalizar para objetivos políticos

El paso del escamoteo era rebuscado pero funcionó, como un manoteo con chistera. Para que unas ayudas directas, finalistas, pudieran eludir la fiscalización previa, la Consejería de Empleo transfería dinero a una agencia pública, IFA o IDEA, mediante el mecanismo tramposo de la "transferencia de financiación", pensada para gasto corriente. La agencia, una vez tenía en su poder esos millones que no eran para folios ni fotocopias sino para repartir en las barras de los bares o en vacas de oro, ejercía ya de caja pagadora sin que nadie hubiera puesto un ojo en el destino de aquellas partidas de dinero. Pero esto tampoco funciona sólo con la voluntad de la agencia ni de una consejería, aparte de que, por supuesto, ninguna consejería, ni siquiera una de Gracias, Prebendas y Caprichos (ésa le faltó al PSOE andaluz) va a considerar hacer una operación de semejante envergadura por su cuenta.

Para que el truco funcione, sobre todo, hace falta que las partidas correspondientes se vayan presupuestando y engordando según convenga, y que todo esté sincronizado y organizado, como la señorita y el mago con serrucho. De ahí que Griñán o Magdalena Álvarez acabaran condenados como consejeros de Hacienda (fue en un anteproyecto de Álvarez donde aparece por primera vez el mecanismo de las transferencias de financiación para este menester espurio, así como la originalidad de considerarlas ingresos, según señala la sentencia de la Audiencia de Sevilla). También el propio Chaves acabó condenado, por estar ahí presidiendo el grácil y sigiloso escamoteo con su busto de piedra carcomida por el aburrimiento. 

Lo de los ERE hay que empezar cogiéndolo así, desde los bajos, porque en cada escalón chorreado nos damos cuenta de que hace falta algo más desde arriba, algo que chorree, y la verdad es que el chorro venía de lo más alto. Durante años, el Gobierno andaluz mantuvo un sistema destinado a disponer arbitrariamente de fondos públicos sin fiscalizar para objetivos políticos, para comprar paz social o para engordar su clientelismo. Y ni siquiera el TC, con sus piruetas aladas, puede borrar eso. Pero igual hasta el TC chorrea un poco.

Ya no se trata de que el TC dé cobijo a un pope, a un ministro y a un fontanero de Sánchez, que eso va por turnos. Lo peligroso es la grave novedad de que un tribunal que no forma parte del Poder Judicial, y cuyos miembros son elegidos en su mayoría según criterios políticos, pueda enmendar sentencias del Supremo, máximo intérprete de la ley, y, de hecho, otorgar impunidad a cualquier mayoría política suficiente. Sí, ahora son los condenados de los ERE y mañana podrían ser los indepes o Begoña. A lo mejor el TC también tiene sentencias para lo que le dé la gana. O es Navidad para el Constitucional y para Sánchez como era Navidad en El Pedroso.