Begoña Gómez, dama de espejo y palco, presidenta de fotocol, empresaria de cajita de música como una bailarina de cajita de música, uno sigue creyendo que hace todo lo que hace para que la miren, pero ahora resulta que no quiere espectáculo sino discreción. La presidenta no quiere que graben en vídeo su declaración ante el juez, y aún no sabemos si acudirá con pamela, redecilla y luto, como una viuda sospechosa de episodio de Colombo, o si entrará por la puerta de atrás con mono de operario de la Telefónica (tiene buenas relaciones ella con Telefónica, o como se llame ahora el viejo empresón franquista). Es verdad que, como alega su abogado, o su panel de abogados, pagados no sé si por el trocito de Estado que le corresponde como primera dama o por otro empresón de los que le pagan cosas; es verdad, decía, que es una persona de relevancia. Pero lo que les pasa a las personas de relevancia es que lo mismo les montan una cátedra de spanglish por la cara que les toca hacer el paseíllo con bata de cola en los juzgados, con todo el público de anteojo, bocata y abanico.
Begoña Gómez, por su relevancia o, yo diría más, su musicalidad, su frufrú de primera dama o prima donna con miriñaque del Estado, como una menina, no se pasea igual que cualquiera por los museos, por los saraos, por los negocietes ni, por supuesto, tampoco por los juzgados. Es cierto que los juzgados no tienen mucho glamur, no es como una de esas cumbres internacionales en las que ella enseña jardines, cerámica, escaparates y talle, como una azafata de El precio justo, mientras su marido hace, la verdad, más o menos lo mismo (yo creo que serían intercambiables). Ni como esas reuniones que hacen las damas socialistas, como damas de beneficencia y ponchera (yo la vi llegar a una de ellas, grácil y un poco impostora, como una Lady Di recién bajada del Peugeot del esposo). Ni siquiera como una de esas cátedras de buena madera que le han puesto a ella, como antes se les ponían estancos a las señoras, aunque no eran estancos con paraninfo. Pero es que el glamur no depende del sitio, sino de la persona, si no es que no tienes glamur, sólo decorado.
La atención, como el privilegio, es un gaje del oficio, ella que es la princesa de la rosa de trapo socialista como de la rosa de los Lancaster. Begoña Gómez, alteza con corte, infanta con rondalla, es parte de la aristocracia española, de la verdadera quiero decir, o sea esa aristocracia moral y sacramental que es la aristocracia política, más o menos como la aristocracia cinematográfica. Y yo creo que la aristocracia, más esta aristocracia puramente meritocrática (tiene mucho mérito que Begoña Gómez haya llegado donde ha llegado), tiene que saber estar en la pasarela, en el encuadre, lo mismo en un yate o en un funeral, así que yo aprovecharía la ocasión. O sea, que iría al juzgado no como una folclórica ni un alcalde playero que van por la corrupción, sino como Audrey Hepburn para una boda o Joan Collins para un divorcio. Y enseñando no los dientes de ajo de la Pantoja sino los dientes de leche de las princesas.
Begoña Gómez tendría que ir al juzgado con chófer de blanco, velo, galgo y hasta sopera. Tendría que aparecer vestida para el hipódromo que en el fondo es la Moncloa, o la vida entera cuando Sánchez está en la Moncloa. Si acaso, también admitiríamos algo más informal siempre que mantuviera esa cierta realeza goyesca, campestre, que deben de tener las princesas del pueblo, y también serviría llegar vestida de hada o pastorcilla de los negocios con cazamariposas de fondos públicos. Así hay que afrontar las cosas cuando uno es aristocracia de la democracia, defendiendo tu aristocracia y tu democracia, que a lo mejor son lo mismo. A ver si al final esa exigencia de que no la graben es más coquetería que otra cosa, como cuando las estrellas dicen que no quieren fotos pero posan para la foto, aunque sea una pose con desmayo de flash, lagrimón de lentejuela o desprecio de sombrerito.
Begoña es una estrella y yo creo que en el fondo lo que está deseando es salir con drama y gafa gorda, que digo yo que ella también tiene derecho al drama
Begoña no quiere que la graben en el juzgado, y supongo que tampoco quiere que la vean, pero yo no sé si creérmelo porque eso sería como arrepentirse de toda su carrera, de todo el proyecto de su vida, que como la de su marido a uno le parece cada vez más que no es el politiqueo ni el negociete, sino simplemente figurar. La verdad es que las estrellas no pueden vivir de la discreción, como no pueden vivir de unas oposiciones o de vender tornillos. Begoña es una estrella y yo creo que en el fondo lo que está deseando es salir con drama y gafa gorda, que digo yo que ella también tiene derecho al drama, no va a ser sólo su marido el que muera de amor y de fachosfera. Es más, hasta ahora ha sido Sánchez el que la ha defendido y representado, y supongo que una empresaria empoderada estará deseando hablar por ella misma, acusar por ella misma y hasta conseguir algo por ella misma, sea una condena penal o sólo de paseíllo.
Begoña, a la vez relevante e irrelevante, no quiere micros ni quiere focos, o los quiere pero con tragedia y anublados, como su marido. En realidad, si fuera por la relevancia, aquí no pisaría los juzgados nadie, que el que no se cree relevante por salir en el ruedo nacional se cree relevante por tener un podcast o una columnita o por inaugurar en su pueblo la feria de la tapa o la suelta de la vaquilla. Relevancia puede tener cualquiera, otra cosa es la posición, porque ya se sabe que nobleza obliga. Cuando uno es aristocracia de la democracia o del enchufe como Begoña, hay que saber estar en el banquillo igual que en el palco. Y si no, haber estudiado.
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