Feijóo ha estado con el influencer Pedro Buerbaum, al que retratan entre guerrillero liberal y conspiranoico fitness, pero lo que pasa es que Feijóo puede ir a un pódcast de YouTube o al monasterio de Silos y no notaríamos la diferencia.
Feijóo es inalterable o inconmovible, es indiferente o refractario al entorno, como una espora, y yo no sé si eso es bueno o malo. Si hubieran volado ovnis en la entrevista, Feijóo hubiera seguido con esa misma baraja española básica que maneja él de conceptos de centro-derecha, bajo la luz alienígena o alienante como si fuera la de un cacharro matamoscas. Pero es que ni siquiera volaron ovnis. Uno esperaba un poco más de frikismo o flow, no ya por parte de Feijóo, que eso es imposible, pero sí por parte del youtuber. No sé, un poco de dinamismo gamer y jerga milenial, y esa mezcla de zapatones y misterios, de bitcoin y Antiguo Egipto, de polémica y colocón. Pero no, oigan, aquello fue una entrevista con sofá y macetón, no ya como si la hiciera Alsina sino como si la hiciera Nieves Herrero.
Feijóo es capaz de aturdir hasta a los tiburones de los negocios y de las discotecas
Allí estaba Feijóo en un pódcast modernito como si estuviera en cualquier otro sitio, en un periódico de Vigo o en la mesa camilla de la tía abuela, con el ficus y el gato haciéndole sombras chinescas en la camisa, que yo creo que me podría haber ahorrado el tiempo y la curiosidad. Uno iba animado porque a Buerbaum, que lo mismo vende pollas de chocolate que tiene campamentos paramilitares para emprendedores (yo me imaginaba a la teniente O’Neil o al coronel Jessep vendiéndote esas pollas de confitería con autoridad y urgencia, entre la vida y la muerte, entre el salivazo y el napalm); a Buerbaum, decía, lo pintaban como gurú del ultraliberalismo cachitas y del cuñadismo de blockchain, como machirulo de taco y paquete, negacionista con embudo y escaparatista de la ultraderecha, esa ultraderecha que iba a su pódcast como a una sauna de gladiadores, a comparar pectorales y tal. A mí me parecía mucha mitología para vender pollas de despedida de soltera y obviedades de similar calibre, pero esperaba algo más. O sea, que no fue para tanto, o es que Feijóo es capaz de aturdir hasta a los tiburones de los negocios y de las discotecas.
El medio, ya se sabe, es muchas veces el mensaje, pero Feijóo está igual en internet que bajo el agua, cree uno. Yo más bien diría que se desperdició un pódcast que podría haber estado lleno de éxito en los negocios y en el amor, como una consulta de tarotista con túnica de rey mago. O de terraplanistas con la gorra para atrás, que se la ponen así para estar más avizor de las verdades del universo que le entran, sospechosa o irónicamente, por la hucha que le dejan los pantalones (en algún otro pódcast de Buerbaum me parece haber visto alguno así, como un fontanero que te habla de los misterios cósmicos).
Uno no ha visto mucho de este youtuber, pero la verdad es que el chaval lanzó unas cuantas cuestiones generales muy circunscritas a la política y la economía, no contrapreguntó ni contraargumentó, dejó hablar, metió alguna apostilla más informada que escandalosa, y nos dejó con la impresión de que muchas más frivolidades y tontadas preguntan las hormigas de El hormiguero o el jefe de las hormigas.
Feijóo hablaba para el macetón o era el macetón, o sea como siempre, y dejaba su sota, su caballo y su rey, su rebaja de impuestos, su Bildu y su deuda, su Sánchez y su Begoña, su PP de centro-derecha europeo (así lo definió), y aquel supuesto altavoz de la ultraderecha sonaba más a radionovela que a apocalipsis del negacionismo, el liberalismo y el cojoncianismo.
La conclusión más valiosa de este experimento es que Feijóo aburre igual en su casa que en las supuestas vanguardias de la ola ultra
Ni siquiera se habló de inmigración, que últimamente estaba más lanzado Feijóo, casi como si fuera un independentista catalán, de los de la entente de progreso sanchista. No dijo nada para distanciarse de Vox, pero sí de Alvise: “La política no es eso”, sentenció como un padre. El mayor atrevimiento quizá fue decir la obviedad de que “no hay dinero público”, todo es “dinero privado” que se usa para lo público. Buerbaum no hizo más radical a Feijóo, ni liberó al ultra que pudiera tener dentro Feijóo, como dentro de la ballena dormida que es él mismo. Al contrario, se diría que Feijóo había convertido a ese marine del negocio y el simbolismo fálicos en esa tía abuela con gato que decía yo antes.
Feijóo estaba en internet sin saber nada de internet ni tener intención de hacer nada diferente por estar en internet, y yo diría que eso casi se carga internet. Está claro que los partidos políticos tradicionales no es que no manejen el medio (no había que inventar YouTube para ponerse delante de una planta a hablar o a tomar un café con galletas), sino que no manejan el lenguaje. Lo más revelador no fue lo que decía Feijóo, que era lo de siempre pero delante de un micrófono más esportivo o pollesco (todo es negocio y todo es publicidad para ese influencer visionario de las pollas, que yo lo veo aún más visionario con eso que Sánchez con su bonobús de pajas). Ni lo que decía el entrevistador, que apenas daba el pie como un romano con lanza de teatro. No, lo más revelador fueron los comentarios de la chiquillería que vive en internet, no en los salones de la tía abuela ni en las macetas del balcón, como los nabucodonosorcitos de Epi y Blas.
Feijóo estaba en internet, no sé por qué ni para qué, que al menos Sánchez fue listo y habló de Taylor Swift con la Pija y la Quinqui. Feijóo hablaba de política como en el Congreso o en Onda Cero, y claro, internet, o lo que había en internet a esas horas de Tour de Francia, resoplaba entre el hater, el fan de Alvise, el que sacaba el club Bilderberg, que suena más a puticlub que a conspiración, y, sobre todo, los aburridos: “Qué muermo”, “qué carisma, qué garra”, “el Capitán Siestas”, “qué pódcast más ameno, no me estoy aburriendo nada de nada”, “antídoto para cualquier tipo de entusiasmo”, y así.
Ese internet de influencer, de polémica y pereza, al final no era ni tan canalla, ni tan derechón, ni tan masivo, que al final el pódcast lo estaban viendo en directo en YouTube 3.500 notas, o lo que se diga ahora. Quizá la conclusión más valiosa de este experimento es que Feijóo aburre igual en su casa que en las supuestas vanguardias de la ola ultra, y yo no sé si eso es bueno o malo. Ni lo saben en el PP tampoco, seguro.
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