"Shouting slongs or changing lives" (Cantar eslóganes o cambiar vidas). Con esta frase el ya primer ministro británico, Keir Starmer, respondió a un alborotador en la conferencia laborista de 2021. Un momento de especial dificultad, en el que el Partido Laborista se encontraba sumergido en una profunda crisis ideológica tras la devastadora derrota contra Boris Johnson en 2019 y el peso de llevar más de una década en la oposición. 

Pocos creían que tres años más tarde, Starmer entraría por la puerta del 10 de Downing Street como nuevo jefe del gobierno, tras haber obtenido una victoria en escaños contundente contra el Partido Conservador, la formación habitual de gobierno en el Reino Unido.

Con 412 diputados, los laboristas han cosechado una mayoría aplastante, solamente superada por los 418 diputados que obtuvo Tony Blair en 1997. Sin lugar a dudas, Starmer podrá gobernar con comodidad durante los próximos cinco años de legislatura e introducir las numerosas reformas que se plantean (servicios públicos, instituciones, integridad pública, etc.), incluso pudiéndose permitir el lujo de tener rebeliones internas en el seno de la formación. 

Ahora bien, la victoria del Partido Laborista es mucho más frágil y débil de lo que parece. A diferencia de Blair, que alcanzó el 43% de los votos, Starmer se ha quedado con el 33,7% de los sufragios, una cantidad que solamente mejora en punto y medio lo obtenido por Jeremy Corbyn en 2019 o en tres puntos, el resultado de Ed Miliband en 2015. Aunque pueda resultar irónico, el landslide a lo Blair se ha hecho con medio millón de votos menos que hace cuatro años. 

Lo que explica el éxito del laborismo es una combinación del sistema electoral británico junto con la implosión del Partido Conservador

Por consiguiente, lo que explica el éxito del laborismo es básicamente una combinación del sistema electoral británico (650 circunscripciones donde el candidato más votado gana el escaño), junto con la implosión del Partido Conservador. Es decir, el hundimiento sin paliativos de los tories a favor del Reform UK ha tenido como resultado la victoria del Labour en muchas circunscripciones con una ligera mejora de voto. El ejemplo más extremo de esta tendencia la tenemos en Gales, donde el Partido Laborista ha caído cuatro puntos y ha cosechado 27 escaños de los 32 que se reparten en esta nación.

En línea con lo que apuntábamos, el Partido Laborista ha perdido notablemente apoyo en sus principales feudos urbanos (Londres, Birmingham) por el hastío de los jóvenes y las comunidades musulmanes ante la actitud del establishment del partido en relación al conflicto con Gaza (bastiones sociológicamente laboristas). De hecho, el propio Keir Starmer ha perdido 17 puntos en su propia circunscripción (Holborn and St. Pancras) a favor de candidatos independientes y de los Verdes. 

Eta historia no se puede explicar sin el fracaso del Partido Conservador, que ha quedado diezmado y reducido al peor resultado electoral en más de siglo y medio, con el 23,7% de los votos y 121 escaños. En términos históricos, es incluso peor que la hecatombe contra Blair de 1997, cuando al menos fueron capaces de alcanzar el 31% de las papeletas.

La implosión de los conservadores se reparte por toda la geografía británica al haber sido arrinconados a circunscripciones rurales del interior y centro de Inglaterra. No solamente han perdido todas las ganancias de la famosa Red Wall (las históricas zonas industriales del norte de Inglaterra), sino que además, han perdido las del llamado Blue Wall a favor de losl (el sur rural de Inglaterra, conocido por sus cottages y por ser una región de renta elevada). El ejemplo más simbólico es el de Maidenhead: la circunscripción electoral de la ex primera ministra Theresa May, donde el voto conservador se ha desplomado 20 puntos, los mismos que han subido los liberaldemocrátas.

Para bien o para mal, la pesadilla a medio y largo plazo para los conservadores tiene nombre y apellido: Nigel Farage. Con poco más del 14% de los votos, ha fracturado la base de la derecha británica, de forma especialmente intensa en las regiones del noreste de Inglaterra que votaron por el Brexit. Además, por primera vez, Farage ha logrado representación en la Cámara de los Comunes por la circunscripción de Clacton, donde el candidato conservador se ha derrumbado en 44 puntos. 

No podemos olvidar que al margen de los Tories, otro de los grandes damnificados han sido los nacionalistas escoceses. La formación independentista ha pasado de tener un dominio casi absoluto del mapa político escocés a la reducción a un apoyo electoral propio de la época previa al ciclo electoral que se abrió con el referéndum de independencia. La sangría ha sido en beneficio del Partido Laborista, que ha recuperado su tradicional hegemonía por todo el corazón industrial que une Glasgow con Edimburgo. 

En definitiva, podemos decir que los vaticinios de los sondeos se han cumplido con creces, con especial énfasis en haber sido capaces de vaticinar el margen de victoria laborista o la penetración electoral de la formación de Farage.

Pero la apabullante victoria laborista no debe disuardinos de las señales de alarma de una sociedad profundamente cansada de divisiones, resentida hacia su clase política y con un profundo malestar por la gestión de una economía que está estancada durante más de una década o con el funcionamiento de los servicios públicos por los suelos. Prueba de ello lo tenemos en la muy baja participación, que se ha situado en torno al 60% de los votantes registrados, lo que constituye la cifra más baja desde el año 2001. 


Tian Baena es politólogo. Aquí puede leer los artículos que ha publicado en www.elindependiente.com.