Vox ha sido, o ha estado siendo, liberal y falangista, meloniano y putinesco, nacionalista y romano, o todo a la vez y mezclado, que es lo que más vende, como en aquella época absurda de los megamixes musicales. Yo creo que lo único que permanece en Vox, aparte de la presencia decorativa o conmemorativa de Abascal, que está entre armadura hueca de parador y busto de fraile hormonado, es la xenofobia, que no es preocuparse por las consecuencias de la inmigración sino por la pureza del material patrio. Mientras Vox iba o va de la economía al pilón y de las castañuelas a los genitales, lo que quedaba era ese estado permanente entre la batalla y la verbena, en plan peña de Moros y Cristianos, de su xenofobia. La inmigración puede ser un gran problema, no hay más que hacer números con los recursos, pero ni las naciones grandotas ni los señores grandotes, ésos que no se vacunan en el médico pero se dopan en el gym, deberían tener obsesión o miedo por unos menores descalzos y sequizos. Hasta dicen que son “varones en edad militar”, como si los chavales les fueran a ganar, a patadas, contra sus gruesas pero por lo visto inútiles espadas toledanas.

Es el mercado y la clientela del miedo lo que cuida Vox, que necesita al inmigrante como necesita a Sánchez, como Sánchez necesita también a Vox y hasta un mascarón de proa africano

Vox le ha lanzado un ultimátum al PP por lo de la acogida de menores inmigrantes en las autonomías, quizá porque el PP está últimamente muy sensible o receptivo para los ultimátums, muy ultimatumeable podríamos decir. Supongo que no hay nada que descoloque más a Feijóo que eso de que le obliguen a tomar una decisión en poco tiempo, y seguramente lo más económico y saludable para él es ceder y volver a respirar. Así lo entendió Sánchez, maestro del engaño, la pócima, el teatro y el trágala, con lo del CGPJ, y quizá también lo ha entendido así Abascal con la inmigración, su gran espantajo. La verdad es que el PP sabe que tiene que distanciarse de Vox y Vox sabe que tiene que distanciarse del PP, que Vox ahora está atado al PP y el PP está ahora atado a Vox, así que todo esto parece un baile folclórico de la derecha, como esos bailes con parejas que se acercan y se alejan entre cintas y zanfoñas. No sólo la izquierda iba a tener bailes campestres o venecianos, entre el empalago y el asesinato, como los que tiene Yolanda con sus compañeros o con sus sectas.

Lo de Vox no tiene tanto que ver con el problema de la inmigración como con el mercado del miedo y con marcar territorio, que siempre han funcionado las dos cosas, desde las cavernas, para sobrevivir, y yo veo a los de Vox muy de piel de mamut aún. Vox quiere que el PP se retrate donde está claro que se va a retratar, en ese “centro derecha europeo” que decía Feijóo el otro día por las profundidades milieniales de YouTube como esas profundidades zodiacales y relojeras de la TDT. Es lo que ha hecho Feijóo, poniéndose en ese centro suyo con tibieza o efectividad de bolsa de agua caliente, y dejando claro que se acogerán a los menas que se tenga capacidad de acoger, que tampoco es cuestión de ponerles cañones ni mosquiteras, como quieren los valientes de Vox, con más miedo y asco que arrojo patriótico.

Quizá Feijóo ya está dominando sus zozobras, o el miedo a sus zozobras, o por fin han hecho en Génova un catecismo para el partido, que hasta ahora era improvisación, duda y desvelo eternos, con un Feijóo que se dejaba llevar por las sensaciones, las aprensiones o los reparos como un enfermo de los huesos se deja llevar por la humedad. Es el mercado del miedo, sea al inmigrante o al mariquita (hay un estado de aprensión permanente en Vox por que les puedan pervertir la identidad o la sexualidad, que digo yo que deben de ser de identidad y sexualidad muy frágiles bajo tanta barba y tanto pechopalomo espartanos o aqueos); es el mercado y es la clientela del miedo, decía, lo que cuida Vox, que necesita al inmigrante como necesita a Sánchez, como Sánchez necesita también a Vox y hasta un mascarón de proa africano, que por eso se va al fútbol, rodeado de un patriotismo de dobladillo, para buscarlo en la selección. 

Lo que queda al final de Vox, después de ir del cura al mesón y del taco a la montería, es la xenofobia, que es un miedo fundante para la tribu, la distinción entre los nuestros y los otros. Queda mucho mercado para el miedo y para la tribu, a izquierda y a derecha, sólo hay que ver a los nacionalismos de la pela o la sangre y a los identitarismos de cualquier cosa, ahora todos parte de la entente sanchista. No es el problema de la inmigración, sino la excusa, el espantajo y la hoguera tribal de la inmigración, y se nota enseguida porque no ponen tanto énfasis en la ley como en la pureza, igual que los indepes. Europa tiene un problema cierto con la inmigración porque aún está entre la integración y el gueto, entre el caos y la multiculturalidad. De lo que no se dan cuentan los xenófobos, ni los de la izquierda woke con sus identidades racializadas o racistas, ni Macron siquiera, es de que no se trata de la cultura sino de la ley, la ley a la que le deben dar igual las costumbres, el origen o la religión. De ahí la importancia de la laicidad, de la que ya no habla ni la izquierda ateaza.

Vox sólo busca clientela, cuidar a la clientela, que es una clientela de parador, quizá de parador donde aún sirven mamut. Pero es inútil cuidar a la clientela si se pierde el poder, el poco que tienen, o sea esos sillones de fraile y esas consejerías de ferias, cucañas y campanazos que tienen por las autonomías y los pueblos. Seguirá el baile en la derecha, como seguirá en la izquierda, un poco jota y un poco megamix. Pero yo creo que el ultimátum de Vox no va a llevar a ningún sitio, salvo a enfundarse la espada toledana que a mí me parece que es de papel, como sus estandartes, sus barbas y sus músculos.