Cuando vi a Abascal en las noticias, así como suele salir él, como embuchado de siglos, determinación y chacina españoles, pensé que era un mal farolero, de esos que, aun sabiéndose descubiertos, mueren en el farol antes que tirar las cartas sobre el cenicero y los mondadientes. Abascal anunciaba o adelantaba la ruptura con el PP, que en realidad se debía sustanciar luego en una reunión del Comité Ejecutivo como una misa en Covadonga, y yo no terminaba de entender que intentara elevar a amenaza cumplida y a justo escarmiento lo que para el PP es un alivio y para los propios carguitos regionales de Vox es una putada.
El PP lleva toda la vida de Vox, que es como una mili larguísima, de las de antes, con cetme de madera y cabra africanista, intentando saber qué hacer con Vox, cómo desmarcarse de Vox, cómo librarse de Vox, y resulta que Vox le regala esto mismo, además de lo que más aprecia Feijóo, o sea que algún tercero o alguna circunstancia tome las decisiones por él.
Vox no es que tuviera mucho poder, pero tenía cargos con sotanón que daban la homilía y la nota, y sitios reservados junto a la cucaña o la custodia, o sea cierta presencia institucional, ornamental y hasta consoladora (lo normal es que el poder atempere y la necesidad radicalice, y eso le pasa igual a Vox que a Sánchez). Vox tenía, además, muchos sueldecitos de pueblo, que tampoco son despreciables, como sabe el hermano de Sánchez.
Ahora, han decidido renunciar a todo eso por una apuesta folclórica, la apuesta por el rechazo o la aversión a la simple aparición o mención de los menas, que como saben no son niños sino “varones en edad militar” que ellos imaginan no sólo con machetes sino con marmita para exploradores o para españolazos embuchados y de buen buche. El rechazo es folclórico porque el reparto de menas no es nuevo, y además los menas ya están aquí, que no sé qué solución propone Vox, si meterlos en campos de concentración o convertirlos a todos en monaguillos o en camareros del Pasapoga mediante otra ceremonia llameante en Covadonga.
Yo creo que esta aversión folclórica, y por lo tanto exagerada, amanerada, que veíamos en ese Abascal del ultimátum al PP y de la negación más semántica o simbólica que práctica del mena, como la negación simbólica del Demonio; esta aversión folclórica, decía, viene de una guerra que es también folclórica, y no es una guerra contra el PP sino contra Alvise.
A Alvise, aun con su cosa de haberse caído de un coche de caballos por la calle Juan Belmonte de la Feria de Sevilla, parece que Vox lo considera un peligro muy cierto y serio, tanto como para renunciar a esas sillas de coro y a esos cargos de colegiata, sobrios y apetecibles a la vez, que ya tenían por las provincias. Parece que los nichos o las hornacinas de la derecha extrema, populista o folclórica son pocos y estrechos para los nuevos santos con escoba, porrón o Instagram que van saliendo, así que tienen que hacer una guerra doctrinal y cismática, una guerra entre el pechopalomo y la papa de rebujito, y hacerla ya, con la urgencia de las guerras santas, incluso aunque no estemos en periodo electoral (de momento).
Se diría que Vox ha entrado en pánico, que de repente igual lo vemos refugiarse bajo las orejeras peludas de Putin que romper esos pactos de campanario con el PP
Se diría que Vox ha entrado en pánico, que de repente igual lo vemos refugiarse bajo las orejeras peludas de Putin que romper esos pactos de campanario con el PP, y que en realidad es lo único que tienen aparte del espadón crucífero y del miedo al africano con aureola de ejército de Cartago y de ejército de moscas a la vez. O es que no saben manejar sus faroles, como no saben manejar en realidad los mandobles, los trabucos o los asados de los que presumen.
Vox no sabíamos si había ido dando bandazos o simplemente decantándose y purificándose a base de purgas, autos de fe o exterminios bíblicos, pero llega ya un punto en que casi parece que se están limitando a seguir las órdenes locas de alguna aparición de algarrobo que les habla a los del yunque y el cilicio como a pastorcillos portugueses. La verdad es que los radicalismos, en caso de crisis, siempre apuestan por más radicalismo. Pasa en la izquierda de mil sectas y pasa también en la derecha, con menos sectas pero similar pulsión de muerte.
Amenazar al PP con lo que más desea el PP, ya ven la jugada y la perspicacia de este Vox que ha pasado de verse en la ola victoriosa o victoriana de la ultraderecha en Europa a vender todo lo que tiene para enfrentarse a un friki con armario y argumentario de papa gorda, floja y gloriosa de sábado de feria. Al PP se le ve encantado, como si por fin se le fuera del piso el cuñado torrentiano, hooligan y altramucero. No imagino a los del PP muy apenados por deshacerse de esos vicepresidentes o consejeros entre castrenses y castrados, ni de sus chiringuitos almenados o catequizantes. Ni por convocar elecciones para que el votante de centro o derecha elija entre el frikismo farolero o mártir y la ambigua o aburrida derecha de toda la vida. Ni por ver a su competidor romperse entre el purismo y la supervivencia.
Eso sí, ahora el PP será el único responsable de sus decisiones. Yo creo que esto es lo único que desasosiega a Feijóo, mientras ve cómo se le despeja la derecha que no sé si llegará a ser la ancha derecha de Aznar pero pronto podría ser la perezosa derecha de Rajoy.
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