La ruptura de los pactos de Vox en las cinco comunidades que gobierna con el PP tiene poco que ver con el miedo al ascenso del partido de Alvise. Tampoco se puede vincular esa decisión con la salida del partido del grupo Conservadores y Reformistas (que lidera la primera ministra italiana Giorgia Meloni) para pasarse a los más extremistas de Patriotas de Europa (de Viktor Orbán). No. La espantada de Santiago Abascal tiene que ver con la supervivencia de Vox, un partido que no tiene un programa, sino sólo unos enemigos a los que hay que combatir... espada en mano.
En el frontispicio de esa lista de 'anti españoles' están los inmigrantes. Extranjeros que viven aquí sin oficio ni beneficio y que son los causantes del aumento de la delincuencia, según el estrecho y xenófobo marco mental de los líderes de Vox.
El 8 de abril de 2019, Abascal reflejó en un escrito (colgado en el portal de Vox) sus ideas básicas sobre la inmigración: "Cada día, aparecen nuevas noticias de actos violentos perpetrados por inmigrantes irregulares, muchos de ellos registrados como menores extranjeros no acompañados (MENAS), que parecen campar a sus anchas, sin respeto alguno por la ley, por las calles de toda España... Vox seguirá trabajando para que los que vienen a nuestro país a delinquir, violar y aterrorizar, acaben metidos en un avión de vuelta a su país de origen".
Como dijo uno de los dirigentes de Vox, fuera de micrófono, tras una rueda de prensa celebrada esta semana: "¡Que se vayan a su puta casa!".
Aceptar el reparto de 'menas' era para Abascal renunciar a la esencia de su discurso, que consiste en ligar la inmigración con la delincuencia
Para Abascal, la política migratoria está dictada por la "dictadura progre", ante la que el PP se pone de rodillas para no salirse de lo políticamente correcto. Ya saben, la derechita cobarde. Ceder al reparto de 'menas' acordado el pasado miércoles en Tenerife era tanto como doblar la cerviz ante el enemigo, renunciar a uno de los principios que, según Vox, les han llevado a ser el tercer partido de España.
El número de 'menas' que les toca en el reparto a las cinco comunidades donde Vox gobernaba con el PP hasta este viernes (un total de 120) es lo de menos. Lo que Abascal no se puede permitir es la pérdida del relato: la relación causa efecto entre inmigración y delincuencia.
A Núñez Feijóo, ya lo dijimos en esta columna la semana pasada, se le presenta una oportunidad histórica. Resarcirse del error cometido el año pasado al pactar en cinco comunidades autónomas con Vox, dándole la baza que necesitaba Pedro Sánchez para adelantar las elecciones generales y lograr una mayoría por los pelos.
Separarse de Vox, no aceptar su ultimátum, es una de las cosas más sensatas que ha hecho el líder del PP desde que llegó a Génova, 13. Es un paso necesario pero no suficiente como para recobrar la centralidad y situarse como alternativa de gobierno frente a la alianza Frankenstein.
Vox, como en su día Podemos, introdujeron a este país en una batidora de cerebros. El debate se redujo a la dinámica amigo/enemigo. La exageración fue el refugio de estrategas tan poco formados como sobrados de soberbia.
Para los líderes de Podemos (algunos de ellos ahora acomodados en un fantasma llamado Sumar), el PP es el fascismo. Para los dirigentes de Vox, España es Venezuela.
Para ganar credibilidad en su discurso, para tener opciones de ser el partido al que voten la mayoría de los españoles, el PP tiene que renunciar a la hipérbole como arma política. Las cosas que hace mal Pedro Sánchez tienen tamaño suficiente como para no necesitar cristal de aumento.
Bienvenida sea pues la ruptura con Vox. Mandemos a su puta casa a los que nos quieren hacer retroceder a los años 30. Ya tuvimos bastante con una guerra civil y una dictadura.
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