Han disparado a Trump y aquí Abascal ya ha sacado a Dios y a la izquierda globalista, Feijóo ha sacado lo de ir provocando y Sánchez ha sacado el odio incompatible con la democracia, quizá por si sus lánguidas, húmedas y esdrújulas cartas de amor (Pessoa) lo convierten a él en demócrata.

En Estados Unidos, donde los santos llevan pistola y los sargentos llevan biblia, hay más armas que personas (en una proporción aproximada de 1,2 a 1). Hay más armas que teléfonos móviles, que dicho así espanta todavía más, como si pegar un tiro equivaliera a hacerse un selfi. En Estados Unidos es más probable morir por arma de fuego que en accidente de tráfico. De hecho, según un informe de la universidad Johns Hopkins, las armas de fuego son la principal causa de muerte de niños y adultos jóvenes. O sea, que tampoco hace falta recurrir a conspiraciones exóticas ni a los calentones mediáticos o tuiteros de la polarización. Ni trasladar lo que hace la white trash americana a nuestra particular guerra civil de casacas rojas y azules, ya bastante rica de por sí. Claro que si aquí politizamos a Lamine Yamal, cómo no politizar un disparo a Trump entre águilas y estrellas.

A Trump parece que lo ha salvado un ángel con pantalón de peto, en plan Michael Landon en Autopista hacia el cielo, y eso ya es una categoría especial para los consiguientes salvadores de la patria o del mundo, la intervención divina, la mano enguantada de nubes, que es lo que se me ha venido a la mente con esas “gracias a Dios” de Abascal. Ya tenemos a Dios a un lado y a la izquierda al otro, que el Cielo a veces nos simplifica las cosas mucho, y aquí cada vez simplificamos más.

Si aquí politizamos a Lamine Yamal, cómo no politizar un disparo a Trump entre águilas y estrellas

También la izquierda nos pone el pueblo a un lado y la derecha al otro, divididos limpiamente por dioses semejantes en barba, plumaje, justicia y violencia. A lo mejor la polarización no es tanto que un loco americano con la gorra para atrás y camuflaje de cazar patos se líe a pegar tiros desde un tejado, que ya lo hacían antes de la polarización, sino que incluso aquí seamos capaces de sacar culpables, paralelismos, alineamientos, herederos y todo un claro sistema del mundo a partir del horrible suceso.

Los trumpistas acusan a Biden, a Kamala y a los demócratas, que si son capaces de montar una red de pizzerías pederastas comandadas por Hillary Clinton, cómo no van a ser capaces de planear un atentado o al menos incitar a él. Abascal, quizá un poco resacoso por la ruptura con el PP, aturdido por los ángeles patrióticos que él ha levantado como se está aturdido por un ataque de gaviotas, acusa a la izquierda globalista, a la que él acusa de todo. Feijóo acusa, en general, “a los que alimentan el odio hacia quien piensa diferente”, que puede sonar a las habituales tibiezas o perezas de Feijóo pero, dicho antes que cualquier otra condena o lamento, más bien suena a culpar al propio Trump, ahí con el flequillo al aire o la bandera al aire como una minifalda al aire, americanísima y provocativa minifalda como la de Ally McBeal (más en la versión de Futurama). Sánchez también culpa “a la violencia y al odio” en general, que además es una manera de invocar la protección para él, que ya considera violencia y odio “antidemocráticos” cualquier crítica, no digamos las actuaciones judiciales que le fastidian su particular casa de la pradera. O sea que esta bala de Trump llega a todas partes y sirve para todos.

A lo mejor la polarización es más este desenfoque que el maniqueísmo. A lo mejor la polarización es que un friki de veinte años con un mondadientes o una ramita en la boca dispare a Trump en Pensilvania y enseguida tenga aquí partido, verdugo, intérprete, profeta o beneficiario, lo mismo en la izquierda que en la derecha. A lo mejor la polarización tiene que ver más con insistir en llamar violencia a lo que no es violencia, o con llamar violencia a lo que hacen contra ti pero justicia o jarabe democrático a lo que se hace contra el rival. Como cuando Pablo Iglesias y los suyos llaman “violencia mediática y política” a cualquier cosa que no les conviene, un término que también han usado los socialistas con el soponcio presidencial por Begoña y, por supuesto, los indepes que incendiaban las calles después de incendiar las leyes.

La verdad es que los culpables de la violencia son los que la ejercen y los que la alientan llamando al acto violento, no a la mera crítica o incluso al enojo, que el cabreo, aquí, es más derecho y costumbre que guerra. Por este desenfoque o este enturbiamiento, Sánchez se cree demócrata sólo por hablar suavecito, mientras se dedica a hacer trumpismo de verdad, o sea populismo iliberal, personalista, extremista y emplumado, aunque con plumas de fondo de armario de la izquierda.

A Trump han intentado asesinarlo y pronto le hemos sacado ángeles, patrocinadores, convidados y ahijados aquí, donde parece que ya nos vamos quedando sin material autóctono, sin balas de arena de nuestros propios odios y milis. Así, el disparo a Trump acaba convirtiéndose un poco en esa “bala mágica” de la teoría oficial del asesinato de Kennedy, esa bala que, tras increíbles rebotes y cambios de dirección, pretendía explicar todos los impactos del magnicidio de Dallas. Esa bala de Trump igual alcanza a los antifas de allí que a los woke de aquí, lo mismo al dormilón de Biden que al dormilón de Feijóo, lo mismo a las conspiraciones de allí que a los tabloides de la fachosfera de aquí. Y es que la munición y los ángeles están caros y hay que aprovecharlos, como los goles balísticos y vengadores de Lamine.