Ha sido suficiente. La segunda Década Ominosa que ha vivido España ha situado al país al borde del agotamiento, como quien sufre un ataque de pánico y se siente abatido cuando todo pasa. Ya basta. Hay que olvidar y perdonarnos por habernos encomendao alguna vez a las Carmenas, los Revillas, los Felisucos, las Yolandas y los Rambos de Bambú, empezando por Abascal. Las consecuencias del fin del falso bipartidismo han sido nefastas. España no es más próspera, la polarización es mayor que en las últimas décadas, no hay fuerzas vivas y sanas en la sociedad civil; y el gen cainita que históricamente ha llevado a agravar las diferencias entre los territorios de este país montañoso y multi-municipal parece más activo que nunca.
Hace falta política aburrida, si es que aquí la hubo alguna vez como tal. Era mucho mejor el tiempo del Llamazares solitario en la bancada -o casi- que el de los errejones hablando de sostenibilidades, identidades, emergencias sociales y todo ese tipo de conceptos que alejan el debate de lo importante: la deuda, el trabajo, las pensiones, la educación, la sanidad y el envejecimiento y sus consecuencias (este último, quizás el más relevante en varios niveles). Hay que apartar la ideología del debate. Es fundamental. Se hace necesario mirar al mundo y entender el contexto geopolítico y global; y dejar de centrar el tiro en Cataluña, en la Memoria Histórica, en José Antonio Primo de Rivera y en las representaciones victimistas de lo que somos.
Ya basta. Hay que olvidar y perdonarnos por habernos encomendao alguna vez a las Carmenas, los Revillas, los Felisucos, las Yolandas y los Rambos de Bambú, empezando por Abascal.
La soberanía se garantiza aminorando la deuda, disminuyendo las obligaciones con los acreedores y haciendo más eficiente el Estado. Reducir el gasto y fomentar la competitividad. Eliminar redes clientelares y terminar con 'la mamonada', que encuentra por aquí tantas representaciones que podría asignarse a este país el adjetivo de peronista. El proselitismo no sirve de nada. Las religiones de sustitución arruinan las cuentas y enervan al personal. Hace falta regresar al tiempo en el que lo importante eran los proyectos y no las doctrinas. Las que ha asumido incluso el PSOE, hoy entregado, en parte, al sectarismo.
No más rupturas
Repugnan los debates sobre las competencias territoriales, las amnistías, las nacionalidades históricas, los leonesismos -y en España hay cientos-, los aforamientos de todo tipo o la última idea de bombero que Errejón haya leído en un boletín de Berkeley o Buxadé quiera copiar de putinejos como LePen u Orban. Ni que decir tiene del patrioterismo gratuito. España era, pero, sobre todo, es; y convendría comenzar a entender su diversidad sin intentar imponer o privilegiar la propia. Comenzando por Puigdemont. Porque la diversidad y la pluralidad no significan falta de orden. Se puede -y se debe- reclamar el imperio de la ley sin que eso perjudique esos conceptos, como tantos y tantos intentan transmitir en este país histérico.
Dado que Abascal ha decidido encamarse con Orban y poner fin al entendimiento con el PP -algo que desde Génova 13 tampoco quisieron en tantos momentos-, a lo mejor debería Núñez Feijóo acelerar la muerte de este partido y romper en los ayuntamientos.
Ha de acertar y ser valiente en sus ideas. Perder ese complejo al qué dirán de la derecha moderada y abordar debates incómodos, como el del deterioro institucional, el de la inmigración ilegal o el de la corrupción para evitar que, después de Vox, venga otro que pueda llegar a niveles como el de la derecha populista francesa (10 millones de votos) o el de los ultras suecos (20%). Negar los problemas para evitar la reacción sectaria de la izquierda no ayuda a solucionarlos. Por supuesto, menos todavía ayuda el que hablen de ellos los radicales.
La clave siempre está en la moderación. Los extremistas son gente ruidosa, resentida, de aquella que fracasa y a la que nadie abre la puerta. Personas a las que rechazaron y sufrieron un mal divorcio y se radicalizaron. Habría que apartarlos, a derecha y a izquierda, de la cosa pública... aprovechando que ahora se quieren 'segregar'. Quienes hablan de 'derechita cobarde' o tildan de 'fascistas' a quienes no opinan como ellos son, en realidad, pobre gente. No pueden gobernar ni aparecer donde Intxaurrondo cada mañana.
Mal capitán para este barco
Sobra decir que si el PSOE tuviera voluntad de llevar a España hacia el mejor puerto, y no hacia el lugar que más le conviene, haría lo propio con los independentistas ultras (Junts) y con la izquierda radical. Es tiempo de moderación y de soluciones. De debates televisivos menos ruidosos y atractivos para la audiencia. De esos ochentas de mayorías absolutas y 2000 de España pachanguera, pero con superávit. Con la fuerza suficiente como para que el Ibarretxe de turno regresara a su casa con la cabeza agachada y reputación de friki.
El bipartidismo es sumamente imperfecto, como la democracia y como mi rostro. Pero en los tres casos, es la mejor opción disponible. El resto ha conducido irremediablemente a España hacia un sofismo insoportable. Hacia un lugar en el que diversos portavoces fabrican titulares rimbombantes para llamar la atención. En un país sano, Rufián no llegaría a mucho más que a portavoz de asamblea de estudiantes. Si acaso a ligón de 'manifa'. Un lugar serio no se puede permitir que le apunten 5 micrófonos a la puerta del Congreso para que falte al respeto a alguna institución, por la audiencia por lo que sea. El bipartidismo es imperfecto y por momentos atufa. Pero deparó una gran época de prosperidad a este país cuando uno de los dos grandes partidos obtuvo una robusta mayoría. Salvo en la última, en mitad de la crisis, claro está.
Así que ante la decadencia de Sumar, la suma indecencia de Junts y el deseo de Vox de suicidarse entre amores húngaros, vagancia y torpeza, a lo mejor es el momento de fortalecer el Estado de derecho. De poner fin a esta década (ya más) infame, morada, naranja, verde, de ardillas oportunistas y, sobre todo, de color negro. Oportunista y demagoga. Y, sobre todo, inútil. La gran pregunta es si la persona que en los últimos años ha hecho más por polarizar a la población, ideologizarla y transmitirla que la oposición es ultra. Me refiero a Pedro Sánchez, líder asediado por pufos de él y su entorno... y al que a partir de ahora se le han agotado las razones para asociar la derecha moderada con la ultraderecha.
Apuesto a que no lo hará. A que no cesará en su empeño de dividir y, a partir de ahí, colonizar el Estado. Por eso es un mal capitán para este barco, al que se le presenta una buena oportunidad para alcanzar el único puerto en el que se puede obtener la estabilidad. Es el de la moderación y el liberalismo económico.
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